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CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA
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JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ



Detalles íntimos de la vida de ‘El Rey del despecho’


EL JUGADOR






CONTRATADO POR EL BIC





NUNCA ENCONTRÉ ALGO QUE ME APASIONARA TANTO COMO HACER UN GOL

CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA






visitando los lugares históricos de Bogotá

 Ven las estrellas fugases recorriendo el firmamento Bogotano


Eduardocelis es un goleador de fútbol. Fue campeón con el BIC en dos oportunidades, como jugador en 1976 y como entrenador en 1994. Además, ganó 5 campeonatos entre 1978 y 1990 en la U. Javeriana, el Banco de la República, en Torca, Carulla y Cafam.

 


COLOMBIANA CELIS

@COLCEL

COLOMBIANA CELIS

BOGOTA   colcel 2024

Cincuenta años en Bogotá una novela de amores escrita por José Eduardo Celis López de Colombia para América Latina.



Eduardocelis goleador Bic 1976






Eduardo Celis Lopez
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goleador y campeon BIC 1976




















amores

"Cincuenta años en Bogotá" novela de José Eduardo Celis López, una historia que nació para la literatura y el cine.


BIENVENIDOS A LA WEB DE EDUARDOCELIS

 







cincuenta años en Bogotá
Eduardo Celis Lopez
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goleador y campeon BIC 1976

BIENVENIDO A LA WEB DE EDUARDOCELIS



José Eduardo Celis López nació el 27 de marzo de 1954 en Pereira, sus padres se trasladaron a la ciudad de Armenia al siguiente año, luego a Calarcá en donde vivieron por más de una década

joseduardocelislopezcampeòn

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No es nada malo dijo Cecilia con voz calmada, no tengas miedo, deje la luz prendida para que no tenga más ofuscaciones.

 

 







Al otro día Cecilia está aseando la terraza y observa como una avecilla se asoma por encima del muro del lavadero, sonríe y guarda silencio. La observa a cada instante parece que le incomodara con su canto. La mañana se torna lluviosa y plomiza.

 

 



El aire levanta sus vestidos de seda y los hace reír. Se juntaron en un fuerte abrazo con la mirada fija en sus ojos. Mientras un rio de agua viva corre entre sus dedos.

 

 




En la terraza Fernando hace muecas como si se le desprendiera la cabeza. Fernando sufre de un movimiento sintomático producido por la contracción de los músculos del cuello.
  
Y se encontró de pronto solo en la casa vacía.




CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA



march 2011

 

 

CAPITULO I

AMOR PLATÓNICO

 

 


















Cincuenta años en Bogotá







CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA 1970-2020 EDUARDOCELIS

 


 

 

 




Cecilia y Luis llegaron sorpresivamente al Barrio San Antonio de Bogotá.

 


 

En la noche observan la lluvia de estrellas de la Urbe Capitalina.

Ven pasar los trolebuses por la Caracas con sobrecupo de pasajeros.

El frío penetró sus huesos y los obligó a entrar a Casabianca.

Allí encontraron su amor platónico.

Llovió toda la noche y Cecilia tosió insistentemente.

Ya todos estaban durmiendo.

Poco a poco fueron acomodándose al nuevo ambiente familiar. Ella tiene una apariencia sexagenaria y a Luis los años le pasan por encima.

 


 

Luis cuenta con cincuenta y cuatro años y Cecilia con cuarenta y seis, parece mayor.

Cecilia tiene sus ojos negros, su cabello corto ondulado, la mirada firme con la frente siempre en alto.

Luis tiene su voz fuerte, varonil y su sonrisa artística.

Escuchando el salpicar del agua se quedaron dormidos.

Por la mañana volvió a llover y cuando despertaron se alcanzaba a sentir la leve llovizna. Cecilia no está acostumbrada a este frío y Luis se encuentra aclimatado.

 


 

Los vidrios de las ventanas se oscurecieron y resbalaban gotas como de gruesas lágrimas.

De pronto ella se iluminó con un relámpago, mientras soñaba con sus seis hijos.

Todos eran de Pereira menos la menor que vino de Armenia, todo comenzó en Calarcá, recuerda ella.

Al medio día caminaron hacia la plaza de Bolívar. Cecilia va feliz.

Las calles mojadas dejan escapar vapor, al contacto del sol con el betún del asfalto.

 


 

En la Plaza vieron volar las palomas, moviendo el aire con sus alas mojadas.

Cae una pertinaz lluvia.




Cecilia cubre sus manos con las mangas del abrigo mientras
Luis la abraza suavemente.

Pisan el pavimento mojado, disfrutando el hielo Capitalino.

La Atenas Suramericana está fría y acogedora. Las calles están inundadas.

 


 

En el centro descubren una mole de edificios que se alinean formando una selva de cemento.

Suben a un restaurante, conversando sobre el taller de mecánica y el comportamiento de su hijo Fernando.

 

Durante el almuerzo dialogan animadamente.

Cecilia está tranquila y Luis muy animado. Ella levanta la frente, sonríe francamente y se alisa su pelo.

 


 

Luis asume una actitud alegre y levanta su copa dando un brindis. Ya hace cinco años que no compartían juntos, desde que Luis trasladó el taller de Calarcá, a la vieja calle sexta de Bogotá.

La vida les dio otra oportunidad.

Bajan por la escalera eléctrica y salen a la séptima, congestionada por la gente y el ruido.

 



 

Observan negocios de música, almacenes de ropa, cafés, librerías, Iglesias, museos y el mítico Cerro de Monserrate.

Ahí comienza una llovizna de nieve, que observan eufóricamente.

Lloviendo y haciendo sol, son las gracias del Señor, exclama ella.

En la tarde regresan a la casa por las mismas calles mojadas. A esa hora el sol les da por la espalda, un sol desfigurado por las nubes de los cerros orientales.

 



 

La gente Bogotana es culta y muy elegante, concluyó Cecilia.

Luis se recostó en la cama y duerme profundamente, mientras penetra un rayo de sol por la ventana de enfrente.

Cecilia comparte un café en compañía de Fernando. Respiran un aire tranquilo.

Sienten muy cerca el latir de corazones, perciben la presencia del amor.

 



 

Es muy rebelde, Cecilia lo conoce bien desde que era niño, pero nunca ha entendido la razón de su rebeldía.

Una tarde en Calarcá tiró la cama, las cobijas, las almohadas y el colchón al patio, recuerda Cecilia.

Fernando se rio y Cecilia lloró en silencio, hasta agotar sus lágrimas.

No pudo levantarse pues tenía una pierna inflamada.

Se encuentra aprisionado dentro de su propio cuerpo, dice ella.

Después de tomar el café guardaron silencio por un buen rato.

 

 



 

La llegada a Bogotá les ha regresado la ilusión de una nueva vida.

Fernando encuentra la punta de sus deseos, dice que quiere estudiar en lugar de trabajar.

Nadie puede ayudarlo, todos están en el rebusque, quieren salir adelante por sus propios medios.

Llegada la noche las luces en Casabianca se apagan, dejando ver las estrellas fugases recorriendo el firmamento Bogotano.

 



 

 

Solo se oye un aire tibio que entra del patio y el rezongar de un pajarillo, que hace nido encima del lavadero.

Al otro día Luis se levanta hablando fuerte, para que todos escuchen.

Aquí se acostumbra trabajar o estudiar o ambas cosas a la vez, gritó.

Fernando se quedó paralizado en la cama, pareciera que se muriera cada día una parte de su cuerpo.

 


 

Los demás se movilizan al oír la voz fuerte de Luis.

Luis es enérgico y autoritario, desde muy joven ha estado metido en el taller y nunca ha tenido vacaciones.

Fernando se quedó en la cama y estuvo haciendo planes alegres en su pensamiento.

 


 

Trabajar y estudiar es su objetivo.

Comenzó a llenarse de sueños y a darle vuelo a sus ilusiones.

Fue formando un mundo alrededor de la enseñanza que le inculcaron.

La vida es dura aquí, es difícil vivir, exclamó saltando de la cama y soltando una risotada.

Hay que saberla vivir, estamos en la Capital y está todo por hacer, dijo Cecilia para calmarlo.

Fernando la escuchó, salió al patio, sintió muy cerca ese amor platónico.

 


 

Levantó la cabeza y miró el cielo Bogotano que llovía estrellas.

Hubiera querido ver los cerros, pero allí no había árboles.

El viento arrastra las nubes y se oían murmullos de voces que salían de los techos.


Vagó por los alrededores de Casabianca, organizando sus ideas.

Fernando cerró los ojos y abrió en llanto, tenía reprimido un sentimiento de tristeza en su alma.

En la pequeña ventana del altillo, vio una sombra larga y descorrida hacia el techo que daba vueltas y se movía como la llama de una vela y se oían sollozos confundidos con la lluvia.

 


 

Recorrió con su vista todas las ventanas que estaban cerradas.

Observó de pronto que las cortinas se movieron suavemente.

Estaba triste, salía y entraba de su cuerpo, sintió frío y entró. Después se escuchó una serenata en Casabianca.




Aparece la guitarra de Alberto interpretando a unos ojos, cosas como tú, plazos traicioneros, mar y cielo.

 



 

Fernando salió y le dio la mano.

¡Con tu hermana no se puede! le dijo mientras se tomaba un aguardiente.

No se angustie más, lo tranquilizó mirándole a los ojos y sonrieron.

Fernando entró y Alberto sintió una paz interior.

Luis habló de Alberto y de la serenata, hizo reparos al noviazgo, Lucia y Cecilia no se molestan, se ven tranquilas, muy confidentes y la noche sigue en calma.

Fernando abrió los ojos y vio la luz de la mañana, queriendo entrar por la ventana.

 


 

Sonó que había dejado de existir, fue como una realidad.

Vio a Cecilia levantarse antes del amanecer, la ventana estaba entre abierta y entró suavemente.




Los días comienzan monótonos, todos se mueven sin afanes saboreando el café caliente.

Bogotá es muy grande, la gente es muy viva y hay que prepararse, dijo Cecilia a gritos porque los sentía sordos y dormidos.

Los que se duerman van a aguantar mucha hambre, hay que pensar para hablar, no mentir, trabajar y estudiar, argumentó ella con seguridad.

 



 

Ya va siendo hora de que te levantes de esa cama, le dijo a Fernando.

Déjame tranquilo contestó Fernando debajo de las cobijas, pareció dormir.

A esa hora ya había alguien en el lavadero. Quien tararea una canción con voz muy queda, resplandece el aire y el sol mueve las nubes a través de un cielo azul y detrás de él hay más canciones con esa voz que enamora.

Alberto no recuerda lo que había dicho Luis.

 


 

No recuerda nada por el efecto del aguardiente.

Muy temprano llegó a Casabianca, aclaraba el día y se iba la noche, vio como el día desbarata las sombras.

En ese instante se ve salir el sol Bogotano por detrás de los cerros orientales.

 


Fernando se levantó lentamente, está flaco y pálido, entró al baño, se lavó la cara y se reía, mirándose al espejo.

 




Luego, se le descolgó la cabeza y salió por la puerta que da al lavadero, sosteniéndose la cabeza con las manos.

 


 

Después sobrevino un sollozo, un llanto suave pero agudo, un movimiento brusco, haciendo retorcer nuevamente su cabeza encima de sus hombros.

De repente vio que el cielo se volvió plomizo oscuro, aún no aclarado por la luminosidad del sol Capitalino.

Fernando se enderezó y entró a la cocina.

Con él entró una luz tenue, no como si fuera a comenzar el día, sino como si estuviera llegando la noche.

Se sentó en un rincón y salió de su cuerpo. Alrededor del patio se perciben pasos que rondan la cocina, como gatos en la oscuridad.

 


 

Siente sus manos en el cuello las suaves manos del amor platónico, de pie en el umbral, delgada, de pelo corto que roza sus hombros, de cara pequeña, ojos claros, así la percibe.

 





Su cuerpo atravesado impedía ver la llegada del día, a través de su vestido, observa pedazos de cielo y debajo de sus pies destellos de luz.

 




Detalles tan pequeños que llaman la atención, sus ojos, sus sonrisas iluminan su rostro inmaculado.

 




Una luz que ilumina todo, como si el suelo debajo de ella estuviera desprendiendo rayos.

 


 

Fernando despertó, abrió sus ojos negros penetrantes que estaban llorando todavía, nadie lo entiende, nadie le cree, sentía un rencor vivo.

 




Cecilia está triste, se queda mirándolo y no puede resistir la escena.

 




Entonces ella se dio vuelta. Apagó la luz de la cocina, cerró la puerta y rompió en sollozos.

 




En un instante Cecilia recuerda todo lo que pasó en Calarcá. 
Pensaron que era un problema mental dijo Luis, ella no se atrevió a asegurarlo.

 


 

Cecilia sabe lo que han sufrido desde que todo comenzó.

 






Siguieron gemidos confundidos con la lluvia y el tictac de su gallinita que camina lentamente, como si se estuviera deteniendo el tiempo.





Siempre han dicho que está loco y no lo creo, más bien
debe estar muerto en vida, dijo Luis a gritos.

 




Se resolvió por el estudio, pero falló en su intento y se retrasó por siempre, dijo Cecilia.

 


 

Sólo ellos saben en realidad, lo que había pasado en Calarcá.

 




Al llegar al taller de mecánica sufrió un trauma mayor, un delirio de persecución que lo deprime.

 




Fernando a
brió de par en par la puerta, entró a la pieza afanado, se puso la camisa arrugada y encima se colgó un buzo con motas amarillentas que usaba desde su llegada a Bogotá.

 




El sol a esa hora es picante y cae sobre su integridad.
 Cortinas de nubes negras amenazan con caer. Al llegar frente al taller observa que Luis comienza a impartir órdenes.

 


 

¡Pobre gente!, se lamentó aferrándose fuertemente a uno de sus libros y sintió alivio al pensar que su destino ya está definido.

 




Hay pocas nubes en el cielo que está todavía azul y el aire sopla fuerte allá arriba, aunque aquí abajo hace mucho calor.




La madrugada fue apagando los malos recuerdos de Fernando. El mismo se oía el sonido de sus palabras, notaba la diferencia de este despertar.

 


 

Porque las palabras que había pronunciado hasta entonces, ya no las volvió a recordar ya no tienen ningún significado, no salen de su alma; se siente brillante; sin miedos, como se siente durante los sueños.

 




De repente la tarde se volvió gris en San Antonio. El salón de clases estaba oscuro y frío.

 






El profesor subió las gafas a su frente, cerró sus ojos azules y sobándoselos con los puños cerrados comenzó el mensaje filosófico.

 


 

En la calle se respira un ambiente hostil.

 




El crimen que comenzaba a aglomerar a miles de curiosos, en el caño del río Fucha donde flota un cuerpo sin vida, como consecuencia del fraude en las urnas, los integrantes del movimiento guerrillero ajustician selectivamente a quienes ostentan el poder. Nunca había visto un muerto, dijo Eduardo observando como Cecilia dobla su espinazo sobre el lavadero.

 




No puede explicarse por qué toda la gente estaba alrededor y ninguno hacia nada por sacarlo.

 


 

El cadáver estaba boca arriba flotando en la superficie del agua, vestido de paño gris a rayas, camisa azul y corbata roja.

 




Violentamente asesinado, rígido, inmóvil, abotagado, con protuberancias en la frente, los labios pálidos, el rostro macilento, con muecas de sufrimiento.

 




La gente dice que le dictaron la pena capital tras consultas con el pueblo.

 




Es una guerra entre los del brazo armado de la izquierda y los de la extrema derecha.

 


 

Esta es la guerra política, dijo Cecilia que termina de colgar la ropa en las cuerdas del patio.


Se apropiaron de la espada de Bolívar y van a matar a todos los opositores, gritó Eduardo recogiendo el balde del suelo y tomando a Cecilia del brazo la condujo a la cocina, en donde degustan el arroz con frijoles.

 




Allí está Fernando, pálido, callado, al lado de Cecilia, son inseparables. Se necesitan, se quieren, la enfermedad es compartida, se fundieron en su pasado.

 




Sufren mucho y no saben por qué, talvez de tristeza.

 


 

Había oscurecido y Fernando prefiere ver a su madre viva no muerta como la había visto en su último sueño.

 


Cecilia también le sirvió arroz con frijoles. Suspira mucho y cada suspiro es como un sorbo de vida que se le va.

Y aunque no había niños jugando, ni palomas, sintió como si estuviera en Calarcá.

 

Fernando comparte solamente el silencio.

Porque su cabeza está llena de ruidos y de voces raras.

De voces extrañas y aquí, donde el aire es escaso, se oyen mejor.

 


 

 

Se quedan dentro de su ser.

 


Se acordó de lo que le había dicho su madre en Calarcá Allá me oirás mejor.

 

Estaré más cerca de ti y encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que es la de mi espíritu, si es que alguna vez mi espíritu ha contactado con el tuyo.

 

Mi madre no está muerta sino viva, afirmó Fernando.

 

 

 

José Eduardo Celis López

 

 

 


 











CAPITULO II

AMORES CELESTIALES

 



 


 

 

 

Eduardo corre en el Parque Nacional, presuroso, un escalofrío recorre todo su cuerpo, cala sus huesos, da vueltas a la glorieta, mira por entre los árboles con ansiedad, busca por la orilla de la quebrada, hasta que no aguantó más y se desmoronó totalmente sobre uno de los asientos, con las piernas abiertas expuestas al sol.

 


 

 

Allí lo envío lázaro el amigo de Luis y su mejor cliente.

 
Nunca en su vida había tenido la experiencia de encontrarse con personas extrañas para hablar de negocios.

Ahí estaba un Señor Moreno, calvo, de rostro fresco quien le extendió la mano sonrientemente.

-¿Cuántos años tienes? Indagó.
Veinte años, voy a cumplir.

 


 

-¿Con quién vives?
Con mis padres y con mis hermanos.

-¿Que estudio tienes?
Soy bachiller, contestó Eduardo extendiendo el diploma.

 

El hombre revisó su contenido, se acomodó sus mancornas y el pisa corbata de oro y le dijo aquí está Ligia, con ella se va a entender de ahora en adelante.

 

Eduardo se impactó ante la presencia alegre y sonriente de la mujer. 

 

Ella sacó de su bolso de cuero un paquete de cigarrillos y se llevó uno a su boca de rubí, dejando escapar un bucle al aire.

 


 

 

 

En la tarde, Fernando sintió que está aturdido por el sonido del compresor y salió del taller presuroso a buscar tranquilidad en Casabianca.

 

Al entrar se encontró con su amor platónico.

Atinó mirarle con ternura sus ojos negros y hechiceros, su frente amplia, su preciosa boca, su pelo suave que cae sobre la espalda hasta la cintura de muñeca.

Sintió de cerca su aire de gitana con espíritu llanero.

 


 

Se sentó en un rincón de la cocina a tomar tinto con Cecilia, salió temprano del taller le dijo ella dando una mirada juzgadora por encima de sus gafas y cerrando la puerta le indagó sobre lo que le había ocurrido con Luis en el taller.

 

Fernando le contó que estaba muy aburrido con el trabajo en el taller y que no soporta los ruidos.

¡tomémonos otro tinto! dijo Fernando, para eso tengo a mi mamá viva!, exclamó con alegría.

 

 

Fernando habló de sus años en Calarcá y recordó lo feliz que pasó con sus tías en Pereira, me gustaría regresar dijo con nostalgia.

 


 

 

Cecilia también recordó a su querida Pereira, se pusieron de pie, sintieron alegría en su corazón y sonrieron.

 
Entraron a la alcoba tomados de la mano, como si se olvidaran de sus tristezas, entre tinto y tinto, miradas, sonrisas y mensajes subliminales, se regocijaron en una tranquila tarde.  

 

Al día siguiente Eduardo llegó temprano a la oficina de la Presidencia del Banco.

Se comprometió con la secretaria a traerle un paquete de bonos, para consignar en la cuenta bancaria. Aclarando que se debía entregar un porcentaje en efectivo.

 


 

De inmediato se iniciaron las diligencias y el intercambio de bonos por dinero en efectivo.

 

No estarás en el Banco solo para ganar dinero, le dijo Lázaro muy serio, sino para aprender la profesión y cuando ya sepas algo, entonces podrás ser gerente.

Por ahora eres sólo un aprendiz bancario; quizá mañana o pasado llegues a ser tú el jefe.

 

En el segundo piso se encuentra la oficina de Eduardo, cerca de la gerencia, en donde coordina las operaciones. 



 

Mientras tanto en Casabianca promediando la mañana Lucia se encuentra planchando y doblando ropa, de repente apareció Alberto quien la busca presurosamente.

 


Tan pronto se encuentran se funden en un abrazo y un beso, sin mediar palabras como nunca lo habían hecho.

 


Sellaron para siempre un amor infinito, por encima de cualquier consideración. Cecilia está feliz de ver a su hija feliz. Él era su luz y se convirtió en sombra y hecha sombra se marchó al olvido,
todo ese amor se quedó escondido en lo más recóndito de su alma. 



 

En una decisión insólita, Luis estuvo de acuerdo con que se normalizaran las relaciones de Lucia con Alberto, Luis les manifestó que tomaran la decisión, sin necesidad de consultarle.

 


Eduardo comienza una etapa exitosa, a partir del momento que empezó a trabajar con el Banco, no le volvió a faltar dinero en sus bolsillos.

Después de hacer oficio todo el día Lucia le dijo a Alberto suavemente. Te espero en el patio de la casa, para que hablemos de lo nuestro.

 


 

Allá en la parte trasera de Casabianca frente al lavadero, se encontraron ante una realidad preparada para la ocasión.

¿Qué es lo nuestro? Preguntó Alberto, cautelosamente.

 

Nuestro matrimonio, contestó ella levantando la voz al tiempo que lo apretó fuertemente contra su pecho.

 


De inmediato Alberto sacó de su chaqueta de cuero un fino estuche y colocó delicadamente una argolla de oro en uno de sus dedos y otra en uno de los suyos.

 


 

 

¡Salud! Dijo levantando la copa de champaña. ¡Salud! contestó Lucia.
Él era una luz y se convirtió en su sombra, una sombra que aún hoy la persigue.

 

Llovió toda la siguiente semana y en medio de la lluvia   nacieron amores imposibles y murieron amores posibles.



 

Una mañana de esas premonitoria en el Restrepo amarteladamente en la terraza se estrechan dos pardillos asustadizos.

Los flirteos alcanzaron a advertir la atención de los intrusos.

Cerca de la cocina lograron un galanteo trivial y al notar su presencia, bajaron el tono de su amorío.

 



A través de la ventana de la cocina se escucha la voz de Cecilia conversando con Fernando quejándose de la imprudencia e insensatez de Luis. Ella le dice que ya es hora de irse acostumbrando. 

Cecilia lo conduce al comedor debajo del cobertizo y con fascinación contemplan una cesta que contiene un ramillete de radiantes flores y azucenas de diferentes colores, brillantes, con tallos altos y verdes hojas.

Espectacular momento de satisfacción que les produce un entusiasmo profundo y los une en un espontáneo abrazo.

 


 

El suceso de esta mañana ha quedado plasmado en la base de la maceta que contiene el adorno floral.

 

Descubren una etiqueta con el membrete y rubrica propios de Amanda, que se adelanta de esta forma en la conmemoración del día de la madre, próxima a celebrarse.


Cecilia elogia el afecto de Amanda con este hecho trascendental. ¡Nunca me habían regalado flores! exclamó dichosa y feliz.




Como ocurría siempre, Cecilia mira el cuadro de las ánimas benditas y agradece en voz alta por los favores recibidos.

 


En el día de hoy era mucho lo que tenía que agradecer.

 

Seguidamente como por impulso Eduardo sacó de su dedo una argolla de oro que le perturba y la colocó delicadamente en el anular de Cecilia,
para sepultar la propuesta que tanto le atormenta.


Sabía que a Cecilia le gustan las joyas

y se fue al empotrado armario gritando soy libre no quiero casarme.

 


 

Esperaron a que terminara el rosario para que Cecilia sirviera la comida. A nadie más esperaban a esa hora de la noche.

 


Como siempre Fernando comía muy rápido casi sin masticar y al tiempo que manducaba los alimentos soltaba cortantes risas nerviosas. 

Este era un momento sosegado y apacible para compartir una bandeja paisa, oyendo a Cecilia recontar historias de su natal Pereira y en su largo peregrinaje por Calarcá.




Escampó después de las nueve de la noche. Todo está tranquilo en el Restrepo, Cecilia se esmera por atender a Fernando para evitar alteraciones de su personalidad.


Eduardo volvió a su cuarto y empinándose observa a través de la ventana el accionar retraído de la avecilla que inocente respinga en busca de calor paterno.

 

Aún no se percata de las consecuencias fatales que le esperan por el inminente destino.



La avecilla voló sin rumbo conocido dejando su nido abandonado.

 
Cecilia asegura que ya se aclimató al frio Bogotano, dice que en los últimos años han cambiado muchas cosas, Lucia es madre de dos niñas, Amanda funge como enfermera, Diego se encarga del taller y Ferney adelanta su vocación de jurisconsulto. Dice que ninguno se ha acostado con hambre, todos gozan de los beneficios de manutención de Luis. 

No importan las necesidades básicas, lo que en realidad los une es la tolerancia por los procederes de los demás. 

Es la misma historia de siempre, comentó Eduardo.



 


Si, pero Luis produce para todos sin que hasta el momento alguien se atreva a coger las riendas de esta casa, replicó Cecilia quien esconde sus piernas debajo de la mesa.  

 

Automáticamente Eduardo recoge del mesón dos recibos de servicios para hacerse cargo de su pago.

 

Esta es la primera muestra del compromiso que en adelante asumirá con su familia. 

Antes que Cecilia se esconda en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde ya no pueda alcanzarla ni verla y adonde no pueda volver a escuchar sus palabras, balbuceo Eduardo.






A través de la ventana penetran los aires armónicos de aquella hermosa avecilla de fino pico y pequeños ojos verdes que retoza encima del lavadero, ávida de afecto, galanteando abiertamente como si no advirtiera su destino infame.
En la terraza Fernando hace muecas como si se le desprendiera la cabeza. Fernando sufre de un movimiento sintomático producido por la contracción de los músculos del cuello.  
Y se encontró de pronto solo en la casa vacía.



 

La ventana de la casa abierta al cielo le permitió ir y venir de nuevo libremente como un espíritu.

 


Los huesos de su cara están forrados por un pellejo curtido por sus treinta años de existencia, de los cuales los últimos diez han sido marcados por una rara incapacitante y dura enfermedad.

No se supo nunca el verdadero origen de su enfermedad que lo tiene prácticamente enajenado.

 

Cecilia recuerda con perspicuidad el ataque de paranoia que tuvo esa mañana en Calarcá, dejando todo al sol y al agua, luego de patearlo con tosquedad y en la noche llegó calmado, como si no hubiera pasado nada armó de nuevo su aposento, comió y se acostó sosegado. 



 

El viernes Eduardo llegó a la taurina, esa noche estaba alborotada por las fiestas decembrinas, en un rincón se encuentran los Echeverry, famosos por sus intervenciones en asuntos ilegales, de lejos los saludó con una venia.

Eduardo se acomodó en la barra a degustar el néctar y la buena música.

 

 


 

La taurina estaba a reventar desde tempranas horas, sus luces y colores daban un aspecto carnavalesco, hombres y mujeres gritaban alborozados. Ahí se encontró con Manuel su gran amigo de colegio y Carlos su hermano.  

 

Eduardo se entusiasmó por el buen ambiente y comenzó a cantar fuerte, tras el sonido de los altoparlantes.

 

Cuando sonaban los aretes que le faltan a la Luna irrumpió Yudy, su gran amor que departía muy cerca, con su hermano Omar y sus sobrinas Yaneth y Liliana que estaba de cumpleaños.



 

Él se quedó mirándola, le llamaron la atención sus cabellos largos y sus ojos claros, tímidamente trató de tocarla, pero ella instintivamente retrocedió, para volverse a él presurosa.

 

Eduardo se animó a bailar tomándola por la cintura fuertemente.

 

Desliza sus manos por toda su humanidad y su hechizo pelo, disfrutando cada instante de este encuentro inesperado y ahora se ubicaron en el centro de la pista, en un apretado baile sinigual.



 

 

Al término de la melodía, respiraban muy cerca, cara a cara, ella en un arrebato de pudor le dijo jadeantemente ¡no me beses! entonces como por instinto Eduardo la besó, sellando ahí este encuentro casual y definitivo.

 

Ella se retiró a su lugar, llevando los nervios de punta, abrumada y ansiosa.

De inmediato se armó la bronca, se formó una monumental trifulca a un lado de la pista, inesperadamente estuvo en peligro la vida de Eduardo,

 



 

Absurdamente recibió el ataque feroz de cuatro bandidos, a medias logra repelerlos con una botella que trata de romper contra el filo de la barra.

 

La oportuna intervención de los Echeverry evitaron su linchamiento, lo defendieron y con revolver en mano repelieron el ataque.


Después de la media noche Eduardo regresó a la casa en compañía de los Echeverry. El menor de ellos, el más sagaz en el manejo de armas que lo convierte en un peligroso atracador nocturno, ladrón de bancos, maleante obstinado, le dijo lacónicamente ¡Cuídate mucho, diablo!, no te metas en problemas, cuídate hasta de nosotros.



 

En las penumbras estalló una carcajada. Hace presencia un fantasma envuelto en una sábana blanca que recorre la casa paterna en forma misteriosa. Eduardo se recogió en un rincón de la cama, pensando que se trataba de su hermano Fernando que había recaído en sus manifestaciones de excentricidad.


No es nada malo dijo Cecilia con voz calmada, no tengas miedo, deje la luz prendida para que no tenga más ofuscaciones.

 

 


 

Entonces Eduardo dejó la luz del cuarto prendida, sin duda su estado de intoxicación etílica le había jugado una mala pasada.



¡Téngale miedo a los vivos! gritó Luis.

 


Fernando se quedó quieto debajo de la escalera, sus ojos brillaban y su rostro dibujaba una sonrisa.

No se preocupe, dijo Fernando que observaba la escena de lejos, lo cierto es que un amigo vino a despedirse, cuando alguien muere, su espíritu sale del cuerpo y hace un recorrido, acotó gesticulando.



 


 

Eduardo lo miró perplejo, tenía la idea que el fantasma era su hermano, su mirada inalterable le producía espanto.
Eduardo se durmió y Cecilia apagó la luz. El espíritu perturbador termina su recorrido y la noche pasó volando.

 

Al otro día Cecilia está aseando la terraza y observa como una avecilla se asoma por encima del muro del lavadero, sonríe y guarda silencio. La observa a cada instante parece que le incomodara con su canto. La mañana se torna lluviosa y plomiza.

 

 


 

Por más que estuvieron muy cerca la una de la otra no fue posible que se tocaran sus corazones.

¡Qué haces! dijo Yudy en la mañana, al ver que Eduardo la seguía.

Era el primer día del noviazgo y
Yudy salió con sus dos sobrinas y las acompañó hasta la escuela, era muy temprano.

 


 

Yudy hace este recorrido con sus sobrinas todos los días, como también Eduardo estaba dispuesto a hacerlo mil veces y así se fueron conversando por la Caracas. hasta dejarlas en el salón de clases.

 

Entraron al planetario a tomar un café y se comprometieron totalmente.

Cuantas veces quise estar compartiendo mi vida con una persona tan bella, le dijo Eduardo.

 


 

Luego Judy quedó en la casa con Flor y Eduardo se introduce en un trolebus para llegar temprano a su trabajo en el Banco.

 

Pensando que ha encontrado la mujer ideal. la que más lo quiere después de su mamá.

 

En ese momento a Eduardo se le ocurrió pensar que ahora si estaba enamorado y que quería casarse con Yudy.

 


 

Pensó comprar las argollas de matrimonio, aun no tenía nada preparado, era muy prematuro pensarlo y hasta hace muy poco dijo que no se quería casar y que tenía toda la vida por delante.

 

Al otro día apareció Yudy en su casa y le dijo que no se preocupara por el matrimonio, que pensaba irse para donde su tía en Honda.

 

 

Se entregó totalmente a luchar por su amor, mil veces repitió que se casarían y muy pronto y le dio la posibilidad de ir a Honda, manteniendo su trabajo en el Banco.

 


 

Eduardo soñó con tener hijos una niña y un niño que le dijeran ¡papito papito¡ y adelanta con Alberto la confección del vestido de novia con una cola larga, blanca y radiante.

 

En el mes de abril fueron a Honda con toda la familia.

Yudy le confesó que también quería tener hijos suyos.

Disfrutaron animadamente en Honda que tiene un calor y un ambiente que amaña.

 


 

 

Después se casó con Yudy y fueron felices y tuvieron dos hijos en una luna de miel inolvidable.

 

Yudy es la mejor de todas, la mas completa para todo, muy juiciosa y les entregó toda su juventud hasta nuestros días es ella blanca, radiante, de cara preciosa de ojos claros y con diecinueve años.

Cuando se hicieron novios primero pasaron dos años, después se casaron por la iglesia católica.

El matrimonio le vino muy bien a Eduardo, se consolidó en el Banco, y disfruta todo instante, le gusta más que levantarse tarde.

 


 

La vida en pareja les llegó como anillo al dedo la pasan muy bien, bailan, se divierten y les gusta vivir independientemente, sin tener que recurrir a la familia.

 

Yudy es sensacional cada día se quieren más, más y más, es una aventura muy emocionante, juraban amor toda la semana, Eduardo le dice te quiero, te quiero, te quiero.

Muchas veces van a la pizzería y le llevan pizza a los dos hijos. Les encanta tomarse fotos en familia con los niños.

Van construyendo un nido de amor, comparten un amor que nunca muere.



 





 


En el Restrepo el sol entró a la casa sin abrir la ventana, en la pajarera ya se escucha el canturreo de la avecilla que tanto ha alegrado el ambiente, su música puede más que la tozudez de sus contrincantes, es el símbolo de amor puro, tierno y seductivo que profesa.

 

Es una llama que nadie puede apagar. 

 

 


 

 

 

 

 

 




CAPITULO III

AMOR ETERNO





CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA 1970-2020  EDUARDOCELIS

 


 

 

 

 

 

 

Cecilia le dijo a Amanda que se iba a bañar y le pidió un jabón perfumado, Amanda se fue a tráeselo y cuando volvió ya estaba en el baño.


 

Ya no respondía, ¿Está usted viva? Preguntó Amanda angustiada ¡Dígame, por favor está viva o no se está bañando, voy a abrir la puerta!

Amanda abrió la puerta y se encontró de pronto sola en ese baño vacío.

Las ventanas estaban abiertas y del cielo llovían bolas de luz, de luz intensa y brillante. Solamente vio que se asomaron las manos descarapeladas que mostraban sus anillos de oro.

Cecilia, Cecilia, Cecilia! Cecilia!
contestó el eco.

 


 

Porque tiene un solo ojo le preguntó. Es que la luz es muy fuerte y no alcanzo a ver bien desde aquí.

 

Inmediatamente Amanda llamó a Eduardo para contarle lo sucedido.

 

Eduardo se asomó por la ventana y la vio ahí, brillante como el sol, moviéndose, con las manos descubiertas y sin las joyas.

 


 

Ferney las tiene dijo Amanda.

 

Luis se apuró a salir sin desayunar evitando terciar en los hechos ocurridos, trató de levantar la batería del carro y se reventó un resorte. Regresó a la casa dejó la batería en el suelo y volvió a salir silenciosamente a donde lázaro para cobrar un dinero que le adeuda.

 

Por qué lloras mamá, preguntó Fernando, pues reconoció el rostro de su madre.

 


 

No quiero que tu padre se muera antes que yo, le dijo Cecilia, pues al verlo salir cree que no volverá.

Y luego, como si se le hubieran saltado todos los resortes, se dio vuelta sobre sí misma una y otra vez, hasta que las manos de Luis la abrazaron y le dijo: tranquila aquí estaremos los dos siempre.

 

Luis llamó a Pablo, a Luis a Diego, pero ninguno contesta.

 


 

Todo lo que comía lo devolvía, ese día se pasó de cama en cama y por último llamó a Eduardo para decirle, Eduardito que puedo hacer yo y Eduardo le preguntó que quiere Papá y lacónicamente contestó: ¡morirme!

 

De ahí en adelante Eduardo estuvo a su lado cada instante junto con Alberto y Ferney en este suceso inesperado.

 

Amanda también decidió estar en la casa y recuerda muchas cosas que pasaron en la familia.

Cecilia dice que se apagó su luz.

 

La mañana llega lluviosa, plomiza, sinembargo aun se ve el reflejo de la Luna, Luis era su amigo desde su infancia y departieron cincuenta años.



 


Pobre de ella se siente abandonada. Se hicieron la promesa de morir juntos. De irse los dos para darse ánimo uno al otro en el último viaje, por si se necesitaran, por si acaso encontraran alguna dificultad. Eran muy amigos.


Alberto dice que lo quería mucho porque Luis le dio su confianza y se le llenaron los ojos de agua, Alberto salió y se fue.

 

 

Los demás se quedaron a su alrededor porque aún se sentía su presencia.




Así transcurre el más alarmante día de la partida de Luis y la agonía de Cecilia,

 

Oyeron que alguien se queja y se da cabezazos contra la puerta. Y allí estaba Luis. ¿Qué es lo que le pasa? Le preguntaron de adentro, Busco a mi papá, contestó, me dijeron que está aquí.

 

Ya se marchó y no está aquí, un silencio profundo sigue después, Luis también salió y se fue.

 

¡Cecilia no puede entender porque Luis se fue! son las cosas de Dios dijo.



 

 


Fernando salía y entraba, miró a través de la ventana y se siente como encerrado en ese patio a cielo abierto y rodeado de perros rabiosos que lo acosan.

 

Como que se le va la voz. Como que se le pierde el sentido. Como que se ahoga con un taco en la garganta.

Ya nadie lo quiere. Ya no sabe si es un sueño o es la realidad.

Metió la mano por un orificio de la ventana y alcanzó a coger una manzana, la mordió y sintió que estaba en descomposición, no había nadie allí.

 


 

 

Fernando se quedó mirando a una mujer de cabellos rizados y caderas protuberantes que entraba y salía.

 

No tenía agua, no había luz ni gas es como un destierro. No siente el pelo, no encuentra la cara y sus manos están más arriba de los hombros.

 


Sin embargo, era muy consiente que se iría para siempre,

 

Fernando se puso a orar llamando a Cecilia fuertemente, a Luis, a Diego.

Hubo un tiempo en el que estuvo oyendo durante muchas noches el rumor de la voz de su mamá.

 


 

 

Le llegaban los ruidos de su voz hasta la media noche.

 

Se acercaba a la ventana para ver si había alguien, pero estaba oscuro.

 

Nada. Nadie. Las piezas estaban solas como ahora.

Luego dejó de oír la voz. Y se cansó y se quedó dormido.

En sueños seguía oyendo voces como ecos. Con espanto oía el aullido de los perros.

 

 


 

 

Fernando no se pudo despedir de nadie, pues todos lo habían abandonado.

 


En la madrugada se fueron apagando sus recuerdos.
ya no oía el sonido de sus palabras.

 

En un arrebato de fe dijo: ¡todo está consumado! al medio día salió y se fue,

 

Cecilia está ahí con él. Ella lo reconoció y andaban juntos.

 

En la tarde, Cecilia está en Soacha ilusionada con ver a sus hijos. Cecilia y Fernando siempre están juntos.

 


 

Eduardo se encontró con Diego y se cruzaron la mirada fijamente, Diego sonrió se escondió en su pieza, estaba bien vestido, listo para irse.

 

Durante el desayuno tomó su chocolate como todas las mañanas, se sentía inquieto y preguntó ¿oye
quién está cumpliendo años hoy?
Cecilia contestó Eduardo.

 

Entonces se detuvo en su pieza y decidió quedarse en la casa, colocó la cabeza sobre la almohada, subió una pierna sobre la cama y salió y se fue.


Él se comportaba como un niño dijo Eduardo, un niño con 76 años encima contestó la Doctora.

 


 

Si, él vivía sin afanes, se reía solo, no se quejaba de nada acotó Eduardo.
No quise molestarle dijo la Doctora. A pesar de todo, era como un niño. Está bien, lo siento.

 

Al subir las escaleras vio a Lucia y Alberto almorzando con sus tres hijos y sus dos nietos. Ella nunca lo mandó al olvido y aún hoy sus labios lo nombran.

Al rato Luis entró nuevamente y dijo que se le había reventado un resorte.

Su último viaje a la oficina de Lázaro lo había dejado exhausto.

 


 

Nadie le creía porque parecía que no hablaba en serio y así pasaron varios días sin que se le prestara la atención requerida.

 

 

Estaba encerrado en la casa, acorralado,

desahuciado y ninguno podía ayudarlo, eran como las cuatro de la tarde y Luis salió y se fue.

 

 

Diego llegó a Matatigres para hacerse cargo del taller de mecánica porque le dijeron que su padre, estaba muy enfermo.

 


 

Cecilia le dijo, no dejes abandonado a Luis en estos momentos tan difíciles.

 

Estoy segura de que lo está necesitando con urgencia, hace días que no viene a la casa y se encuentra solo encerrado, muriéndose en ese taller.

 


Entonces Diego así lo hizo.

 

Y de tanto decírselo se quedó trabajando al lado de Luis y Pablo.

 


 

No le vaya a cobrar por la ayuda, hágalo de corazón.

 

Exígele que vuelva a la casa, aquí lo cuidaremos mejor.

 

Que se olvide de rencores, hijo dígale que vuelva.


Así lo haré, mamá. Contestó Diego inmediatamente.


Pero no pensaba cumplir su promesa por mucho tiempo debido a que había tenido varios altercados con Luis.

 

Hasta que ahora le tocó volver por obligación y de este modo se esforzó por trabajar nuevamente en el taller a pedido de su madre.

 


 

Por eso vine a Matatigres para atender los negocios de mi papá, se expresó Diego ante sus hermanos.

Era ese tiempo de la bonanza cuando a Diego lo llamaban de muchos talleres para realizar  su trabajo de latonero.

El trabajo en noviembre y diciembre abundaba y en enero y febrero se escaseaba.

 

Diego trabajaba dos meses y descansaba hasta que se le acababa el dinero.

 


 

Pero el que trabaja bien se lo pelean los dueños de los talleres.

Y Diego prefería trabajar en otros talleres porque le pagaban completo el jornal en cambio al lado de Luis estaba triste porque no se veía el pago todos los fines de semana.

 

Eso es lo que no entiende mi mamá; decía Diego con nostalgia, entre resignación y suspiros. Siempre fue así se volaba del taller con otros patrones y el retorno era porque le daba pesar con su padre.

 

Pero jamás volvió con alegría siempre traía los ojos llenos de tristeza de tener que volver obligado.

 


 

Hoy es diferente porque vengo con los ojos de mi mamá quien me los dio para ver la necesidad por la que pasa mi papá y no por el dinero.

 

Hay allí mucho trabajo comenzado dice Luis y le recomienda que trabaje duro con sus hermanos para llevar comida a la casa.

 

La voz de Luis no era tan fuerte, era más bien suave, casi apagada, como si hablara consigo mismo.

¿Y por qué volvió usted a Matatigres, si se puede saber? preguntó Pablo. Vengo a ayudarle a mi papá contestó. ¡Ah! Eso dice siempre pero a los pocos días se vuelve a ir, no eres constante, dijo él.

 




Y siguieron trabajando en silencio, vamos cuesta abajo, como dice el tango dijo Luis, que tiene los ojos hinchados por lo pesado del sueño.

¿Y cómo sigue su padre?
preguntó Lázaro preocupado por la ausencia de Luis.

 

Ya está mejor don Lázaro, pero no quiere salir de esa pieza.

Déjelo tranquilo menos mal que tiene a su hijo mayor atendiendo el taller.

 

 


 

Yo también soy hijo de Luis dijo Pablo y también estoy ayudándolo. Todos somos sus hijos dijo Luis, pero de distinta madre, por lo menos él me llevó a bautizar dijo Pablo.

Con usted debe haber pasado lo mismo?

No me acuerdo, pero creo que si contestó Luis.

 

¡Váyanse al carajo! Gritó Diego, no confundan a don Lázaro.

 

¿Qué dice usted? Preguntó don Lázaro. Que ya le estamos terminando su carro para entregárselo.



 

Sí, ya lo veo. Gracias Diego.

 

En Talleres Santacruz de Matatigres el patrón Luis Celis se enfermó y sus hijos lo reemplazan dijo don Lázaro.

En Soacha los niños juegan y aturden con sus gritos. Cecilia se distrae con el vuelo de las palomas conversando con Diego y Eduardo y disfrutando un cielo azul del atardecer.


Ahora estaban aquí, en este pueblo sin ruidos.

Oyendo caer las pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles.

 


 

Algunas casas están vacías con las puertas cerradas invadidas de yerba.

Al cruzar una bocacalle vieron a Fernando fumando un cigarrillo y se desapareció como si no existiera.

 

Después volvieron a verlo de frente y lo siguieron con la mirada.

Diego le llamó muy fuerte:
Fernando miró y sonrió

¿Es que no sabe dónde vive? Allá está la casa junto al centro de salud. Fernando se fue en silencio y Cecilia lo guiaba.

 



Su voz estaba desafinada, su boca como seca y la cabeza muy desprendida de los hombros, sus ojos clavados en la tierra.

 

Fernando ha sufrido mucho, siempre lo he visto enfermo, dijo Diego.

Volvieron a la casa, aunque los niños seguían jugando, Cecilia la sintió muy fría.

 

Ni las palomas, ni el cielo azul, la pudo consolar, sentía una agonía en todo su ser.

 


 

Cae la noche y se escucha solamente el silencio, aún no esta acostumbrada a quedarse sola, su cabeza sufre de calores.

No entiende porque está viviendo en un pueblo tan solitario, conversando con alguien que no existe.

 


Llegó la hora de despedirse
Diego va para Matatigres.

Eduardo va más allá, donde se ven los cerros orientales.

 

Allá tiene su casa. Si usted se quiere venir a vivir conmigo, será bienvenido, le dijo a Diego.



 

Diego le agradeció diciendo ¿Dónde más podré encontrar alojamiento seguro? Solamente en su casa y donde Lázaro si es que todavía vive. Dígale que va de mi parte se escuchó una fuerte voz y una carcajada.

 

¿Y cómo se llama usted?
—Luis su papá —contestó. Lo alcanzó a ver y le dijo
soy su hijo.

 

Parece que nos hubiéramos puesto cita.

Parece que se hubieran estado esperando, porque se abrazaron y de inmediato se metieron por unos cuartos oscuros y desolados.

 

Iban caminando a través de un angosto cuarto que no tenía puertas, solamente aquella por donde entraron. Diego encendió una vela y lo vio vacío.

 

 


 

 

Aquí no hay dónde acostarse dijo. No se preocupe por eso mijo, contestó Luis sonriendo.

 

Estoy cansado dijo Diego.
Vamos a tomar un tinto y algo de comer, después organizamos lo de la dormida, contestó Luis.

En la enramada el agua gotea hacia la arena del patio. Diego organiza la herramienta mientras Luis y Pablo daban vueltas y rebotes tratando de abrir las puertas de un carro. Ya se había ido la tormenta y de vez en cuando cae la brisa sobre el taller de Celis e hijos.

 


 

Las palomas van al patio, picoteando las lombrices desenterradas.

 

Cecilia apareció en medio de un sol de colores que jugaba con el aire de la mañana. Fernando sintió sus manos suaves que le acarician su cara, mijo he orado mucho por ti.


El aire levanta sus vestidos de seda y los hace reír. Se juntaron en un fuerte abrazo con la mirada fija en sus ojos. Mientras un rio de agua viva corre entre sus dedos.

 

 


 

 

Sus cabellos vuelan al viento, como si hubieran sido levantados por las alas de un pajarillo.

 

Y desde arriba, como el pajarillo caen haciendo maromas y acrobacias, sobre el verdor de la tierra.

Cecilia tiene sus labios rojos como si hubiera besado el pétalo de una flor.

 

Fernando tiene su rostro fresco como el de un muchacho.
Mi mamá está viva gritó. Ya me estoy acostumbrando a verla tan radiante, como una luz.

 

 


 


Siempre he estado cerca de ti le dijo mirándolo con sus ojos negros, enmarcados por frondosas cejas. Fernando alzó la vista y miró a su madre con ternura.

 

¿Sabes que estoy pensando? Que vamos a estar aquí juntos por mucho tiempo, mucho tiempo.

Vamos a tomar tinto.
     —Ya voy, mamá. Ya voy.

 

Ahí estaba Diego con Eduardo y Mauricio, oyéndolos conversar, aunque ellos no los veían, se quedaron callados, para no molestarlos.

 


 

¿Dónde te habías metido? Dijo Cecilia cuando sintió la presencia de Diego le dijo:


Te estábamos buscando.
Estaba en el otro patio contestó Diego, donde no hay perros rabiosos.

 


¿Y con quién? ¿trabajando?
No, mamá, con el pastor estaba orando. Cecilia miró a Eduardo y a Mauricio, con sus ojos negros bien abiertos.

 

 



 

 

¿Y les habló muy duro como si estuvieran a kilómetros de distancia, encima de las nubes, en el más allá, vamos a rezar el rosario? Estamos en el novenario de Luis. Claro que si contestaron ellos.

 


Allí está Lucia en el umbral de la puerta, con una vela en la mano, lista para rezar el rosario. Me siento triste, dijo. Entonces se dio vuelta y colocó la vela en el candelero.



 

 

Cerró la puerta comenzó a orar mientras caía la lluvia. El reloj marca las siete en Soacha.

Cecilia recordó que Luis fue un buen hombre, muy cumplido y le perdonó todos sus errores. Era quien nos alcahueteaba todo en Pereira dijo y lo siguió haciendo todavía después que se vino para Bogotá dijo Diego.

 

 


 

 

Me acuerdo del desventurado día que sucedió el accidente automovilístico de Lucia dijo Cecilia. Todos nos conmovimos porque todos la queremos. Pero Luis casi se enloquece era la luz de sus ojos.

 


En diciembre nos llevaba regalos a Calarcá, recordó Eduardo.

Y nos contaba historias de las cosas que sucedían en Bogotá, dijo Amanda.

 


 

Era un gran conversador incansable, dijo Diego, mi papá era un personaje en Matatigres.

 

Después que se le reventó el resorte dejó de hablar. Decía que ya no tenía sentido decir cosas que no servían para nada. A las comidas ya no les encontraba ningún sabor. Desde entonces enmudeció, pero, eso sí, no se le acabó la costumbre de gritar a la gente.  

Al final Luis pensó que debía estar muerto, seguramente.

Bueno, ya no me preocupa porque los hijos están grandes, dijo.

 

 




Se puso a mirar a Cecilia que la tenía al frente y pensó que debió haber pasado momentos difíciles, pero aguantó los cincuenta años conmigo, concluyó.

Eran casi las cuatro en Soacha y todo estaba en silencio.

 


 

 

Cecilia se quedó mirándolo y pensó que ya habían pasado Cincuenta años y no pudieron vivir como querían sino como podían, la vida en Bogotá es difícil para todos concluyó y no puede creer que Luis se muera primero.



 

 




 

 

 

 

 

 


Luis María Celis Rey

Cecilia López de Celis

Diego Celis López

Ferney Celis López

Lucia Celis López

Luis Fernando Celis López

José Eduardo Celis López

Amanda Celis López

 


Conversando con Eduardocelis

Volumen II año 2021



joseeduardocelislopez

joseeduardocelislopez


joseeduardocelislopez

eduardocelis


Por Eduardo Celis


Cincuenta años en Bogotá
march 2022


BOGOTA50 
 

  
 
 
 
 
 
PROLOGO DEL AUTOR
El presente libro relata el acontecimiento inesperado sucedido en nuestra familia en el año 1970. Cuando vivíamos en Calarcá nadie se moría, todos estábamos completos y llenos de vida. Sin embargo, llegamos a Bogotá y empezamos a tener noticias de las muertes en nuestra familia, se murió Abraham, Juan, Celmira, Pola, Gonzalo, Nieves, Jairo, Benjamín, Claritza, Nohemí, Olga, en fin, uno por uno se fueron despidiendo de este mundo y se fueron a la eternidad.
Ferney dice que simplemente colapsamos y nos vamos a formar parte del torrente de la vida. Bogotá no significó la muerte de nuestros familiares, también fue naciendo la nueva generación de los Celis López: nacieron Olga Lucia, Luz Magaly, Adolfo Mauricio, Rodolfo, Diana Esperanza, Johanna Paola, Juan Manuel, David, Samuel, Danna Sofía y se creció la familia. 
Ferney dice que la muerte no existe
 
 

 
Nacidos en marzo
 
Albert Einstein nació el 14 de marzo de 1879 en Ulm Alemania, al siguiente año, sus padres se trasladaron a Múnich, en donde se establecieron como comerciantes en electrotécnicas. 
Su teoría sobre la luz, la teoría cuántica y la teoría de la relatividad, hicieron que The Times lo llamara el nuevo Newton y su fama llegó a todo el mundo. 
A mediados de 1924 escribió: “No se puede evitar la fascinación al contemplar los misterios de la eternidad, la vida y la maravillosa estructura de la realidad. Es suficiente tratar al menos de entender un poco el misterio de cada día". Albert Einstein
Premio Nobel de Física 1922
 
 

 
 
Eduardo Celis
 
Nacido en Pereira el 27 de marzo de 1954 sus padres se trasladaron a la ciudad de Armenia al siguiente año y luego a Calarcá donde vivieron 12 años. Viajaron a Bogotá, en donde estudió en el Externado Salazar, el Colegio Interparroquial del Sur Santo Cura de Ars y en la Universidad Central.
Trabajó en San Vicente de Paúl, el B.I.C. y Uconal. Vivió con sus padres Luis María Celis y Cecilia López de Celis, con sus hermanos Diego, Ferney, Lucia, Fernando y Amanda. A mediados de 2008 escribió en su primer libro: “Con mi esposa Yudy y mis hijos Rodolfo y Diana Esperanza vivimos una vida acomodada y feliz”.    EduardoCelisLópez                                               
Campeón y goleador Bic 1976
 
 

 
CAPITULO I
AMOR PLATÓNICO
 
 

 
 Cincuenta años en Bogotá
 
 
amores
 
 1970-2020 EDUARDOCELIS
 
CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA
 
 
 

 
 
Llegada a Bogotá
Cecilia y Luis llegaron al Barrio San Antonio de Bogotá. En la noche observan la lluvia de estrellas de la Urbe Capitalina. Ven pasar los trolebuses por la Caracas con sobrecupo de pasajeros.
El frío penetró sus huesos y los obligó a entrar a Casabianca. Llovió toda la noche y Cecilia tosió insistentemente. Ya todos estaban durmiendo.
Poco a poco fueron acomodándose al nuevo ambiente familiar. Ella tiene una apariencia sexagenaria y a Luis los años le pasan por encima. Luis cuenta con cincuenta y cuatro años y Cecilia con cuarenta y seis, parece mayor.
Allí encontraron su amor platónico
 
 

 
 
 
Reencuentro con sus hijos
Cecilia tiene sus ojos negros, su cabello corto ondulado, la mirada firme con la frente siempre en alto, sincera y franca al hablar, su piel tersa, de finos modales, culta y con una bella caligrafía.  
Luis tiene su voz fuerte, varonil y su sonrisa artística, con un ritmo de vida muy activo moviendo los resortes de la mecánica automotriz, su caminar firme, su figura elegante y con una habilidad innata para comunicarse con los demás. 
Escuchando el salpicar del agua se quedaron dormidos. Ella se iluminó con un relámpago, mientras soñaba con sus seis hijos. Todos eran de Pereira menos la menor que es de Armenia. Sentía orgullo pensar que era única, verdadera y fue con Luis al altar hasta que la muerte los separe.
Todo comenzó en Calarcá.
 
 
 

 
Salida al centro
Por la mañana volvió a llover y cuando despertaron se alcanzaba a sentir una leve llovizna.  Cecilia no está acostumbrada a este frío y Luis está aclimatado. Los vidrios de las ventanas se oscurecieron y resbalaban gotas como de gruesas lágrimas. 
Al medio día caminaron hacia la plaza de Bolívar. Cecilia va feliz. Las calles mojadas dejan escapar vapor, al contacto del sol con el betún del asfalto. En la Plaza vieron volar las palomas, moviendo el aire con sus alas mojadas. 
Cae una pertinaz lluvia. Cecilia cubre sus manos con las mangas del abrigo mientras pisan el pavimento mojado, disfrutando el hielo Capitalino. 
Luis le abraza suavemente
 
 
 
 

 
 
Invitación al restaurante 
Cecilia piensa que Luis lo planeó todo cuidadosamente para llegarle a su corazón. Detalles fuertes impactaron en la mente y en el corazón de Cecilia, por la estampa elegante y sólida que proyecta Luis, el trato amable, afectuoso y gracioso lo hacían digno de su amor.
La Atenas Suramericana está fría y acogedora. En el centro descubren una mole de edificios que se alinean formando una selva de cemento. Entran a un restaurante, conversando sobre el taller de mecánica y el comportamiento de su hijo Fernando. Durante el almuerzo dialogan animadamente. 
La vida les da otra oportunidad
 
 
 

 
 
Un brindis por amor
Cecilia está dichosa y feliz luce muy sobria elegantemente vestida. Ella levanta la frente, se alisa su pelo y sonríe francamente. Luis asume una actitud alegre y levanta su copa dando un brindis. Ya hace más de cinco años, desde que Luis trasladó el taller de Calarcá, a la vieja calle sexta de Bogotá. Luis se muestra muy sonriente, su elegancia y su impecable figura resalta por su vestido que estrenó especialmente para la ocasión, comparten muy juntos. Se animan a bailar un vals. 
Se abrazan y se besan.
 
 

 
 
 
Elegancia Bogotana
Bajan por la escalera eléctrica y salen a la séptima, congestionada por la gente y el ruido. Observan negocios de música, almacenes de ropa, cafés, librerías, Iglesias, museos y el mítico Cerro de Monserrate. Ahí comienza una llovizna de nieve, que observan eufóricamente. Lloviendo y haciendo sol, son las gracias del Señor, exclama Cecilia.
En la tarde regresan a la casa por las mismas calles mojadas. A esa hora el sol les da por la espalda, un sol desfigurado por las nubes de los cerros orientales. La gente Bogotana es culta y muy elegante, concluyó Cecilia. La familia se reúne para celebrar la llegada a Bogotá, se siente el afecto y las demostraciones de amor y felicidad juntos otra vez, estudiando y trabajando.
Bogotá es misteriosa, mágica, mítica
 
 
 


 
 
 
Respiran un aire familiar
Luis se recostó en la cama y duerme profundamente, mientras penetra un rayo de sol por la ventana de enfrente. Cecilia comparte un café en compañía de Fernando quien es buen conversador, culto, respetuoso, tiene buena memoria de su niñez, es alto, delgado, atlético, de ojos negros y nostálgico. 
Sienten muy cerca el latir de corazones, perciben la presencia del amor. Fernando es muy rebelde, Cecilia lo conoce bien desde que era niño, sin embargo, no entiende la razón de su rebeldía. Una tarde en Calarcá tiró la cama, las cobijas, las almohadas y el colchón al patio, recuerda Cecilia. 
Bogotá les cambia la vida
 
 
 

 
 
 
Fernando en silencio 
Fernando se rio y Cecilia lloró en silencio, hasta agotar sus lágrimas. No pudo levantarse pues tenía una pierna inflamada. Se encuentra aprisionado dentro de su propio cuerpo, dice ella. 
Después de tomar el café guardaron silencio. Fernando encuentra la punta de sus deseos, quiere estudiar y trabajar, es sereno, taciturno y solitario. Nadie puede ayudarlo, todos están en el rebusque, quieren salir adelante por sus propios medios. 
Luego se sentó en una banca que da al patio y comenzó a dibujar una figura de forma circular con un remolino en el centro, cuando terminó se quedó mirando el dibujo y pensó que su vida está girando en círculos concéntricos y sin salidas.
Estudió en el Colegio Robledo de Calarcá
 

 
El taller de Luis
Llegada la noche las luces en Casabianca se apagan, dejando ver las estrellas fugases recorriendo el firmamento Bogotano. Solo se oye un aire tibio que entra del patio y el rezongar de un pajarillo, que hace nido encima del lavadero. Al otro día Luis se levanta hablando fuerte, para que todos escuchen. Aquí se trabaja o estudia, gritó. Fernando se quedó paralizado en la cama, pareciera que se muriera cada día una parte de su cuerpo. Los demás se movilizan al oír la voz de Luis. quien es enérgico y autoritario, desde muy joven ha estado metido en el taller y nunca ha tenido vacaciones. 
Trabajar y estudiar el objetivo
 
 
 

 
Estamos en la capital
Fernando se quedó en la cama y estuvo haciendo planes alegres en su pensamiento. Comenzó a llenarse de sueños y a darle vuelo a sus ilusiones. Fue formando un mundo alrededor de la enseñanza que le inculcaron, es difícil vivir en Bogotá, exclamó saltando de la cama y soltando una risotada.
Hay que saberla vivir, estamos en la Capital y está todo por hacer, dijo Cecilia. En Pereira nuestra vida fue de lujos, vivimos con todo lo necesario porque Luis tenía el mejor taller, en Calarcá nos tocó pasar dificultades, Ferney, Eduardo y Diego salieron a la calle. Fernando salió al patio. 
La vida es dura en Bogotá
 
 
 

 
 
 
Se ve triste Fernando
Fernando levantó la cabeza y miró el cielo Bogotano que llovía estrellas. Hubiera querido ver los cerros, pero allí no hay árboles. El viento arrastra las nubes y oye murmullos de voces que salen de los techos. Vagó por los alrededores de Casabianca.
Fernando tiene reprimido un sentimiento de tristeza en su alma. En la pequeña ventana del altillo, vio una sombra larga y descorrida hacia el techo que da vueltas y se mueve como la llama de una vela.
Se oyen sus sollozos confundidos con la lluvia. Se ve triste, no logra concentrarse en sus pensamientos perdidos en lo más profundo de su pasado. 
Fernando cerró los ojos y abrió en llanto
 
 
 
 

 
 
 
 
CAPITULO II
MI PRIMER AMOR
 
 
 
 

 
  

 
 
 
 
 
Una serenata en Casabianca. 
Aparece la guitarra de Alberto interpretando a unos ojos, plazos traicioneros, mar y cielo. Fernando salió y le dio la mano. ¡Con tu hermana no se puede! le dijo mientras se toma un aguardiente. No se angustie le dijo Fernando, se miran a los ojos y sonríen. 
Alberto procedente de Argentina, con su diploma de diseñador de modas, sus tangos, milongas y boleros, alegra las fiestas hasta el amanecer. 
Está enamorado de Lucia
 
 

 
Lucia quiere a Alberto
Al otro día Luis habló de Alberto y de la serenata, hizo reparos al noviazgo, Lucia y Alberto no se molestan, se ven tranquilos, muy confidentes y el romance sigue consolidándose en calma, 
Fernando abrió los ojos y vio la luz de la mañana, queriendo entrar por la ventana. Soñó que había dejado de existir, fue como una realidad. Vio a Cecilia levantarse antes del amanecer, la ventana está abierta y entró suavemente. Los días comienzan monótonos, todos saborean el café. 
Bogotá es muy grande
 
 
 

 
 
Se enamoran
Hay que prepararse bien, dijo Cecilia a gritos porque los sentía sordos y dormidos Los que se duerman van a aguantar mucha hambre, hay que pensar para hablar, no mentir, trabajar y estudiar, argumentó ella con seguridad. Ya va siendo hora que te levantes de esa cama, le dijo a Fernando. Déjame tranquilo contestó él debajo de las cobijas, pareció dormir. 
A esa hora ya había alguien en el lavadero. Quien tararea una canción, resplandece el aire y el sol mueve las nubes a través de un cielo azul y detrás de él hay más canciones. Alberto no recuerda lo que había dicho Luis. No recuerda nada por el efecto del aguardiente. 
Aclara el día y se va la noche.
 
 

 
Fernando está flaco
Fernando se levantó lentamente, está flaco y pálido, entró al baño, se lavó la cara y se ríe ante el espejo.
Luego, se le descolgó la cabeza y salió por la puerta que da al lavadero, sosteniéndose la cabeza con las manos. Después sobrevino su sollozo, un llanto suave pero agudo y un movimiento brusco, hace retorcer la cabeza encima de sus hombros. De repente vio que el cielo se volvió plomizo oscuro, aún no aclarado por la luminosidad del sol Capitalino. Sonrió, salió y entró. El día desbarata las sombras En ese instante se ve salir el sol por detrás de los cerros orientales.
Se enderezó y entró a la cocina.
 
 
 

 
 
 
Fernando iluminado 
Con Fernando entró una luz tenue, no como si fuera a comenzar el día, sino como si estuviera llegando la noche. Se sentó en un rincón y salió de su cuerpo, se perciben sus pasos que rondan como gato en la oscuridad. 
Siente unas manos en el cuello, las suaves manos de su amor platónico, de pie, en el umbral. con pelo corto que roza sus hombros, su cara pequeña y ojos negros. Su cuerpo atravesado impide ver la llegada del día, se observan pedazos de cielo y destellos de luz. Detalles tan pequeños de amor que atraen, sus ojos, su sonrisa, se ilumina su rostro inmaculado, como desprendiendo rayos.
Una luz que ilumina todo
 
 
 
 

 
 
Cecilia con la mirada firme
Fernando despertó, abrió sus ojos negros penetrantes que estaban llorando todavía, nadie lo entiende, nadie le cree, sentía un rencor vivo. Cecilia está triste, se queda mirándolo y no resiste la escena. Recuerdan todo lo que pasó en Calarcá. 
Entonces ella se dio vuelta. Apagó la luz de la cocina, cerró la puerta y rompió en sollozos. Pensaron que era un problema mental dijo Luis, ella no se atrevió a asegurarlo, sabe lo que han sufrido. Siguieron sus gemidos confundidos con la lluvia y el tictac de su gallinita que camina lentamente, como si se estuviera deteniendo el tiempo. Siempre han dicho que está loco dijo Luis. Porque su comportamiento es diferente.
Debe estar muerto en vida
 
 
 

 
 
 
Luis en Bogotá
Fernando se resolvió por el estudio, pero falló en su intento y se retrasó por siempre, recordó Cecilia. Siempre quiso terminar el bachillerato sin embargo sus limitaciones se lo impidieron. 
Al llegar al taller de mecánica sufre un trauma mayor, un delirio de persecución que lo deprime. Fernando abrió de par en par la puerta, entró a la pieza afanado, se puso la camisa arrugada y encima se colgó un buzo con motas amarillentas que usa desde su llegada a Bogotá.
El sol a esa hora es picante y cae sobre su integridad. Cortinas de nubes negras amenazan con precipitarse. Al llegar frente al taller observa que Luis comienza a impartir órdenes, a los obreros Diego, Heber y Wilmar, se lamentó aferrándose a uno de sus libros. 
¡Pobre gente! Dijo
 
 
 

 
 
 
 
Fernando no está solo
La madrugada fue apagando los malos recuerdos de Fernando, el mismo se oía el sonido de sus palabras, notaba la diferencia de este despertar. Las palabras que había pronunciado hasta entonces, ya no las volvió a recordar, ya no tienen ningún significado, no salen de su alma, como ocurre en los sueños. 
Fernando es buen lector y aún conserva los libros de Vargas Vila, como Aura o las violetas, Flor de fango, Ibis, rosas de la tarde, los divinos y los humanos, siente alivio al pensar que su destino está definido.
En esta mañana hay pocas nubes en el cielo Bogotano que aún está azul y el aire sopla fuerte arriba, aquí abajo se siente mucho calor.
Se siente sin miedo en Bogotá
 
 
 
 

 
 
 
Llegada al Restrepo
De repente la tarde se volvió gris en el Restrepo. En la calle se respira un ambiente hostil. El crimen que comienza a aglomerar a miles de curiosos, en el caño del río Fucha donde flota un cuerpo sin vida; como consecuencia del fraude en las urnas, los integrantes del movimiento guerrillero ajustician selectivamente a quienes ostentan el poder. 
Nunca había visto un muerto, dijo Eduardo observando como Cecilia dobla su espinazo sobre el lavadero.  No puede explicarse por qué toda la gente estaba alrededor y ninguno hacia nada por sacarlo. 
El cadáver estaba boca arriba
 
 

 
 
Cecilia y la política
Violentamente asesinado, rígido, inmóvil, abotagado, con protuberancias en la frente, los labios pálidos, el rostro macilento, con muecas de sufrimiento, flotando en la superficie del agua, vestido de paño gris a rayas, camisa azul y corbata roja. La gente dice que le dictaron la pena capital tras consultas con el pueblo.
Es una guerra entre los del brazo armado de la izquierda y los de la extrema derecha. Esta es la guerra política, dijo Cecilia que termina de colgar la ropa en las cuerdas del patio. Se apropiaron de la espada de Bolívar y van a matar a todos los opositores, gritó Eduardo recogiendo el balde del suelo y tomando a Cecilia del brazo la condujo a la cocina, en donde degustan el arroz con frijoles.
Se fundieron en su pasado.
 
 
 

 
 
Cecilia y sus hijos
Se había oscurecido, está Fernando, callado, con Cecilia, inseparables, se necesitan, se quieren. 
Sufren mucho y no saben por qué, talvez de tristeza. Fernando prefiere ver a su madre viva no muerta como la había visto en su último sueño. Suspira mucho y cada suspiro es como un sorbo de vida que se le va. 
Su cabeza está llena de ruidos y de voces raras. De voces extrañas y aquí, donde el aire es escaso, se oyen mejor. Se quedan dentro de su ser.  Se acordó de lo que le había dicho su madre en Calarcá Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti y encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que es la de mi espíritu, si es que mi espíritu ha contactado con el tuyo. 
Mi madre no está muerta sino viva
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
CAPITULO III
 
AMORES EN BOGOTA
 
 
 
 
 
  

 
 
 
 
El primer amor
Eduardo corre en el Parque Nacional, presuroso, allí un Señor Moreno, de rostro fresco le presentó a Ligia.  Sus ojos se quedaron clavados en los suyos y bajaron a la Caracas conversando como si se conocieran de tiempo atrás. 
En San Vicente se impacta ante esta mujer llanera, de ojos negros y figura delgada, en su primer trabajo lo relaciona con Janeth, Griselda, Isabel. Zulma y Melva Sofía. Fue un amor a primera vista.
Ligia es mi secretaria
 
 
 

 
 
 
Fernando y el taller
En la tarde, Fernando se sintió aturdido por el sonido del compresor y salió del taller presuroso a buscar tranquilidad en Casabianca. Al entrar se encontró con su amor platónico. Atinó mirarle con ternura sus ojos negros y hechiceros, su frente amplia, su pequeña boca, su pelo suave que cae sobre la espalda hasta la cintura de muñeca, Sintió de cerca su aire de gitana con espíritu llanero. 
Se sentó en un rincón de la cocina a tomar tinto con Cecilia, salió temprano del taller le dijo ella dando una mirada juzgadora por encima de sus gafas y cerrando la puerta le indagó sobre lo que le había ocurrido con Luis en el taller. Él le contó que no le gusta el taller y no soporta los ruidos. ¡exclamó! 
¡Tengo a mi mamá viva!
 
 
 
 

 
 
 
 
Una fiesta larga en el Banco
No estarás en el Banco solo para ganar dinero, le dijo Lázaro, sino para aprender la profesión y cuando ya sepas, entonces podrás ser gerente. Al día siguiente Eduardo llegó temprano a la oficina de la Presidencia del Banco. Se comprometió con la secretaria a traerle bonos, para consignar en la cuenta bancaria en efectivo. Se pusieron de pie y sonrieron. Entraron al salón tomados de la mano, como si se conocieran hace tiempo, entre tinto y tinto, miradas, sonrisas y mensajes subliminales, se regocijaron en una tranquila tarde. Ella le dijo: todo lo que tocas se vuelve oro y él se lo creyó. 
Es un empleado feliz
 
 
 

 
 
 
Lucia cerca de Alberto 
Lucia heredó el romanticismo de los Panchos y los mejores tríos de San Juan Puerto Rico y México, con ellos cultiva ese intenso amor. 
Promediando la mañana Lucia se encuentra planchando y doblando ropa, de repente apareció Alberto quien la busca presurosamente. Tan pronto se encuentran se funden en un abrazo y un beso, sin mediar palabras como nunca lo habían hecho. Sellaron para siempre un amor infinito. 
Cecilia está feliz de ver a su hija feliz
 
 
 
 

 
 
 
 
Toda una época exitosa
A partir del momento que empezó a trabajar con el Banco, no le volvió a faltar dinero en sus bolsillos y viaja a Medellín, Cali, Ibagué, Popayán, Pasto, Villavicencio, Armenia, Pereira y Tunja, con todos los gastos pagos por el B.I.C. En Uconal viaja a Cali, Chipichape y Palmira como Auditor Regional participando en la fusión de Empresas y con Janner, Edgar, Bernardo, Adriana, Clara Inés, Gladis, Edilma, Carmenza, Álvaro, Yolanda, Adíela, Fanny, Zulma, Ligia y Luis Alfonso en una época de éxito. 
La Sonora Matancera, fútbol y salsa
 
 
 

 
  
¡Salud! Alberto ¡Salud!
Allá en el patio de Casabianca frente al lavadero, se encontraron ante una realidad preparada para la ocasión. ¿Qué es lo nuestro? Preguntó Alberto, cautelosamente. Nuestro matrimonio, contestó Lucia levantando la voz al tiempo que lo apretó contra su pecho. De inmediato Alberto sacó de su chaqueta de cuero un fino estuche y colocó una argolla de oro en uno de sus dedos y otra en uno de los suyos. ¡Salud! Dijo levantando la copa de champaña. ¡Salud! contestó Lucia. Él era una luz que se convirtió en su sombra, una sombra que aún hoy la persigue. 
Llovió toda la siguiente semana
 
 

 
Cecilia
Una mañana de esas premonitoria en el Restrepo amarteladamente en la terraza se estrechan dos pajarillos asustadizos. Los flirteos alcanzan a advertir la atención de dos intrusos. Cerca de la cocina lograron un galanteo trivial y al notar su presencia, bajaron el tono de su amorío. 
En la cocina conversan tranquilamente Cecilia y Fernando. Cecilia lo conduce al comedor debajo del cobertizo y con fascinación contemplan una cesta que contiene un ramillete de radiantes flores y azucenas de diferentes colores, brillantes, con tallos altos y verdes hojas, que les produce un entusiasmo profundo y los une en un espontáneo abrazo.
Nunca me habían regalado flores
 
 
 
 
 

 
 
 
 
Amanda el día de la madre
El suceso de la mañana ha quedado plasmado en la base de la maceta que contiene el adorno floral. Descubren una etiqueta con la rubrica propia de Amanda, que se adelanta en la conmemoración del día de la madre, próxima a celebrarse. 
Cecilia elogia el afecto de Amanda con este hecho trascendental. Como ocurría siempre, Cecilia mira el cuadro de las ánimas benditas y agradece en voz alta por los favores recibidos en este día. Seguidamente como por impulso Eduardo sacó de su dedo una argolla de oro y la colocó delicadamente en el de Cecilia congraciándose. En la sala se observa un feliz momento de Cecilia abrazada a sus hijos.
A ella le gustan las joyas
 
 
 

 
 
 
 
Cecilia cuenta historias
Esperaron a que terminara el rosario para que Cecilia sirviera la comida. A nadie más esperaban a esa hora de la noche. Fernando come muy rápido y al tiempo que manduca los alimentos suelta cortantes risas nerviosas. Este es un momento apacible para compartir una frijolada paisa con las historias de su natal Pereira. Escampó después de las nueve de la noche y todo está tranquilo en el Restrepo, Cecilia se esmera por atender a Fernando para evitar alteraciones de su comportamiento.
Eduardo volvió a su cuarto y empinándose observa a través de la ventana el accionar retraído de la avecilla que respinga en busca de calor paterno.
La observa pacientemente 
 
 
 
 

 
 
 
 
 Ferney entre abogados 
Cecilia ya se aclimató al frio Bogotano, dice que en los últimos años han cambiado muchas cosas, Lucia es madre de dos niñas, Amanda es enfermera, Diego se encarga del taller, Ferney adelanta su vocación de jurisconsulto y ejerce la profesión de abogado. 
Todos gozan de los beneficios de manutención de Luis. No importan las necesidades básicas, lo que en realidad los une es la tolerancia por los procederes de los demás. Una familia paisa viviendo en Bogotá
Luis produce para todos sin que hasta el momento alguien se atreva a coger las riendas de la casa.  
Es la misma historia de siempre
 
 



Cecilia en la inmensidad de Dios
Detrás de su Divina Providencia, donde ya no puedo verla y no puedo volver a escuchar sus palabras, Exclamó Eduardo.
Penetran los aires armónicos de aquella hermosa avecilla de fino pico y pequeños ojos verdes que retoza encima del lavadero, ávida de afecto, galanteando en la terraza. Cuando se la llevaron se acabó la alegría, se fue el amor.
La casa quedó sola y vacía
 
 
 

 
 
 
 
CAPITULO IV
 
AMORES VERDADEROS
 
 
 
 
 
  

 
 
 
Eduardo en la taurina
Ese día, la ventana de la casa abierta al cielo le permitió a Fernando ir y venir de nuevo libremente como un espíritu, salió y entró.
Los huesos de su cara están forrados por un pellejo curtido por sus treinta años de existencia, de los cuales los últimos diez han sido marcados por una rara e incapacitante enfermedad. No se supo nunca el verdadero origen de su mal. 
Ese viernes, la taurina estaba alborotada por las fiestas decembrinas, en un rincón se encuentran los Echeverry, de lejos los más peligrosos del barrio.
Eduardo entró a la taurina
 
 
 

 
Yudy su gran amor
Eduardo se acomodó en la barra a degustar el néctar y la buena música. La taurina estaba a reventar desde tempranas horas, sus luces y colores daban un aspecto carnavalesco, hombres y mujeres gritaban alborozados. Ahí se encontró con Manuel su gran amigo de colegio y Carlos su hermano.  
Eduardo se entusiasmó por el buen ambiente y comenzó a cantar fuerte, tras el sonido de los altoparlantes. Cuando sonaban los aretes que le faltan a la Luna irrumpió Yudy, que departía muy cerca, con su hermano Omar y sus sobrinas Yaneth y Liliana que estaba de cumpleaños. Él se quedó mirándola, le llamaron la atención sus cabellos largos y sus ojos claros, tímidamente trató de tocarla, pero ella instintivamente retrocedió, para volverse a él presurosa. 
Eduardo se animó a bailar
 
 
 

 
 
 
cara a cara
Desliza sus manos por toda su humanidad y su hechizo pelo, disfrutando cada instante de este encuentro inesperado y ahora se ubicaron en el centro de la pista, en un apretado baile sinigual.
Al término de la melodía, ella en un arrebato de pudor le dijo jadeantemente ¡no me beses! entonces como por instinto Eduardo la besó, sellando ahí este encuentro casual y definitivo.
Ella se retiró a su lugar, llevando los nervios de punta, abrumada y ansiosa. De inmediato se armó la bronca, se formó una monumental trifulca al lado de la pista, allí estuvo en peligro la vida de Eduardo, 
Absurdamente recibió el ataque feroz de cuatro bandidos, a medias logra repelerlos con una botella. La oportuna intervención de los Echeverry evitó su linchamiento, lo defendieron.
Con revolver en mano repelieron el ataque.
 
 
 

 
 
Eduardo y los espíritus
Eduardo se recogió en un rincón de la cama, pensando que se trataba de su hermano Fernando que había recaido en sus manifestaciones de excentricidad, no es nada malo dijo Cecilia con voz calmada, no tengas miedo, deje la luz prendida para que no tengas más ofuscaciones. 
Entonces Eduardo dejó la luz del cuarto prendida sin duda el espíritu perturbador le jugó una mala pasada. 
Téngale miedo a los vivos grito Luis
 
 

 
Su rostro dibuja una sonrisa 
Un fantasma envuelto en una sábana blanca recorre la casa paterna en forma misteriosa, Eduardo tiene la idea que era su hermano Fernando, su mirada inalterable le producía espanto, Fernando se quedó quieto debajo de la escalera, sus ojos brillan y su rostro dibuja una sonrisa.
No se preocupe dijo, observando la escena de lejos, lo cierto es que un amigo vino a despedirse, cuando alguien muere, su espíritu sale del cuerpo y hace un recorrido. El espíritu perturbador se retiró en silencio. Eduardo se durmió y Cecilia apagó la luz.
La noche pasó volando
 
 
 

 
Compromiso total
Al otro día Yudy está aseando la terraza y observa como una avecilla se asoma por encima del muro del lavadero. La observa a cada instante parece que la enamorara con su canto. La mañana se torna lluviosa y plomiza Por más que estuvieron muy cerca no fue posible que se tocaran sus corazones. ¡Qué haces! le dijo Yudy, Eduardo la seguía en el primer día del noviazgo. 
Yudy salió con sus dos sobrinas y las acompañó al colegio, era muy temprano y hace este recorrido todos los días, como también Eduardo está dispuesto a hacerlo y así hasta dejarlas en la clase, luego van tomar un café. 
En el planetario con Don Obdulio
 
 
 

 
  
Eduardo está enamorado
Cuantas veces quise estar compartiendo mi vida con una persona tan bella, le dijo a Yudy quien quedó en la casa con Flor, ha encontrado la mujer ideal, la que más lo quiere. 
Pensó comprar las argollas de matrimonio, aun no tenía nada preparado, era muy prematuro pensarlo y hasta hace muy poco dijo que no se quería casar y que tenía la vida por delante. Entraron al planetario Don Obdulio se paró lentamente para hablar con doña Berthica, de golpe todo cambió y no los volvieron a ver. 
Lo quiere más que su mamá
 
 
 

  

Yudy con Elsa y su familia
A Eduardo se le ocurrió pensar que ahora está enamorado y quiere casarse. 
Pensó comprar las argollas de matrimonio, aun no tenía nada preparado, era muy prematuro y hasta hace muy poco dijo que no se quería casar y que tenía toda la vida por delante es un exitoso en el Banco, campeón y goleador. 
Finalmente dijo que ha encontrado la mujer ideal, la que más lo quiere después de su mamá, la más completa de todas.
El matrimonio es muy importante
 
 
 



 
 
 
¡papito! papito! ¡papito! 
En diciembre se fueron para Honda Tolima con Omar, Gladis, Dora, Flor, Darío, Obdulio, Don Obdulio y doña Bertica, en la ciudad de los puentes y las calles empedradas comen viudo de pescado en compañía de la familia Reina.
Quieren dos hijos, niño y niña.
 
 

 
Llenos de paz y alegría
Disfrutan animadamente con calor y un ambiente sinigual. Se casó con Yudy y tuvieron dos hijos en una luna de miel inolvidable. Con su esposa Yudy y sus dos hijos Rodolfo y Diana tuvieron una vida acomodada y feliz. 
En la parroquia de San Antonio, centro de ceremonias para el matrimonio y los bautismos. A Eduardo le vino muy bien el matrimonio, se consolidó en el Banco, disfruta de su familia Lucia, Cecilia, Luis, Amanda, Fernando, Diego, Ferney, Alberto, Olga y Magaly. 
Me gusta más que levantarme tarde
 
 
 

 
 
Es lo mas importante
La vida en pareja les llegó como anillo al dedo la pasan bien, alegremente, cada día se quieren ¡más¡, ¡más ¡y ¡más¡, es una aventura emocionante, con amor todos los días, van a la pizzería y comparten con sus dos hijos.
El sol entra a la casa sin abrir las ventanas, se escucha la música del amor puro de este hogar.
¡Te quiero¡, ¡te quiero¡, ¡te quiero ¡
 
 
 
 

 
 
 
Es una llama que nadie puede apagar
 
 

 
CAPITULO V
AMOR MATERNAL
 
 

 
 
CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA
 
1970-2020 EDUARDOCELIS
 
 

 
 
Es una luz brillante
Cecilia le dijo a Amanda que se iba a bañar y le pidió un jabón perfumado, ella se fue a tráeselo y cuando volvió ya estaba en el baño.
Ya no respondía, ¿Está usted ahí? Preguntó angustiada ¡Dígame, por favor está viva o no! se está bañando! ¡voy a abrir la puerta! cuando abrió la puerta se encontró de golpe sola en ese baño vacío. Las ventanas estaban abiertas y del cielo llovían bolas de luz brillante. Amanda llamó a Eduardo para contarle lo sucedido quien se asomó por la ventana y la vio blanca y radiante. Ferney la abraza y ella mueve sus manos en señal de despedida. 
La vio brillante como el sol
 
 
 

 
 
Comparten con Lucia
Luis se apuró a salir sin desayunar, trató de levantar la batería del carro y se reventó un resorte. Regresó a la casa dejó la batería en el suelo, salió y se fue. En la tarde Cecilia se asomó por la ventana y vio a Magaly conversando con Juan Manuel.
Lucia y Samuel entraron a la sala y se quedaron esperando la salida de Alberto que estaba en su cuarto, pero no salió, ella lo llamó y no contestó, decidieron entrar y está vacío, como si nadie estuviera allí, solamente se supo que Alberto ya se había ido. Siempre quiso regresar, sin embargo, está demasiado apegado a su hogar, a Lucia, a sus hijas, a su hijo, a sus nietos. 
Ella no se acostumbra a la soledad.
 
 
 

 
 
Luis salió temprano 
Pareciera que tuviera afán por llegar al taller, es la razón de su ser, desde niño trabaja allí, aprendió ese arte. 
Por qué lloras mamá, preguntó Fernando, al observar lagrimas en su rostro. No quiero que tu padre se muera antes que yo, contestó y dijo: quiero que estemos los dos por siempre. Los tres quiero decir.
Fernando sonrió
 
 
 
 
 



Llegada a Soacha
Alberto y Eduardo llegan a Soacha, es una fiesta, los dos ríen, comparten con los trabajadores, en una experiencia inolvidable brindan por cada ladrillo que se pega y las tapas de las cervezas van a las bases, todo se convierte en una carcajada. 
Y llegan Diego y Ferney, con alegría, para conocer el avance de la obra de la casa paterna. Cecilia llega con Luis su amigo de infancia, cuando lo conoció era una niña dice, luego entró a la casa, con Fernando y Amanda se abrazan y se besan.
Olga y Magaly entran con Lucia
 
 
 

 
 
Pobre de ella se siente triste
Se hicieron la promesa de morir juntos. De irse los dos para darse ánimo uno al otro en el último viaje, por si se necesitaran, por si acaso encontraran alguna dificultad, eran amigos desde Pereira. Oyeron que alguien se queja y se da cabezazos contra la puerta. ¿Qué es lo que le pasa? Le preguntaron de adentro, Busco a mi papá, contestó, me dijeron que está aquí. 
Ya se marchó y no está aquí
 
 

 
 
Se le va la voz
Como que se le pierde el sentido. Como que se ahoga con un taco en la garganta. Ya no sabe si es un sueño o es la realidad, va y viene, entra y sale. Hubo un tiempo en el que estuvo oyendo durante muchas noches la voz de su mamá. 
Fernando mete la mano por un orificio de la ventana y coge una manzana, la mordió y sintió que está en descomposición, no había nadie. No tiene agua, no hay luz ni gas es como un destierro. No siente el pelo, no encuentra la cara y sus manos están más arriba de los hombros, se sentó en el suelo. 
Esperando que alguien llegara 
 
 

 

Eduardo lo mira y le habla de fútbol
Fernando se acerca a la ventana para ver si hay alguien, pero está oscuro. Le llegan los ruidos de su voz hasta la media noche. Las piezas están solas. En la madrugada se fueron apagando sus recuerdos. Ya no oía el sonido de sus palabras. Se cansó y se quedó dormido. En sueños sigue oyendo voces como ecos del aullido de los perros. Ferney se hace a su lado siempre se les ve juntos. Fernando dice que la luna se observa más grande y se alcanzan a ver los cráteres. 
Nunca pudo recuperarse
 
 
 
 

 
 
 
Eduardo se encontró con Diego
Se cruzaron la mirada y Diego sonrió, se esconde en su pieza, no tiene ganas de salir a la calle, sacó un yogurt de la nevera y decide quedarse en la casa, subió la escalera vio a Lucia y Alberto almorzando con sus tres hijos y sus dos nietos, miró y siguió escondido, detrás de la puerta, como un niño.
Diego preguntó. ¿quién está cumpliendo años hoy? Cecilia contestó Eduardo. 
Eduardo y Diego comparten juntos desde el primer día de llegada al último de su partida.
Un viaje muy tranquilo
 
 

 
 
 
Diego es la salvación
Diego llegó a Matatigres para hacerse cargo del taller de mecánica porque le dijeron que su padre está muy enfermo. 
Cecilia le dijo, no dejes abandonado a Luis en estos momentos tan difíciles. 
Estoy segura de que lo está necesitando con urgencia dijo ella, hace días que no viene a la casa. No le gusta que lo vean enfermo.
Muriéndose en ese taller
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
Diego así lo hizo
Y de tanto decírselo se quedó trabajando al lado de Luis y Pablo. No le vaya a cobrar por la ayuda, hágalo de corazón. Exígele que vuelva a la casa. Que se olvide de rencores, hijo dígale que vuelva, dígale que yo lo quiero mucho.
Así lo haré, mamá. Contestó Diego, aunque no pensaba cumplir su promesa por mucho tiempo debido a que había tenido varios altercados con Luis. Dentro del taller no los trataba como hijos sino como trabajadores, sin embargo, yo también lo quiero, dijo. 
Aquí lo cuidaremos mejor.
 
 

 
 
Diego y hermanos
Hasta que ahora le tocó volver por obligación y de este modo se esforzó por trabajar nuevamente en el taller a pedido de su madre. Por eso vine a Matatigres para atender los negocios de mi papá, se expresó Diego ante sus hermanos. Era ese tiempo de la bonanza cuando a Diego lo llamaban de muchos talleres para realizar su trabajo de latonero.  El trabajo en noviembre y diciembre abundaba y en enero y febrero se escaseaba. Diego trabajaba dos meses y descansaba hasta que se le acababa el dinero. Pero el que trabaja bien se lo pelean los dueños de los talleres. Diego prefería trabajar en otros talleres porque le pagaban completo el jornal todos los fines de semana. 
Mi mamá me mandó a ayudarlo
 
 
 
 

 
 
Diego trabaja duro 
Siempre fue así me volaba y el retorno era por pesar con mi padre, jamás volví con alegría siempre traía los ojos llenos de tristeza de tener que volver obligado. Hoy es diferente porque vengo con los ojos de mi mamá quien me los dio para ver la necesidad por la que pasa mi papá y no por el dinero. La voz de Luis no era tan fuerte, era más bien suave, casi apagada, como si hablara consigo mismo. ¿Y por qué volvió usted a Matatigres, si se puede saber? preguntó Pablo. Vengo a ayudarle a mi papá contestó.  
No eres muy constante
 
 
 

 

Cuesta abajo como el tango
¿Y cómo sigue su padre? preguntó Lázaro preocupado por la ausencia de Luis. Ya está mejor don Lázaro, pero no quiere salir de esa pieza. Déjelo tranquilo menos mal que tiene a su hijo mayor atendiendo el taller. 
Yo también soy hijo de Luis dijo Pablo y estoy ayudándolo. Todos somos sus hijos dijo Luis, pero de distinta madre, por lo menos él me llevó a bautizar dijo. ¿Con usted debe haber pasado lo mismo? No me acuerdo, pero creo que si contestó Pablo. 
Luis tiene los ojos hinchados 
 

 
 
Lucia los abraza 
¡Váyanse al carajo! ¿Qué dice usted? Preguntó don Lázaro. Que ya le estamos terminando su carro para entregárselo. Sí, Gracias Diego. En Talleres Santacruz Luis se enfermó y sus hijos lo reemplazan dijo don Lázaro. Lucia abraza a sus hijos y a sus nietos mientras Cecilia se distrae conversando con Diego y Eduardo y disfrutando el cielo azul del atardecer. Ahora están aquí en este pueblo sin ruidos. Oyendo caer las pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Algunas casas están vacías con las puertas cerradas invadidas de yerba. Al cruzar la bocacalle ven a Fernando fumando un cigarrillo y se desapareció como si no existiera. Después volvieron a verlo.
Lo siguieron con la mirada
 
 
 

 

Fernando en silencio
¿Es que no sabe dónde vive? Allá está la casa junto al centro de salud. Su voz está desafinada, su boca como seca y la cabeza muy desprendida de los hombros. Sus ojos clavados en la tierra, Fernando ha sufrido mucho, siempre lo he visto enfermo, dijo Diego, volvieron a la casa y estaba jugando con los niños. Cecilia sintió frío. Ni las palomas, ni el cielo azul, la pudo consolar, sentía una agonía. Cae la noche y se escucha el silencio, aún no está acostumbrada a quedarse sola, su cabeza sufre de calores. No entiende porque está viviendo en un pueblo tan solitario.
Conversando con alguien que no existe
 
 
 

 

No se preocupe por eso mijo
Si se quiere venir a vivir conmigo, será bienvenido, le dijo Eduardo a Diego. ¿Dónde más podré encontrar alojamiento seguro? Solamente en su casa y donde Lázaro si es que todavía vive. Dígale que va de mi parte. ¿Y cómo se llama usted? —Luis su papá —contestó. Lo alcanzó a ver y le dijo soy su hijo. Parece que nos hubiéramos puesto cita, como si se hubieran estado esperando, porque se abrazaron, de inmediato se metieron por unos cuartos oscuros y desolados. Iban caminando a través de un angosto cuarto que no tenía puertas, solo aquella por donde entraron. Diego encendió una vela y lo vio vacío, vamos a comer algo, estoy cansado dijo. 
Aquí no hay dónde acostarse
 
 
 
 
 
 

 
 
CAPITULO VI
AMORES CELESTIALES
 
 
 
 
 
  

 
 
 
 
 
Cecilia de colores
El agua gotea hacia la arena del patio. Diego organiza la herramienta. Ya se había ido la tormenta y de vez en cuando cae la brisa. Las palomas bajan picoteando las lombrices desenterradas. Cecilia apareció en medio de un sol de colores que jugaba con el aire de la mañana. Fernando sintió sus manos suaves que le acarician su cara, mijo he orado mucho por ti. El aire levanta sus vestidos de seda y los hace reír. Se juntaron en un fuerte abrazo. Mientras un rio de agua viva corre entre sus dedos. Sus cabellos vuelan al viento, caen haciendo maromas y acrobacias. 
Sobre el verdor de la tierra.
 

 
Tiene sus labios rojos
 
Como si hubiera besado el pétalo de una flor
 

 
Mi mamá está viva 
Ya me estoy acostumbrando a verla tan radiante, como una luz. Siempre he estado cerca de ti le dijo mirándolo con sus ojos negros, enmarcados por frondosas cejas. Fernando alzó la vista y miró a su madre con ternura. ¿Sabes que estoy pensando? Que vamos a estar aquí juntos por mucho tiempo. Vamos a tomar tinto. Ahí estaba Diego con Eduardo y Mauricio, oyéndolos conversar, aunque ellos no los veían, se quedaron callados. Ya voy, mamá. ¿Dónde te habías metido? Dijo Cecilia cuando sintió la presencia de Diego le dijo: Te estábamos buscando. Estaba en otro patio dijo Diego, donde no hay perros rabiosos. ¿Y con quién? 
Con el pastor estaba orando.
 
 
 

 
 
 
 
 
Con sus ojos negros bien abiertos
 

 
Amanda la menor
La llegada a Bogotá les ha regresado la ilusión de una nueva vida
 
El aniversario de Luis
Cecilia les habló muy duro como si estuvieran a kilómetros de distancia, encima de las nubes, en el más allá, vamos a rezar el rosario. Claro que si contestó Amanda. Allí está Lucia en el umbral de la puerta, con una vela en la mano, lista para rezar el rosario. Me siento triste, dijo. Entonces se dio vuelta y colocó la vela en el candelero. Cerró la puerta comenzó a orar mientras caía la lluvia. Cecilia recordó que Luis fue un buen hombre, muy cumplido y le perdonó todos sus errores. Nos alcahueteaba todo en Pereira. Hasta que se vino para Bogotá
El reloj marca las siete en Soacha
 

 
 
 
Cecilia junto a Luis
Después que se le reventó el resorte dejó de hablar. Decía que ya no tenía sentido decir cosas que no servían para nada. A las comidas ya no les encontraba ningún sabor. Desde entonces enmudeció, sin embargo, no se le acabó la costumbre de gritar a la gente.   Todo está en silencio. Diego y Ferney están en la sala. 
Luis pensó que debía estar muerto, seguramente. Bueno, ya no me preocupa porque los hijos están grandes, dijo. Se puso a mirar a Cecilia que la tenía al frente y pensó que debió haber pasado momentos difíciles. 
Aguantó cincuenta años conmigo
 
 

 
 
Cecilia no lo puede creer
Cecilia se quedó mirándolo fijamente y pensó que ya habían pasado Cincuenta años y no pudieron vivir como querían sino como podían, la vida en Bogotá es difícil para todos, no puedo creer que Luis se muera primero, dijo. 
Que voy hacer sin Luis.
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
CAPITULO VII
 
ALBUM FAMILIAR
 
 
 
 
 
  

 
 
 
 
 
Cecilia y Luis llegaron sorpresivamente al Barrio San Antonio de Bogotá
 

 
CECILIA LOPEZ CON LUCIA Y EDUARDO
 

 
 Una niñez sana
 
Cecilia recordó que todo comenzó en Calarcá
 
Ferney la abraza y ella mueve sus manos 
 
Una madurez feliz
 
Los vidrios de las ventanas se oscurecieron y resbalaban gotas como de gruesas lágrimas
 
 

 
Una juventud exitosa
Cuando aún estaba en la cama Luis dijo que se le había reventado un resorte
 
LUIS
 
 

 
EDUARDO Y JORGE RODRIGUEZ
¡Téngale miedo a los vivos! Gritó Luis desde la cama
 
LUIS
 
 
Luis la abraza suavemente
 

 
JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ EN MEDELLIN
 

 
 BOGOTA 50 AÑOS 1970-2020
 
 
En la Plaza vieron volar las palomas, moviendo el aire con sus alas mojadas
 
 
 
 

 
 
 
Eduardo degusta el aguardiente néctar y la buena música 
 
 

Por: José Eduardo Celis López
 

 
Cecilia está pálida, el clima de esta ciudad le ha afectado su salud
 
 

 
EDUARDOCELIS GOLEADOR
 
 Un fantasma envuelto en una sábana blanca recorre la casa paterna
  
Después de la media noche Eduardo regresó a casa en compañía de los Echeverri
 
LUIS ERNESTO SUAREZ Y EDUARDO
 
JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ
Pereira, 27 de marzo de 1954
 

 
Observan negocios de música, almacenes de ropa, cafés, librerías, Iglesias, museos y el mítico Cerro de Monserrate
 
 
 

 
 
LA ALEGRIA DE VIVIR  
 
Con Doña Bertica en su mejor momento
La Atenas Suramericana está inmensamente fría y acogedora
 
FERNANDO VELASQUEZ Y EDUARDO
 
EDUARDO CELIS D.T. CAMPEON
 
HILDERBRANDO MARTINEZ Y EDUARDO
 
Ahora comienza una llovizna de nieve, que observan eufóricamente
 

 
 
 
ARMANDO CAMACHO GARCIA Y EDUARDO
 
GOLEADOR
 
GERMAN LEYTON Y EDUARDO
 
 
 

 
JANNER LOZANO Y EDUARDOCELIS
 
BIC RESTREPO
En el centro descubren una mole de edificios que se alinean formando una selva de cemento
 

 
EN LA UNIVERSIDAD JAVERIANA
 
MAGASLY CON EDUARDOCELIS
 
D.T. DE LA SELECCIÓN DEL B.I.C.
 
 

 
Respiran un aire tranquilo, sienten muy cerca el latir de corazones, perciben la presencia del amor
 
 
CON LA SELECCIÓN B.I.C. 1979
En la noche observa la lluvia de estrellas de la Urbe Capitalina
 
UNA MADUREZ FELIZ
 
SALON ROJO
 
UNA NIÑEZ SANA
 
 
Luis es enérgico y autoritario, desde muy joven ha estado metido en el taller y nunca ha tenido vacaciones
 
FERNEY EN EL D.I.M. DE MOSQUERA
 

RODOLFO UNA NIÑEZ SANA
  
LUIS MARIA CELIS EN EL BARRIO RESTREPO  
CECILIA, RODOLFO Y LUIS 1984
Bajan por la escalera eléctrica y salen a la séptima, congestionada por la gente y el ruido
 

OLGA LUCIA 
LUCIA CELIS  MAGALY OLGA 
 

YUDY, RODOLFO Y DIANA
 
AMANDA Y CECILIA
 
TODO EN LA IGLESIA SAN ANTONIO
 
De pronto Cecilia se iluminó con los relámpagos, mientras pensaba en sus seis hijos, uno por uno de mayor a menor
  

FERNEY CELIS LOPEZ EN EL TEATRO YARI
 
Durante el almuerzo dialogan animadamente
    
FERNEY CELIS LOPEZ  
  
FERNEY Y LUIS
 
Luis se recostó en la cama y duerme profundamente mientras penetra un rayo de sol por la ventana de enfrente
 

  
LUCIA CON AMANDA Y CECILIA
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 EN EL PLANETARIO
 
EDUARDO CELIS EN SOACHA
 
 
  
CELIS LOPEZ FAMILIA
 
 
Levantó la cabeza y miró el cielo Bogotano que llovía estrellas
 
 
 

 
 
  
FERNEY CELIS LOPEZ
  
 ALBERTO LOPEZ Y LUCIA CELIS LOPEZ
La gente Bogotana es culta y muy elegante concluyó Cecilia
 
 
  JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ
  
RODOLFO CELIS REINA
Al otro día Luis se levanta hablando fuerte, como para que todos escuchen
 
 

 
OLGA ABOGADA
  
ALBERTO LOPEZ Y LUCIA CELIS DE LOPEZ
Cecilia comparte un café en compañía de Fernando
LIBRO
CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA

 
 
EDUARDO CELIS
 
 
 

 
 
EDUARDO, MAGALY Y FERNEY
 
Cincuenta años en Bogotá
 
 
Al medio día caminaron hacia la plaza de Bolívar
 
 EDUARDO, YUDY Y CECILIA
  
 

 
 FERNANDO, RODOLFO Y FERNEY
  
YUDY, MAGALY, OLGA, LUCIA, RODOLFO Y DIANA
 
A esa hora el sol les daba por la espalda, un sol desfigurado por las nubes de los cerros orientales
 

  
EDUARDO Y YUDY
 
 YUDY, EDUARDO, DORA Y OMAR
 
 

 
Ella tiene una apariencia sexagenaria y a Luis los años le pasan por encima
 
 YUDY, CECILIA LUCIA, OLGA Y MAGALY
  
YUDY, EDUARDO, RODOLFO Y DIANA
 
CECILIA Y LUCIA
 
 
EDUARDO Y CECILIA
 
 
Lloviendo y haciendo sol, son las gracias del Señor, exclama Cecilia
 
 LUIS
 
 YUDY Y ELSA
 
 

 
Hay que saberla vivir, estamos en la Capital y está todo por hacer, dijo Cecilia para animarlo
 
 
 SUSANA PAOLA Y OLGUITA
 
 
 

 
 OBDULIO REINA EN EL PLANETARIO (1981)
 
 
 

 
 
 CECILIA Y LUCIA EN EL RESTREPO (1982)
 
 LUCIA, CECILIA Y EDUARDO (1986)
 

 
 CECILIA LOPEZ DE CELIS (1984)
  


EDUARDOCELIS (1994)

Fernando se quedó en la cama y estuvo haciendo planes alegres en su pensamiento
 
  

BOGOTA50



Cecilia cubre sus manos con las mangas del abrigo y tiene los labios congelados

  
EDUARDOCELIS

GOLEADOR
 
EN EL RESTREPO 
 


Pisaban el pavimento, como dos niños jugaban y cantaban disfrutando el hielo Capitalino
 

 
 FERNANDO Y FERNEY EN EL RESTREPO (1984)
  


LUCIA, CECILIA Y AMANDA EN EL RESTREPO (1982)
 



 
 EDUARDOCELIS Y ANA YUDY REINA (1982)
  
Aparece la guitarra de Alberto López interpretando a unos ojos, cosas como tú, plazos traicioneros, mar y cielo
 
 
YUDY EN EL RESTREPO
 
 


 CECILIA, AMANDA, YUDY. EDUARDO Y LUCIA (1985)
  
YUDY REINA Y EDUARDOCELIS (1981)
 
 
Cecilia tiene sus ojos negros, su cabello corto ondulado, la mirada firme con la frente siempre en alto. Luis tiene su voz fuerte, varonil y su sonrisa artística

 
 
 EDUARDOCELIS BIC RESTREPO (1979)  
GUSTAVO Y OLGA
 
 
Suben a un restaurante frente al palacio de justicia, conversando sobre el taller y el comportamiento extraño de su hijo Fernando
 
  
Cecilia tiene sus ojos negros
 
CON INGRITH
 
 
OLGA Y OLGA
 
Ya han pasado cinco años desde que Luis trasladó el taller de Calarcá, a la vieja calle sexta de Bogotá
 
 


  
Está demasiado apegado a su hogar
 
LUCIA, EDUARDO Y DIEGO
 
GOLEADOR B.I.C.
  
JANNER Y EDUARDO
 
Luis asume una actitud alegre, ella levanta la frente y se alisa su pelo
 
 

 
 El matrimonio es muy importante
 
 
EDUARDO, ALONSO Y AUGUSTO
 
EN LA CEJA
EDUARDO CON LILIANA Y YUDY
  
Yudy salió con sus dos sobrinas
 
Luis los años le pasan por encima
En la tarde regresan a casa por las mismas calles mojadas
 
OLGA LA TIA
  
Ferney dice que la muerte no existe
 

 
PAOLA Y OLGA
 

Y fueron felices…
 
 

  
Eduardo llegó temprano a la oficina
 

Un nido de amor
 
 

Conversando con Eduardocelis
Luis María Celis Rey
Cecilia López de Celis
Diego Celis López
Ferney Celis López
Lucia Celis López
Luis Fernando Celis López
José Eduardo Celis López
Amanda Celis López 
Olga Lucia López Celis
Luz Magaly López Celis
Adolfo Mauricio López Celis
Rodolfo Celis Reina
Diana Esperanza Celis Reina
Susana Paola Velásquez Celis
Volumen II año 2021
 
 

 
 
Los idus de marzo
 

Gabriel García Márquez
Nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca Magdalena, creció con sus abuelos maternos, a los cinco años sus padres, se fueron a vivir a Sucre, en donde abrieron una farmacia.
A principios de 1958 escribió: 
“El general Marcos Pérez, dictador de Venezuela durante diez años, se había fugado para Santo Domingo al amanecer. Sus ayudantes habían tenido que izarlo hasta el avión con una cuerda, pues nadie tuvo tiempo de colocar una escalera, y en las prisas de la huida olvidó su maletín de mano, en el cual llevaba su dinero de bolsillo: trece millones de dólares en efectivo. 
 
 
Unos quince años después, a partir de ese episodio y sin dejar de evocarlo, escribí El otoño del patriarca. 
Mi primer texto para aprender a descifrar el misterio fue Los idus de marzo. Como lo saben quienes la han leído, la novela es la reconstrucción literaria de los últimos años de la República Romana y de la propia vida de su dictador, Julio César. 
El pretexto del relato, en torno del cual se construye, es una fiesta ruidosa que Clodia Pulcher y su hermano ofrecían en honor de dos varones ilustres: Julio César y el poeta Cayo Valerio Cátulo. 
Es una licencia literaria, porque el año de la fiesta, que era el 45 antes de Cristo, Cátulo debía tener unos ocho años de muerto. 
 

 
Pero un escritor grande como Thornton Wilder no podía detenerse en esas menudencias racionalistas. "Cayo murió con un coro de Edipo en Colona", decía el relato.
Antes de Los idus de marzo, lo único que yo había leído sobre Julio César eran los libros de texto del bachillerato, escritos por los hermanos cristianos, y el drama de Shakespeare, que, al parecer, le debe más a la imaginación que a la realidad histórica.  
 
 

 
Pero a partir de entonces me sumergí en las fuentes fundamentales: el inevitable Plutarco, el chismoso incorregible de Suetonio, el árido Carcopino y los comentarios de guerra del propio Julio César. A fin de cuentas, Los idus de marzo es sólo una hipótesis sobre la personalidad de César. Pero es una hipótesis que tal vez supere la realidad. El 15 de marzo del año 44 antes de Cristo, todo el mundo en Roma sabía que a César le iban a matar.  
Todo el mundo menos él mismo. Cualquier parecido con cualquier otra historia, viva o muerta, será pura coincidencia”.
 
 




UNA JUVENTUD EXITOSA
 




JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ 

 





SITIO OFICIAL

  


 
 
 
 
José Eduardo Celis López

 CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA 1970-2020



 
 
 
GOLCELIS DE PEREIRA




JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ




Por entonces ya existíamos Fernando, Amanda y yo.













DEPORTIVO PEREIRA





 


 

 

 

 

 

 
CAMPEON Y GOLEADOR

 EDUARDITOCELIS EN EL BIC

 

 

 

 




Bogotà


Bogotà



Bogotà
 



Bogotà


EN EL RESTREPO


Cuando sonaban los aretes que le faltan a la Luna irrumpió Yudy, su gran amor que departía muy cerca, con su hermano Omar y sus sobrinas Yaneth y Liliana que estaba de cumpleaños.





CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA




POR JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ


El aire levanta sus vestidos de seda y los hace reír. Se juntaron en un fuerte abrazo con la mirada fija en sus ojos. Mientras un rio de agua viva corre entre sus dedos.

 

 







CAPITULO I

AMOR PLATÓNICO

 

 

















Cincuenta años en Bogotá







CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA 1970-2020 EDUARDOCELIS

 


 

 

 





Cecilia y Luis llegaron sorpresivamente al Barrio San Antonio de Bogotá.

 


 

En la noche observan la lluvia de estrellas de la Urbe Capitalina.

Ven pasar los trolebuses por la Caracas con sobrecupo de pasajeros.

El frío penetró sus huesos y los obligó a entrar a Casabianca.

Allí encontraron su amor platónico.

Llovió toda la noche y Cecilia tosió insistentemente.

Ya todos estaban durmiendo.

Poco a poco fueron acomodándose al nuevo ambiente familiar. Ella tiene una apariencia sexagenaria y a Luis los años le pasan por encima.

 


 

Luis cuenta con cincuenta y cuatro años y Cecilia con cuarenta y seis, parece mayor.

Cecilia tiene sus ojos negros, su cabello corto ondulado, la mirada firme con la frente siempre en alto.

Luis tiene su voz fuerte, varonil y su sonrisa artística.

Escuchando el salpicar del agua se quedaron dormidos.

Por la mañana volvió a llover y cuando despertaron se alcanzaba a sentir la leve llovizna. Cecilia no está acostumbrada a este frío y Luis se encuentra aclimatado.

 


 

Los vidrios de las ventanas se oscurecieron y resbalaban gotas como de gruesas lágrimas.

De pronto ella se iluminó con un relámpago, mientras soñaba con sus seis hijos.

Todos eran de Pereira menos la menor que vino de Armenia, todo comenzó en Calarcá, recuerda ella.

Al medio día caminaron hacia la plaza de Bolívar. Cecilia va feliz.

Las calles mojadas dejan escapar vapor, al contacto del sol con el betún del asfalto.

 


 

En la Plaza vieron volar las palomas, moviendo el aire con sus alas mojadas.

Cae una pertinaz lluvia.




Cecilia cubre sus manos con las mangas del abrigo mientras
Luis la abraza suavemente.

Pisan el pavimento mojado, disfrutando el hielo Capitalino.

La Atenas Suramericana está fría y acogedora. Las calles están inundadas.

 


 

En el centro descubren una mole de edificios que se alinean formando una selva de cemento.

Suben a un restaurante, conversando sobre el taller de mecánica y el comportamiento de su hijo Fernando.

 

Durante el almuerzo dialogan animadamente.

Cecilia está tranquila y Luis muy animado. Ella levanta la frente, sonríe francamente y se alisa su pelo.

 


 

Luis asume una actitud alegre y levanta su copa dando un brindis. Ya hace cinco años que no compartían juntos, desde que Luis trasladó el taller de Calarcá, a la vieja calle sexta de Bogotá.

La vida les dio otra oportunidad.

Bajan por la escalera eléctrica y salen a la séptima, congestionada por la gente y el ruido.

 



 

Observan negocios de música, almacenes de ropa, cafés, librerías, Iglesias, museos y el mítico Cerro de Monserrate.

Ahí comienza una llovizna de nieve, que observan eufóricamente.

Lloviendo y haciendo sol, son las gracias del Señor, exclama ella.

En la tarde regresan a la casa por las mismas calles mojadas. A esa hora el sol les da por la espalda, un sol desfigurado por las nubes de los cerros orientales.

 



 

La gente Bogotana es culta y muy elegante, concluyó Cecilia.

Luis se recostó en la cama y duerme profundamente, mientras penetra un rayo de sol por la ventana de enfrente.

Cecilia comparte un café en compañía de Fernando. Respiran un aire tranquilo.

Sienten muy cerca el latir de corazones, perciben la presencia del amor.

 



 

Es muy rebelde, Cecilia lo conoce bien desde que era niño, pero nunca ha entendido la razón de su rebeldía.

Una tarde en Calarcá tiró la cama, las cobijas, las almohadas y el colchón al patio, recuerda Cecilia.

Fernando se rio y Cecilia lloró en silencio, hasta agotar sus lágrimas.

No pudo levantarse pues tenía una pierna inflamada.

Se encuentra aprisionado dentro de su propio cuerpo, dice ella.

Después de tomar el café guardaron silencio por un buen rato.

 

 



 

La llegada a Bogotá les ha regresado la ilusión de una nueva vida.

Fernando encuentra la punta de sus deseos, dice que quiere estudiar en lugar de trabajar.

Nadie puede ayudarlo, todos están en el rebusque, quieren salir adelante por sus propios medios.

Llegada la noche las luces en Casabianca se apagan, dejando ver las estrellas fugases recorriendo el firmamento Bogotano.

 



 

 

Solo se oye un aire tibio que entra del patio y el rezongar de un pajarillo, que hace nido encima del lavadero.

Al otro día Luis se levanta hablando fuerte, para que todos escuchen.

Aquí se acostumbra trabajar o estudiar o ambas cosas a la vez, gritó.

Fernando se quedó paralizado en la cama, pareciera que se muriera cada día una parte de su cuerpo.

 


 

Los demás se movilizan al oír la voz fuerte de Luis.

Luis es enérgico y autoritario, desde muy joven ha estado metido en el taller y nunca ha tenido vacaciones.

Fernando se quedó en la cama y estuvo haciendo planes alegres en su pensamiento.

 


 

Trabajar y estudiar es su objetivo.

Comenzó a llenarse de sueños y a darle vuelo a sus ilusiones.

Fue formando un mundo alrededor de la enseñanza que le inculcaron.

La vida es dura aquí, es difícil vivir, exclamó saltando de la cama y soltando una risotada.

Hay que saberla vivir, estamos en la Capital y está todo por hacer, dijo Cecilia para calmarlo.

Fernando la escuchó, salió al patio, sintió muy cerca ese amor platónico.

 


 

Levantó la cabeza y miró el cielo Bogotano que llovía estrellas.


Hubiera querido ver los cerros, pero allí no había árboles.

El viento arrastra las nubes y se oían murmullos de voces que salían de los techos.


Vagó por los alrededores de Casabianca, organizando sus ideas.

Fernando cerró los ojos y abrió en llanto, tenía reprimido un sentimiento de tristeza en su alma.

En la pequeña ventana del altillo, vio una sombra larga y descorrida hacia el techo que daba vueltas y se movía como la llama de una vela y se oían sollozos confundidos con la lluvia.

 


 

Recorrió con su vista todas las ventanas que estaban cerradas.

Observó de pronto que las cortinas se movieron suavemente.

Estaba triste, salía y entraba de su cuerpo, sintió frío y entró. Después se escuchó una serenata en Casabianca.




Aparece la guitarra de Alberto interpretando a unos ojos, cosas como tú, plazos traicioneros, mar y cielo.

 



 

Fernando salió y le dio la mano.

¡Con tu hermana no se puede! le dijo mientras se tomaba un aguardiente.

No se angustie más, lo tranquilizó mirándole a los ojos y sonrieron.

Fernando entró y Alberto sintió una paz interior.

Luis habló de Alberto y de la serenata, hizo reparos al noviazgo, Lucia y Cecilia no se molestan, se ven tranquilas, muy confidentes y la noche sigue en calma.

Fernando abrió los ojos y vio la luz de la mañana, queriendo entrar por la ventana.

 


 

Sonó que había dejado de existir, fue como una realidad.

Vio a Cecilia levantarse antes del amanecer, la ventana estaba entre abierta y entró suavemente.

Los días comienzan monótonos, todos se mueven sin afanes saboreando el café caliente.

Bogotá es muy grande, la gente es muy viva y hay que prepararse, dijo Cecilia a gritos porque los sentía sordos y dormidos.

Los que se duerman van a aguantar mucha hambre, hay que pensar para hablar, no mentir, trabajar y estudiar, argumentó ella con seguridad.

 

 

 

Ya va siendo hora de que te levantes de esa cama, le dijo a Fernando.

Déjame tranquilo contestó Fernando debajo de las cobijas, pareció dormir.

A esa hora ya había alguien en el lavadero. Quien tararea una canción con voz muy queda, resplandece el aire y el sol mueve las nubes a través de un cielo azul y detrás de él hay más canciones con esa voz que enamora.

Alberto no recuerda lo que había dicho Luis.

 


 

No recuerda nada por el efecto del aguardiente.

Muy temprano llegó a Casabianca, aclaraba el día y se iba la noche, vio como el día desbarata las sombras.

En ese instante se ve salir el sol Bogotano por detrás de los cerros orientales.

 

Fernando se levantó lentamente, está flaco y pálido, entró al baño, se lavó la cara y se reía, mirándose al espejo.

 




Luego, se le descolgó la cabeza y salió por la puerta que da al lavadero, sosteniéndose la cabeza con las manos.

 


 

Después sobrevino un sollozo, un llanto suave pero agudo, un movimiento brusco, haciendo retorcer nuevamente su cabeza encima de sus hombros.

De repente vio que el cielo se volvió plomizo oscuro, aún no aclarado por la luminosidad del sol Capitalino.

Fernando se enderezó y entró a la cocina.

Con él entró una luz tenue, no como si fuera a comenzar el día, sino como si estuviera llegando la noche.

Se sentó en un rincón y salió de su cuerpo. Alrededor del patio se perciben pasos que rondan la cocina, como gatos en la oscuridad.

 


 

Siente sus manos en el cuello las suaves manos del amor platónico, de pie en el umbral, delgada, de pelo corto que roza sus hombros, de cara pequeña, ojos claros, así la percibe.

 


Su cuerpo atravesado impedía ver la llegada del día, a través de su vestido, observa pedazos de cielo y debajo de sus pies destellos de luz.

 


Detalles tan pequeños que llaman la atención, sus ojos, sus sonrisas iluminan su rostro inmaculado.

 

Una luz que ilumina todo, como si el suelo debajo de ella estuviera desprendiendo rayos.

 


 

Fernando despertó, abrió sus ojos negros penetrantes que estaban llorando todavía, nadie lo entiende, nadie le cree, sentía un rencor vivo.

 


Cecilia está triste, se queda mirándolo y no puede resistir la escena.

 

Entonces ella se dio vuelta. Apagó la luz de la cocina, cerró la puerta y rompió en sollozos.

 

En un instante Cecilia recuerda todo lo que pasó en Calarcá. Pensaron que era un problema mental dijo Luis, ella no se atrevió a asegurarlo.

 


 

Cecilia sabe lo que han sufrido desde que todo comenzó.

 

Siguieron gemidos confundidos con la lluvia y el tictac de su gallinita que camina lentamente, como si se estuviera deteniendo el tiempo.


Siempre han dicho que está loco y no lo creo, más bien
debe estar muerto en vida, dijo Luis a gritos.

 

eduarditocelis

en el bic

Se resolvió por el estudio, pero falló en su intento y se retrasó por siempre, dijo Cecilia.

 


 

Sólo ellos saben en realidad, lo que había pasado en Calarcá.

 




Al llegar al taller de mecánica sufrió un trauma mayor, un delirio de persecución que lo deprime.

 

Fernando abrió de par en par la puerta, entró a la pieza afanado, se puso la camisa arrugada y encima se colgó un buzo con motas amarillentas que usaba desde su llegada a Bogotá.

 

El sol a esa hora es picante y cae sobre su integridad. Cortinas de nubes negras amenazan con caer. Al llegar frente al taller observa que Luis comienza a impartir órdenes.

 


 

¡Pobre gente!, se lamentó aferrándose fuertemente a uno de sus libros y sintió alivio al pensar que su destino ya está definido.

 

Hay pocas nubes en el cielo que está todavía azul y el aire sopla fuerte allá arriba, aunque aquí abajo hace mucho calor.


La madrugada fue apagando los malos recuerdos de Fernando. El mismo se oía el sonido de sus palabras, notaba la diferencia de este despertar.

 


 

Porque las palabras que había pronunciado hasta entonces, ya no las volvió a recordar ya no tienen ningún significado, no salen de su alma; se siente brillante; sin miedos, como se siente durante los sueños.

 

De repente la tarde se volvió gris en San Antonio. El salón de clases estaba oscuro y frío.

 

edilma

El profesor subió las gafas a su frente, cerró sus ojos azules y sobándoselos con los puños cerrados comenzó el mensaje filosófico.

 


 

En la calle se respira un ambiente hostil.

 

El crimen que comenzaba a aglomerar a miles de curiosos, en el caño del río Fucha donde flota un cuerpo sin vida, como consecuencia del fraude en las urnas, los integrantes del movimiento guerrillero ajustician selectivamente a quienes ostentan el poder. Nunca había visto un muerto, dijo Eduardo observando como Cecilia dobla su espinazo sobre el lavadero.

 

No puede explicarse por qué toda la gente estaba alrededor y ninguno hacia nada por sacarlo.

 


 

El cadáver estaba boca arriba flotando en la superficie del agua, vestido de paño gris a rayas, camisa azul y corbata roja.

 

Violentamente asesinado, rígido, inmóvil, abotagado, con protuberancias en la frente, los labios pálidos, el rostro macilento, con muecas de sufrimiento.

 

La gente dice que le dictaron la pena capital tras consultas con el pueblo.

 

Es una guerra entre los del brazo armado de la izquierda y los de la extrema derecha.

 


 

Esta es la guerra política, dijo Cecilia que termina de colgar la ropa en las cuerdas del patio.

Se apropiaron de la espada de Bolívar y van a matar a todos los opositores, gritó Eduardo recogiendo el balde del suelo y tomando a Cecilia del brazo la condujo a la cocina, en donde degustan el arroz con frijoles.

 





Allí está Fernando, pálido, callado, al lado de Cecilia, son inseparables. Se necesitan, se quieren, la enfermedad es compartida, se fundieron en su pasado.

 




Sufren mucho y no saben por qué, talvez de tristeza.

 


 

Había oscurecido y Fernando prefiere ver a su madre viva no muerta como la había visto en su último sueño.

 

Cecilia también le sirvió arroz con frijoles. Suspira mucho y cada suspiro es como un sorbo de vida que se le va.

Y aunque no había niños jugando, ni palomas, sintió como si estuviera en Calarcá.

 

Fernando comparte solamente el silencio.

Porque su cabeza está llena de ruidos y de voces raras.

De voces extrañas y aquí, donde el aire es escaso, se oyen mejor.

 


 

 

Se quedan dentro de su ser.

 

Se acordó de lo que le había dicho su madre en Calarcá Allá me oirás mejor.

 

Estaré más cerca de ti y encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que es la de mi espíritu, si es que alguna vez mi espíritu ha contactado con el tuyo.

 

Mi madre no está muerta sino viva, afirmó Fernando.

 

 

 

José Eduardo Celis López

 

 

 


 











CAPITULO II

AMORES CELESTIALES

 



 


 

 

 

Eduardo corre en el Parque Nacional, presuroso, un escalofrío recorre todo su cuerpo, cala sus huesos, da vueltas a la glorieta, mira por entre los árboles con ansiedad, busca por la orilla de la quebrada, hasta que no aguantó más y se desmoronó totalmente sobre uno de los asientos, con las piernas abiertas expuestas al sol.

 


 

 

Allí lo envío lázaro el amigo de Luis y su mejor cliente.

 
Nunca en su vida había tenido la experiencia de encontrarse con personas extrañas para hablar de negocios.

Ahí estaba un Señor Moreno, calvo, de rostro fresco quien le extendió la mano sonrientemente.

-¿Cuántos años tienes? Indagó.
Veinte años, voy a cumplir.

 


 

-¿Con quién vives?
Con mis padres y con mis hermanos.

-¿Que estudio tienes?
Soy bachiller, contestó Eduardo extendiendo el diploma.

 

El hombre revisó su contenido, se acomodó sus mancornas y el pisa corbata de oro y le dijo aquí está Ligia, con ella se va a entender de ahora en adelante.

 

Eduardo se impactó ante la presencia alegre y sonriente de la mujer. 

 

Ella sacó de su bolso de cuero un paquete de cigarrillos y se llevó uno a su boca de rubí, dejando escapar un bucle al aire.

 


 

 

 

En la tarde, Fernando sintió que está aturdido por el sonido del compresor y salió del taller presuroso a buscar tranquilidad en Casabianca.

 

Al entrar se encontró con su amor platónico.

Atinó mirarle con ternura sus ojos negros y hechiceros, su frente amplia, su preciosa boca, su pelo suave que cae sobre la espalda hasta la cintura de muñeca.

Sintió de cerca su aire de gitana con espíritu llanero.

 


 

Se sentó en un rincón de la cocina a tomar tinto con Cecilia, salió temprano del taller le dijo ella dando una mirada juzgadora por encima de sus gafas y cerrando la puerta le indagó sobre lo que le había ocurrido con Luis en el taller.

 

Fernando le contó que estaba muy aburrido con el trabajo en el taller y que no soporta los ruidos.

¡tomémonos otro tinto! dijo Fernando, para eso tengo a mi mamá viva!, exclamó con alegría.

 

 

Fernando habló de sus años en Calarcá y recordó lo feliz que pasó con sus tías en Pereira, me gustaría regresar dijo con nostalgia.

 


 

 

Cecilia también recordó a su querida Pereira, se pusieron de pie, sintieron alegría en su corazón y sonrieron.

 
Entraron a la alcoba tomados de la mano, como si se olvidaran de sus tristezas, entre tinto y tinto, miradas, sonrisas y mensajes subliminales, se regocijaron en una tranquila tarde.  

 

Al día siguiente Eduardo llegó temprano a la oficina de la Presidencia del Banco.

Se comprometió con la secretaria a traerle un paquete de bonos, para consignar en la cuenta bancaria. Aclarando que se debía entregar un porcentaje en efectivo.

 


 

De inmediato se iniciaron las diligencias y el intercambio de bonos por dinero en efectivo.

 

No estarás en el Banco solo para ganar dinero, le dijo Lázaro muy serio, sino para aprender la profesión y cuando ya sepas algo, entonces podrás ser gerente.

Por ahora eres sólo un aprendiz bancario; quizá mañana o pasado llegues a ser tú el jefe.

 

En el segundo piso se encuentra la oficina de Eduardo, cerca de la gerencia, en donde coordina las operaciones. 



 

Mientras tanto en Casabianca promediando la mañana Lucia se encuentra planchando y doblando ropa, de repente apareció Alberto quien la busca presurosamente.

 

Tan pronto se encuentran se funden en un abrazo y un beso, sin mediar palabras como nunca lo habían hecho.

 

Sellaron para siempre un amor infinito, por encima de cualquier consideración. Cecilia está feliz de ver a su hija feliz. Él era su luz y se convirtió en sombra y hecha sombra se marchó al olvido,
todo ese amor se quedó escondido en lo más recóndito de su alma. 



 

En una decisión insólita, Luis estuvo de acuerdo con que se normalizaran las relaciones de Lucia con Alberto, Luis les manifestó que tomaran la decisión, sin necesidad de consultarle.

 

Eduardo comienza una etapa exitosa, a partir del momento que empezó a trabajar con el Banco, no le volvió a faltar dinero en sus bolsillos.

Después de hacer oficio todo el día Lucia le dijo a Alberto suavemente. Te espero en el patio de la casa, para que hablemos de lo nuestro.

 


 

Allá en la parte trasera de Casabianca frente al lavadero, se encontraron ante una realidad preparada para la ocasión.

¿Qué es lo nuestro? Preguntó Alberto, cautelosamente.

 

Nuestro matrimonio, contestó ella levantando la voz al tiempo que lo apretó fuertemente contra su pecho.

 

De inmediato Alberto sacó de su chaqueta de cuero un fino estuche y colocó delicadamente una argolla de oro en uno de sus dedos y otra en uno de los suyos.

 


 

 

¡Salud! Dijo levantando la copa de champaña. ¡Salud! contestó Lucia.
Él era una luz y se convirtió en su sombra, una sombra que aún hoy la persigue.

 

Llovió toda la siguiente semana y en medio de la lluvia   nacieron amores imposibles y murieron amores posibles.



 

Una mañana de esas premonitoria en el Restrepo amarteladamente en la terraza se estrechan dos pardillos asustadizos.

Los flirteos alcanzaron a advertir la atención de los intrusos.

Cerca de la cocina lograron un galanteo trivial y al notar su presencia, bajaron el tono de su amorío.

 




A través de la ventana de la cocina se escucha la voz de Cecilia conversando con Fernando quejándose de la imprudencia e insensatez de Luis. Ella le dice que ya es hora de irse acostumbrando. 

Cecilia lo conduce al comedor debajo del cobertizo y con fascinación contemplan una cesta que contiene un ramillete de radiantes flores y azucenas de diferentes colores, brillantes, con tallos altos y verdes hojas.

Espectacular momento de satisfacción que les produce un entusiasmo profundo y los une en un espontáneo abrazo.

 


 

El suceso de esta mañana ha quedado plasmado en la base de la maceta que contiene el adorno floral.

 

Descubren una etiqueta con el membrete y rubrica propios de Amanda, que se adelanta de esta forma en la conmemoración del día de la madre, próxima a celebrarse.


Cecilia elogia el afecto de Amanda con este hecho trascendental. ¡Nunca me habían regalado flores! exclamó dichosa y feliz.




Como ocurría siempre, Cecilia mira el cuadro de las ánimas benditas y agradece en voz alta por los favores recibidos.

 

En el día de hoy era mucho lo que tenía que agradecer.

 

Seguidamente como por impulso Eduardo sacó de su dedo una argolla de oro que le perturba y la colocó delicadamente en el anular de Cecilia,
para sepultar la propuesta que tanto le atormenta.


Sabía que a Cecilia le gustan las joyas

y se fue al empotrado armario gritando soy libre no quiero casarme.

 


EDUARDITOCELIS EN EL BIC

 

Esperaron a que terminara el rosario para que Cecilia sirviera la comida. A nadie más esperaban a esa hora de la noche.

 

Como siempre Fernando comía muy rápido casi sin masticar y al tiempo que manducaba los alimentos soltaba cortantes risas nerviosas. 

Este era un momento sosegado y apacible para compartir una bandeja paisa, oyendo a Cecilia recontar historias de su natal Pereira y en su largo peregrinaje por Calarcá.




Escampó después de las nueve de la noche. Todo está tranquilo en el Restrepo, Cecilia se esmera por atender a Fernando para evitar alteraciones de su personalidad.


Eduardo volvió a su cuarto y empinándose observa a través de la ventana el accionar retraído de la avecilla que inocente respinga en busca de calor paterno.

 

Aún no se percata de las consecuencias fatales que le esperan por el inminente destino.



La avecilla voló sin rumbo conocido dejando su nido abandonado.

 
Cecilia asegura que ya se aclimató al frio Bogotano, dice que en los últimos años han cambiado muchas cosas, Lucia es madre de dos niñas, Amanda funge como enfermera, Diego se encarga del taller y Ferney adelanta su vocación de jurisconsulto. Dice que ninguno se ha acostado con hambre, todos gozan de los beneficios de manutención de Luis. 

No importan las necesidades básicas, lo que en realidad los une es la tolerancia por los procederes de los demás. 

Es la misma historia de siempre, comentó Eduardo.



 


Si, pero Luis produce para todos sin que hasta el momento alguien se atreva a coger las riendas de esta casa, replicó Cecilia quien esconde sus piernas debajo de la mesa.  

 


Automáticamente Eduardo recoge del mesón dos recibos de servicios para hacerse cargo de su pago.

 

Esta es la primera muestra del compromiso que en adelante asumirá con su familia. 

Antes que Cecilia se esconda en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde ya no pueda alcanzarla ni verla y adonde no pueda volver a escuchar sus palabras, balbuceo Eduardo.


EDU

CAMPEON

GOLEADOR


A través de la ventana penetran los aires armónicos de aquella hermosa avecilla de fino pico y pequeños ojos verdes que retoza encima del lavadero, ávida de afecto, galanteando abiertamente como si no advirtiera su destino infame.

En la terraza Fernando hace muecas como si se le desprendiera la cabeza. Fernando sufre de un movimiento sintomático producido por la contracción de los músculos del cuello.  
Y se encontró de pronto solo en la casa vacía.



 

La ventana de la casa abierta al cielo le permitió ir y venir de nuevo libremente como un espíritu.

 

Los huesos de su cara están forrados por un pellejo curtido por sus treinta años de existencia, de los cuales los últimos diez han sido marcados por una rara incapacitante y dura enfermedad.

No se supo nunca el verdadero origen de su enfermedad que lo tiene prácticamente enajenado.

 

Cecilia recuerda con perspicuidad el ataque de paranoia que tuvo esa mañana en Calarcá, dejando todo al sol y al agua, luego de patearlo con tosquedad y en la noche llegó calmado, como si no hubiera pasado nada armó de nuevo su aposento, comió y se acostó sosegado. 



 

El viernes Eduardo llegó a la taurina, esa noche estaba alborotada por las fiestas decembrinas, en un rincón se encuentran los Echeverry, famosos por sus intervenciones en asuntos ilegales, de lejos los saludó con una venia.

Eduardo se acomodó en la barra a degustar el néctar y la buena música.

 

 


 

La taurina estaba a reventar desde tempranas horas, sus luces y colores daban un aspecto carnavalesco, hombres y mujeres gritaban alborozados. Ahí se encontró con Manuel su gran amigo de colegio y Carlos su hermano.  

 


Eduardo se entusiasmó por el buen ambiente y comenzó a cantar fuerte, tras el sonido de los altoparlantes.

 

Cuando sonaban los aretes que le faltan a la Luna irrumpió Yudy, su gran amor que departía muy cerca, con su hermano Omar y sus sobrinas Yaneth y Liliana que estaba de cumpleaños.



 

Él se quedó mirándola, le llamaron la atención sus cabellos largos y sus ojos claros, tímidamente trató de tocarla, pero ella instintivamente retrocedió, para volverse a él presurosa.

 

Eduardo se animó a bailar tomándola por la cintura fuertemente.

 


Desliza sus manos por toda su humanidad y su hechizo pelo, disfrutando cada instante de este encuentro inesperado y ahora se ubicaron en el centro de la pista, en un apretado baile sinigual.


EDUARDITOCELIS EN EL BIC

 

 

Al término de la melodía, respiraban muy cerca, cara a cara, ella en un arrebato de pudor le dijo jadeantemente ¡no me beses! entonces como por instinto Eduardo la besó, sellando ahí este encuentro casual y definitivo.

 

Ella se retiró a su lugar, llevando los nervios de punta, abrumada y ansiosa.

De inmediato se armó la bronca, se formó una monumental trifulca a un lado de la pista, inesperadamente estuvo en peligro la vida de Eduardo,

 



 

Absurdamente recibió el ataque feroz de cuatro bandidos, a medias logra repelerlos con una botella que trata de romper contra el filo de la barra.

 

La oportuna intervención de los Echeverry evitaron su linchamiento, lo defendieron y con revolver en mano repelieron el ataque.


Después de la media noche Eduardo regresó a la casa en compañía de los Echeverry. El menor de ellos, el más sagaz en el manejo de armas que lo convierte en un peligroso atracador nocturno, ladrón de bancos, maleante obstinado, le dijo lacónicamente ¡Cuídate mucho, diablo!, no te metas en problemas, cuídate hasta de nosotros.



 

En las penumbras estalló una carcajada. Hace presencia un fantasma envuelto en una sábana blanca que recorre la casa paterna en forma misteriosa. Eduardo se recogió en un rincón de la cama, pensando que se trataba de su hermano Fernando que había recaído en sus manifestaciones de excentricidad.

No es nada malo dijo Cecilia con voz calmada, no tengas miedo, deje la luz prendida para que no tenga más ofuscaciones.

 

 


 

Entonces Eduardo dejó la luz del cuarto prendida, sin duda su estado de intoxicación etílica le había jugado una mala pasada.


¡Téngale miedo a los vivos! gritó Luis.

 

Fernando se quedó quieto debajo de la escalera, sus ojos brillaban y su rostro dibujaba una sonrisa.

No se preocupe, dijo Fernando que observaba la escena de lejos, lo cierto es que un amigo vino a despedirse, cuando alguien muere, su espíritu sale del cuerpo y hace un recorrido, acotó gesticulando.



 


 

Eduardo lo miró perplejo, tenía la idea que el fantasma era su hermano, su mirada inalterable le producía espanto.
Eduardo se durmió y Cecilia apagó la luz. El espíritu perturbador termina su recorrido y la noche pasó volando.

 

Al otro día Cecilia está aseando la terraza y observa como una avecilla se asoma por encima del muro del lavadero, sonríe y guarda silencio. La observa a cada instante parece que le incomodara con su canto. La mañana se torna lluviosa y plomiza.

 

 


 

Por más que estuvieron muy cerca la una de la otra no fue posible que se tocaran sus corazones.

¡Qué haces! dijo Yudy en la mañana, al ver que Eduardo la seguía.

Era el primer día del noviazgo y
Yudy salió con sus dos sobrinas y las acompañó hasta la escuela, era muy temprano.

 


 

Yudy hace este recorrido con sus sobrinas todos los días, como también Eduardo estaba dispuesto a hacerlo mil veces y así se fueron conversando por la Caracas. hasta dejarlas en el salón de clases.

 

Entraron al planetario a tomar un café y se comprometieron totalmente.

Cuantas veces quise estar compartiendo mi vida con una persona tan bella, le dijo Eduardo.

 


 

Luego Judy quedó en la casa con Flor y Eduardo se introduce en un trolebus para llegar temprano a su trabajo en el Banco.

 


Pensando que ha encontrado la mujer ideal. la que más lo quiere después de su mamá.

 

En ese momento a Eduardo se le ocurrió pensar que ahora si estaba enamorado y que quería casarse con Yudy.

 



 

Pensó comprar las argollas de matrimonio, aun no tenía nada preparado, era muy prematuro pensarlo y hasta hace muy poco dijo que no se quería casar y que tenía toda la vida por delante.

 

Al otro día apareció Yudy en su casa y le dijo que no se preocupara por el matrimonio, que pensaba irse para donde su tía en Honda.

 




 

Se entregó totalmente a luchar por su amor, mil veces repitió que se casarían y muy pronto y le dio la posibilidad de ir a Honda, manteniendo su trabajo en el Banco.

 


 

Eduardo soñó con tener hijos una niña y un niño que le dijeran ¡papito papito¡ y adelanta con Alberto la confección del vestido de novia con una cola larga, blanca y radiante.

 

En el mes de abril fueron a Honda con toda la familia.

Yudy le confesó que también quería tener hijos suyos.

Disfrutaron animadamente en Honda que tiene un calor y un ambiente que amaña.

 



 

 

Después se casó con Yudy y fueron felices y tuvieron dos hijos en una luna de miel inolvidable.

 

Yudy es la mejor de todas, la mas completa para todo, muy juiciosa y les entregó toda su juventud hasta nuestros días es ella blanca, radiante, de cara preciosa de ojos claros y con diecinueve años.

Cuando se hicieron novios primero pasaron dos años, después se casaron por la iglesia católica.

El matrimonio le vino muy bien a Eduardo, se consolidó en el Banco, y disfruta todo instante, le gusta más que levantarse tarde.

 


 

La vida en pareja les llegó como anillo al dedo la pasan muy bien, bailan, se divierten y les gusta vivir independientemente, sin tener que recurrir a la familia.

 

Yudy es sensacional cada día se quieren más, más y más, es una aventura muy emocionante, juraban amor toda la semana, Eduardo le dice te quiero, te quiero, te quiero.

Muchas veces van a la pizzería y le llevan pizza a los dos hijos. Les encanta tomarse fotos en familia con los niños.

Van construyendo un nido de amor, comparten un amor que nunca muere.



 





 


En el Restrepo el sol entró a la casa sin abrir la ventana, en la pajarera ya se escucha el canturreo de la avecilla que tanto ha alegrado el ambiente, su música puede más que la tozudez de sus contrincantes, es el símbolo de amor puro, tierno y seductivo que profesa.

 

Es una llama que nadie puede apagar. 

 

 


 

 

 

 

 

 




CAPITULO III

AMOR ETERNO





CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA 1970-2020  EDUARDOCELIS

 


 

 

 

 

 

 

Cecilia le dijo a Amanda que se iba a bañar y le pidió un jabón perfumado, Amanda se fue a tráeselo y cuando volvió ya estaba en el baño.


 

Ya no respondía, ¿Está usted viva? Preguntó Amanda angustiada ¡Dígame, por favor está viva o no se está bañando, voy a abrir la puerta!

Amanda abrió la puerta y se encontró de pronto sola en ese baño vacío.

Las ventanas estaban abiertas y del cielo llovían bolas de luz, de luz intensa y brillante. Solamente vio que se asomaron las manos descarapeladas que mostraban sus anillos de oro.

Cecilia, Cecilia, Cecilia! Cecilia!
contestó el eco.

 


 

Porque tiene un solo ojo le preguntó. Es que la luz es muy fuerte y no alcanzo a ver bien desde aquí.

 

Inmediatamente Amanda llamó a Eduardo para contarle lo sucedido.

 

Eduardo se asomó por la ventana y la vio ahí, brillante como el sol, moviéndose, con las manos descubiertas y sin las joyas.

 


 

Ferney las tiene dijo Amanda.

 

CAMPEON

GOLEADOR



Luis se apuró a salir sin desayunar evitando terciar en los hechos ocurridos, trató de levantar la batería del carro y se reventó un resorte. 
Regresó a la casa dejó la batería en el suelo y volvió a salir silenciosamente a donde lázaro para cobrar un dinero que le adeuda.

 

Por qué lloras mamá, preguntó Fernando, pues reconoció el rostro de su madre.

 


 

No quiero que tu padre se muera antes que yo, le dijo Cecilia, pues al verlo salir cree que no volverá.

Y luego, como si se le hubieran saltado todos los resortes, se dio vuelta sobre sí misma una y otra vez, hasta que las manos de Luis la abrazaron y le dijo: tranquila aquí estaremos los dos siempre.

 

Luis llamó a Pablo, a Luis a Diego, pero ninguno contesta.

 


 

Todo lo que comía lo devolvía, ese día se pasó de cama en cama y por último llamó a Eduardo para decirle, Eduardito que puedo hacer yo y Eduardo le preguntó que quiere Papá y lacónicamente contestó: ¡morirme!

 

De ahí en adelante Eduardo estuvo a su lado cada instante junto con Alberto y Ferney en este suceso inesperado.

 

Amanda también decidió estar en la casa y recuerda muchas cosas que pasaron en la familia.

Cecilia dice que se apagó su luz.

 

La mañana llega lluviosa, plomiza, sinembargo aun se ve el reflejo de la Luna, Luis era su amigo desde su infancia y departieron cincuenta años.



 


Pobre de ella se siente abandonada. Se hicieron la promesa de morir juntos. De irse los dos para darse ánimo uno al otro en el último viaje, por si se necesitaran, por si acaso encontraran alguna dificultad. Eran muy amigos.


Alberto dice que lo quería mucho porque Luis le dio su confianza y se le llenaron los ojos de agua, Alberto salió y se fue.

 

 

Los demás se quedaron a su alrededor porque aún se sentía su presencia.




Así transcurre el más alarmante día de la partida de Luis y la agonía de Cecilia,

 

Oyeron que alguien se queja y se da cabezazos contra la puerta. Y allí estaba Luis. ¿Qué es lo que le pasa? Le preguntaron de adentro, Busco a mi papá, contestó, me dijeron que está aquí.

 

Ya se marchó y no está aquí, un silencio profundo sigue después, Luis también salió y se fue.

 

¡Cecilia no puede entender porque Luis se fue! son las cosas de Dios dijo.



 

 


Fernando salía y entraba, miró a través de la ventana y se siente como encerrado en ese patio a cielo abierto y rodeado de perros rabiosos que lo acosan.

 

Como que se le va la voz. Como que se le pierde el sentido. Como que se ahoga con un taco en la garganta.

Ya nadie lo quiere. Ya no sabe si es un sueño o es la realidad.

Metió la mano por un orificio de la ventana y alcanzó a coger una manzana, la mordió y sintió que estaba en descomposición, no había nadie allí.

 


 

 

Fernando se quedó mirando a una mujer de cabellos rizados y caderas protuberantes que entraba y salía.

 

No tenía agua, no había luz ni gas es como un destierro. No siente el pelo, no encuentra la cara y sus manos están más arriba de los hombros.

 

Sin embargo, era muy consiente que se iría para siempre,

 

Fernando se puso a orar llamando a Cecilia fuertemente, a Luis, a Diego.

Hubo un tiempo en el que estuvo oyendo durante muchas noches el rumor de la voz de su mamá.

 


 

 

Le llegaban los ruidos de su voz hasta la media noche.

 

Se acercaba a la ventana para ver si había alguien, pero estaba oscuro.

 

Nada. Nadie. Las piezas estaban solas como ahora.

Luego dejó de oír la voz. Y se cansó y se quedó dormido.

En sueños seguía oyendo voces como ecos. Con espanto oía el aullido de los perros.

 

 


 

 

Fernando no se pudo despedir de nadie, pues todos lo habían abandonado.

 

En la madrugada se fueron apagando sus recuerdos.
ya no oía el sonido de sus palabras.

 

En un arrebato de fe dijo: ¡todo está consumado! al medio día salió y se fue,

 

Cecilia está ahí con él. Ella lo reconoció y andaban juntos.

 

En la tarde, Cecilia está en Soacha ilusionada con ver a sus hijos. Cecilia y Fernando siempre están juntos.

 


 

Eduardo se encontró con Diego y se cruzaron la mirada fijamente, Diego sonrió se escondió en su pieza, estaba bien vestido, listo para irse.

 

Durante el desayuno tomó su chocolate como todas las mañanas, se sentía inquieto y preguntó ¿oye
quién está cumpliendo años hoy?
Cecilia contestó Eduardo.

 

Entonces se detuvo en su pieza y decidió quedarse en la casa, colocó la cabeza sobre la almohada, subió una pierna sobre la cama y salió y se fue.


Él se comportaba como un niño dijo Eduardo, un niño con 76 años encima contestó la Doctora.

 


 

Si, él vivía sin afanes, se reía solo, no se quejaba de nada acotó Eduardo.
No quise molestarle dijo la Doctora. A pesar de todo, era como un niño. Está bien, lo siento.

 

Al subir las escaleras vio a Lucia y Alberto almorzando con sus tres hijos y sus dos nietos. Ella nunca lo mandó al olvido y aún hoy sus labios lo nombran.

Al rato Luis entró nuevamente y dijo que se le había reventado un resorte.

Su último viaje a la oficina de Lázaro lo había dejado exhausto.

 


 

Nadie le creía porque parecía que no hablaba en serio y así pasaron varios días sin que se le prestara la atención requerida.

 

 

Estaba encerrado en la casa, acorralado,

desahuciado y ninguno podía ayudarlo, eran como las cuatro de la tarde y Luis salió y se fue.

 

 

Diego llegó a Matatigres para hacerse cargo del taller de mecánica porque le dijeron que su padre, estaba muy enfermo.

 


 

Cecilia le dijo, no dejes abandonado a Luis en estos momentos tan difíciles.

 

Estoy segura de que lo está necesitando con urgencia, hace días que no viene a la casa y se encuentra solo encerrado, muriéndose en ese taller.

 

Entonces Diego así lo hizo.

 

Y de tanto decírselo se quedó trabajando al lado de Luis y Pablo.

 


 

No le vaya a cobrar por la ayuda, hágalo de corazón.

 

Exígele que vuelva a la casa, aquí lo cuidaremos mejor.

 

Que se olvide de rencores, hijo dígale que vuelva.


Así lo haré, mamá. Contestó Diego inmediatamente.


Pero no pensaba cumplir su promesa por mucho tiempo debido a que había tenido varios altercados con Luis.

 

Hasta que ahora le tocó volver por obligación y de este modo se esforzó por trabajar nuevamente en el taller a pedido de su madre.

 


 

Por eso vine a Matatigres para atender los negocios de mi papá, se expresó Diego ante sus hermanos.

Era ese tiempo de la bonanza cuando a Diego lo llamaban de muchos talleres para realizar  su trabajo de latonero.

El trabajo en noviembre y diciembre abundaba y en enero y febrero se escaseaba.

 

Diego trabajaba dos meses y descansaba hasta que se le acababa el dinero.

 


 

Pero el que trabaja bien se lo pelean los dueños de los talleres.



Y Diego prefería trabajar en otros talleres porque le pagaban completo el jornal en cambio al lado de Luis estaba triste porque no se veía el pago todos los fines de semana.

 

Eso es lo que no entiende mi mamá; decía Diego con nostalgia, entre resignación y suspiros. Siempre fue así se volaba del taller con otros patrones y el retorno era porque le daba pesar con su padre.

 

Pero jamás volvió con alegría siempre traía los ojos llenos de tristeza de tener que volver obligado.

 


 

Hoy es diferente porque vengo con los ojos de mi mamá quien me los dio para ver la necesidad por la que pasa mi papá y no por el dinero.

 

Hay allí mucho trabajo comenzado dice Luis y le recomienda que trabaje duro con sus hermanos para llevar comida a la casa.

 

La voz de Luis no era tan fuerte, era más bien suave, casi apagada, como si hablara consigo mismo.

¿Y por qué volvió usted a Matatigres, si se puede saber? preguntó Pablo. Vengo a ayudarle a mi papá contestó. ¡Ah! Eso dice siempre pero a los pocos días se vuelve a ir, no eres constante, dijo él.

 




Y siguieron trabajando en silencio, vamos cuesta abajo, como dice el tango dijo Luis, que tiene los ojos hinchados por lo pesado del sueño.

¿Y cómo sigue su padre?
preguntó Lázaro preocupado por la ausencia de Luis.

 

Ya está mejor don Lázaro, pero no quiere salir de esa pieza.

Déjelo tranquilo menos mal que tiene a su hijo mayor atendiendo el taller.

 

 


 

Yo también soy hijo de Luis dijo Pablo y también estoy ayudándolo. Todos somos sus hijos dijo Luis, pero de distinta madre, por lo menos él me llevó a bautizar dijo Pablo.

Con usted debe haber pasado lo mismo?

No me acuerdo, pero creo que si contestó Luis.

 

¡Váyanse al carajo! Gritó Diego, no confundan a don Lázaro.

 

¿Qué dice usted? Preguntó don Lázaro. Que ya le estamos terminando su carro para entregárselo.



 

Sí, ya lo veo. Gracias Diego.

 

En Talleres Santacruz de Matatigres el patrón Luis Celis se enfermó y sus hijos lo reemplazan dijo don Lázaro.

En Soacha los niños juegan y aturden con sus gritos. Cecilia se distrae con el vuelo de las palomas conversando con Diego y Eduardo y disfrutando un cielo azul del atardecer.


Ahora estaban aquí, en este pueblo sin ruidos.

Oyendo caer las pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles.

 


 

Algunas casas están vacías con las puertas cerradas invadidas de yerba.

Al cruzar una bocacalle vieron a Fernando fumando un cigarrillo y se desapareció como si no existiera.

 

Después volvieron a verlo de frente y lo siguieron con la mirada.

Diego le llamó muy fuerte:
Fernando miró y sonrió

¿Es que no sabe dónde vive? Allá está la casa junto al centro de salud. Fernando se fue en silencio y Cecilia lo guiaba.

 



Su voz estaba desafinada, su boca como seca y la cabeza muy desprendida de los hombros, sus ojos clavados en la tierra.

 

Fernando ha sufrido mucho, siempre lo he visto enfermo, dijo Diego.

Volvieron a la casa, aunque los niños seguían jugando, Cecilia la sintió muy fría.

 

Ni las palomas, ni el cielo azul, la pudo consolar, sentía una agonía en todo su ser.

 


 

Cae la noche y se escucha solamente el silencio, aún no esta acostumbrada a quedarse sola, su cabeza sufre de calores.

No entiende porque está viviendo en un pueblo tan solitario, conversando con alguien que no existe.

 

Llegó la hora de despedirse
Diego va para Matatigres.

Eduardo va más allá, donde se ven los cerros orientales.

 

Allá tiene su casa. Si usted se quiere venir a vivir conmigo, será bienvenido, le dijo a Diego.



 

Diego le agradeció diciendo ¿Dónde más podré encontrar alojamiento seguro? Solamente en su casa y donde Lázaro si es que todavía vive. Dígale que va de mi parte se escuchó una fuerte voz y una carcajada.

 

¿Y cómo se llama usted?
—Luis su papá —contestó. Lo alcanzó a ver y le dijo
soy su hijo.

 

Parece que nos hubiéramos puesto cita.

Parece que se hubieran estado esperando, porque se abrazaron y de inmediato se metieron por unos cuartos oscuros y desolados.

 

Iban caminando a través de un angosto cuarto que no tenía puertas, solamente aquella por donde entraron. Diego encendió una vela y lo vio vacío.

 

 


 

 

Aquí no hay dónde acostarse dijo. No se preocupe por eso mijo, contestó Luis sonriendo.

 

Estoy cansado dijo Diego.
Vamos a tomar un tinto y algo de comer, después organizamos lo de la dormida, contestó Luis.

En la enramada el agua gotea hacia la arena del patio. Diego organiza la herramienta mientras Luis y Pablo daban vueltas y rebotes tratando de abrir las puertas de un carro. Ya se había ido la tormenta y de vez en cuando cae la brisa sobre el taller de Celis e hijos.

 


 

Las palomas van al patio, picoteando las lombrices desenterradas.

 

Cecilia apareció en medio de un sol de colores que jugaba con el aire de la mañana. Fernando sintió sus manos suaves que le acarician su cara, mijo he orado mucho por ti.


El aire levanta sus vestidos de seda y los hace reír. Se juntaron en un fuerte abrazo con la mirada fija en sus ojos. Mientras un rio de agua viva corre entre sus dedos.

 

 


 

 

Sus cabellos vuelan al viento, como si hubieran sido levantados por las alas de un pajarillo.

 

Y desde arriba, como el pajarillo caen haciendo maromas y acrobacias, sobre el verdor de la tierra.

Cecilia tiene sus labios rojos como si hubiera besado el pétalo de una flor.

 

Fernando tiene su rostro fresco como el de un muchacho.
Mi mamá está viva gritó. Ya me estoy acostumbrando a verla tan radiante, como una luz.

 

 


 


Siempre he estado cerca de ti le dijo mirándolo con sus ojos negros, enmarcados por frondosas cejas. Fernando alzó la vista y miró a su madre con ternura.

 

¿Sabes que estoy pensando? Que vamos a estar aquí juntos por mucho tiempo, mucho tiempo.

Vamos a tomar tinto.
     —Ya voy, mamá. Ya voy.

 

Ahí estaba Diego con Eduardo y Mauricio, oyéndolos conversar, aunque ellos no los veían, se quedaron callados, para no molestarlos.

 


 

¿Dónde te habías metido? Dijo Cecilia cuando sintió la presencia de Diego le dijo:

Te estábamos buscando.
Estaba en el otro patio contestó Diego, donde no hay perros rabiosos.

 

¿Y con quién? ¿trabajando?
No, mamá, con el pastor estaba orando. Cecilia miró a Eduardo y a Mauricio, con sus ojos negros bien abiertos.

 

 



 

 

¿Y les habló muy duro como si estuvieran a kilómetros de distancia, encima de las nubes, en el más allá, vamos a rezar el rosario? Estamos en el novenario de Luis. Claro que si contestaron ellos.

 

Allí está Lucia en el umbral de la puerta, con una vela en la mano, lista para rezar el rosario. Me siento triste, dijo. Entonces se dio vuelta y colocó la vela en el candelero.



 

 

Cerró la puerta comenzó a orar mientras caía la lluvia. El reloj marca las siete en Soacha.

Cecilia recordó que Luis fue un buen hombre, muy cumplido y le perdonó todos sus errores. Era quien nos alcahueteaba todo en Pereira dijo y lo siguió haciendo todavía después que se vino para Bogotá dijo Diego.

 

 


 

 

Me acuerdo del desventurado día que sucedió el accidente automovilístico de Lucia dijo Cecilia. Todos nos conmovimos porque todos la queremos. Pero Luis casi se enloquece era la luz de sus ojos.

 

En diciembre nos llevaba regalos a Calarcá, recordó Eduardo.

Y nos contaba historias de las cosas que sucedían en Bogotá, dijo Amanda.

 


 

Era un gran conversador incansable, dijo Diego, mi papá era un personaje en Matatigres.

 

Después que se le reventó el resorte dejó de hablar. Decía que ya no tenía sentido decir cosas que no servían para nada. A las comidas ya no les encontraba ningún sabor. Desde entonces enmudeció, pero, eso sí, no se le acabó la costumbre de gritar a la gente.  

Al final Luis pensó que debía estar muerto, seguramente.

Bueno, ya no me preocupa porque los hijos están grandes, dijo.

 

 




Se puso a mirar a Cecilia que la tenía al frente y pensó que debió haber pasado momentos difíciles, pero aguantó los cincuenta años conmigo, concluyó.

Eran casi las cuatro en Soacha y todo estaba en silencio.

 


 

 

Cecilia se quedó mirándolo y pensó que ya habían pasado Cincuenta años y no pudieron vivir como querían sino como podían, la vida en Bogotá es difícil para todos concluyó y no puede creer que Luis se muera primero.



 

 



 

 

 

 

 

 


Luis María Celis Rey

Cecilia López de Celis

Diego Celis López

Ferney Celis López

Lucia Celis López

Luis Fernando Celis López

José Eduardo Celis López

Amanda Celis López

 

Conversando con Eduardocelis

Volumen II año 2021

 


JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ SITIO OFICIAL
Conversando con Eduardocelis II




Por
JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ
EN BOGOTA D.C.


 


 

Cecilia y Luis llegaron sorpresivamente al Barrio San Antonio de Bogotá.


march 2011Nombre animado Eduardo 12

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDUARDO CELIS DE PEREIRA

 

Celis.web.com


 


Iban caminando a través de un angosto cuarto que no tenía puertas, solamente aquella por donde entraron. Diego encendió una vela y lo vio vacío.

 

 


 

 

eduarditocelis en el bic 


EDUARDOCELIS
 

 

 

¡Salud! Dijo levantando la copa de champaña. ¡Salud! contestó Lucia.
Él era una luz y se convirtió en su sombra, una sombra que aún hoy la persigue.

 



Llovió toda la siguiente semana y en medio de la lluvia   nacieron amores imposibles y murieron amores posibles.





eduarditocelis en el bic

 

Una mañana de esas premonitoria en el Restrepo amarteladamente en la terraza se estrechan dos pardillos asustadizos.

Los flirteos alcanzaron a advertir la atención de los intrusos.

Cerca de la cocina lograron un galanteo trivial y al notar su presencia, bajaron el tono de su amorío.

 




A través de la ventana de la cocina se escucha la voz de Cecilia conversando con Fernando quejándose de la imprudencia e insensatez de Luis. Ella le dice que ya es hora de irse acostumbrando. 



Cecilia lo conduce al comedor debajo del cobertizo y con fascinación contemplan una cesta que contiene un ramillete de radiantes flores y azucenas de diferentes colores, brillantes, con tallos altos y verdes hojas.

Espectacular momento de satisfacción que les produce un entusiasmo profundo y los une en un espontáneo abrazo.

 


 

El suceso de esta mañana ha quedado plasmado en la base de la maceta que contiene el adorno floral.

 

Descubren una etiqueta con el membrete y rubrica propios de Amanda, que se adelanta de esta forma en la conmemoración del día de la madre, próxima a celebrarse.


Cecilia elogia el afecto de Amanda con este hecho trascendental. ¡Nunca me habían regalado flores! exclamó dichosa y feliz.




Como ocurría siempre, Cecilia mira el cuadro de las ánimas benditas y agradece en voz alta por los favores recibidos.

 

En el día de hoy era mucho lo que tenía que agradecer.

 

Seguidamente como por impulso Eduardo sacó de su dedo una argolla de oro que le perturba y la colocó delicadamente en el anular de Cecilia,
para sepultar la propuesta que tanto le atormenta.


Sabía que a Cecilia le gustan las joyas

y se fue al empotrado armario gritando soy libre no quiero casarme.

 



 

Esperaron a que terminara el rosario para que Cecilia sirviera la comida. A nadie más esperaban a esa hora de la noche.

 

Como siempre Fernando comía muy rápido casi sin masticar y al tiempo que manducaba los alimentos soltaba cortantes risas nerviosas. 

Este era un momento sosegado y apacible para compartir una bandeja paisa, oyendo a Cecilia recontar historias de su natal Pereira y en su largo peregrinaje por Calarcá.




Escampó después de las nueve de la noche. Todo está tranquilo en el Restrepo, Cecilia se esmera por atender a Fernando para evitar alteraciones de su personalidad.


Eduardo volvió a su cuarto y empinándose observa a través de la ventana el accionar retraído de la avecilla que inocente respinga en busca de calor paterno.

 

Aún no se percata de las consecuencias fatales que le esperan por el inminente destino.




La avecilla voló sin rumbo conocido dejando su nido abandonado.

 
Cecilia asegura que ya se aclimató al frio Bogotano, dice que en los últimos años han cambiado muchas cosas, Lucia es madre de dos niñas, Amanda funge como enfermera, Diego se encarga del taller y Ferney adelanta su vocación de jurisconsulto. Dice que ninguno se ha acostado con hambre, todos gozan de los beneficios de manutención de Luis. 

No importan las necesidades básicas, lo que en realidad los une es la tolerancia por los procederes de los demás. 

Es la misma historia de siempre, comentó Eduardo.



 


Si, pero Luis produce para todos sin que hasta el momento alguien se atreva a coger las riendas de esta casa, replicó Cecilia quien esconde sus piernas debajo de la mesa.  

 

Automáticamente Eduardo recoge del mesón dos recibos de servicios para hacerse cargo de su pago.

 

Esta es la primera muestra del compromiso que en adelante asumirá con su familia. 

Antes que Cecilia se esconda en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde ya no pueda alcanzarla ni verla y adonde no pueda volver a escuchar sus palabras, balbuceo Eduardo.






A través de la ventana penetran los aires armónicos de aquella hermosa avecilla de fino pico y pequeños ojos verdes que retoza encima del lavadero, ávida de afecto, galanteando abiertamente como si no advirtiera su destino infame.
En la terraza Fernando hace muecas como si se le desprendiera la cabeza. Fernando sufre de un movimiento sintomático producido por la contracción de los músculos del cuello.  
Y se encontró de pronto solo en la casa vacía.



 

La ventana de la casa abierta al cielo le permitió ir y venir de nuevo libremente como un espíritu.

 


Los huesos de su cara están forrados por un pellejo curtido por sus treinta años de existencia, de los cuales los últimos diez han sido marcados por una rara incapacitante y dura enfermedad.

No se supo nunca el verdadero origen de su enfermedad que lo tiene prácticamente enajenado.

 

Cecilia recuerda con perspicuidad el ataque de paranoia que tuvo esa mañana en Calarcá, dejando todo al sol y al agua, luego de patearlo con tosquedad y en la noche llegó calmado, como si no hubiera pasado nada armó de nuevo su aposento, comió y se acostó sosegado. 



 

El viernes Eduardo llegó a la taurina, esa noche estaba alborotada por las fiestas decembrinas, en un rincón se encuentran los Echeverry, famosos por sus intervenciones en asuntos ilegales, de lejos los saludó con una venia.

Eduardo se acomodó en la barra a degustar el néctar y la buena música.

 

 


 

La taurina estaba a reventar desde tempranas horas, sus luces y colores daban un aspecto carnavalesco, hombres y mujeres gritaban alborozados. Ahí se encontró con Manuel su gran amigo de colegio y Carlos su hermano.  

 


Eduardo se entusiasmó por el buen ambiente y comenzó a cantar fuerte, tras el sonido de los altoparlantes.

 

Cuando sonaban los aretes que le faltan a la Luna irrumpió Yudy, su gran amor que departía muy cerca, con su hermano Omar y sus sobrinas Yaneth y Liliana que estaba de cumpleaños.



 

Él se quedó mirándola, le llamaron la atención sus cabellos largos y sus ojos claros, tímidamente trató de tocarla, pero ella instintivamente retrocedió, para volverse a él presurosa.

 

Eduardo se animó a bailar tomándola por la cintura fuertemente.

 

Desliza sus manos por toda su humanidad y su hechizo pelo, disfrutando cada instante de este encuentro inesperado y ahora se ubicaron en el centro de la pista, en un apretado baile sinigual.



 

 

Al término de la melodía, respiraban muy cerca, cara a cara, ella en un arrebato de pudor le dijo jadeantemente ¡no me beses! entonces como por instinto Eduardo la besó, sellando ahí este encuentro casual y definitivo.

 

Ella se retiró a su lugar, llevando los nervios de punta, abrumada y ansiosa.

De inmediato se armó la bronca, se formó una monumental trifulca a un lado de la pista, inesperadamente estuvo en peligro la vida de Eduardo,

 


eduarditocelis 

 en el bic


Absurdamente recibió el ataque feroz de cuatro bandidos, a medias logra repelerlos con una botella que trata de romper contra el filo de la barra.

 

La oportuna intervención de los Echeverry evitaron su linchamiento, lo defendieron y con revolver en mano repelieron el ataque.


Después de la media noche Eduardo regresó a la casa en compañía de los Echeverry. El menor de ellos, el más sagaz en el manejo de armas que lo convierte en un peligroso atracador nocturno, ladrón de bancos, maleante obstinado, le dijo lacónicamente ¡Cuídate mucho, diablo!, no te metas en problemas, cuídate hasta de nosotros.



 

En las penumbras estalló una carcajada. Hace presencia un fantasma envuelto en una sábana blanca que recorre la casa paterna en forma misteriosa. Eduardo se recogió en un rincón de la cama, pensando que se trataba de su hermano Fernando que había recaído en sus manifestaciones de excentricidad.

No es nada malo dijo Cecilia con voz calmada, no tengas miedo, deje la luz prendida para que no tenga más ofuscaciones.

 

 


 

Entonces Eduardo dejó la luz del cuarto prendida, sin duda su estado de intoxicación etílica le había jugado una mala pasada.


¡Téngale miedo a los vivos! gritó Luis.

 

Fernando se quedó quieto debajo de la escalera, sus ojos brillaban y su rostro dibujaba una sonrisa.

No se preocupe, dijo Fernando que observaba la escena de lejos, lo cierto es que un amigo vino a despedirse, cuando alguien muere, su espíritu sale del cuerpo y hace un recorrido, acotó gesticulando.



 


 

Eduardo lo miró perplejo, tenía la idea que el fantasma era su hermano, su mirada inalterable le producía espanto.
Eduardo se durmió y Cecilia apagó la luz. El espíritu perturbador termina su recorrido y la noche pasó volando.

 

Al otro día Cecilia está aseando la terraza y observa como una avecilla se asoma por encima del muro del lavadero, sonríe y guarda silencio. La observa a cada instante parece que le incomodara con su canto. La mañana se torna lluviosa y plomiza.

 

 


 

Por más que estuvieron muy cerca la una de la otra no fue posible que se tocaran sus corazones.

¡Qué haces! dijo Yudy en la mañana, al ver que Eduardo la seguía.

Era el primer día del noviazgo y
Yudy salió con sus dos sobrinas y las acompañó hasta la escuela, era muy temprano.

 


 

Yudy hace este recorrido con sus sobrinas todos los días, como también Eduardo estaba dispuesto a hacerlo mil veces y así se fueron conversando por la Caracas. hasta dejarlas en el salón de clases.

 

Entraron al planetario a tomar un café y se comprometieron totalmente.

Cuantas veces quise estar compartiendo mi vida con una persona tan bella, le dijo Eduardo.

 


 

Luego Judy quedó en la casa con Flor y Eduardo se introduce en un trolebus para llegar temprano a su trabajo en el Banco.

 

Pensando que ha encontrado la mujer ideal. la que más lo quiere después de su mamá.

 

En ese momento a Eduardo se le ocurrió pensar que ahora si estaba enamorado y que quería casarse con Yudy.

 



 

Pensó comprar las argollas de matrimonio, aun no tenía nada preparado, era muy prematuro pensarlo y hasta hace muy poco dijo que no se quería casar y que tenía toda la vida por delante.

 

Al otro día apareció Yudy en su casa y le dijo que no se preocupara por el matrimonio, que pensaba irse para donde su tía en Honda.


 eduarditocelis en el bic

 

Se entregó totalmente a luchar por su amor, mil veces repitió que se casarían y muy pronto y le dio la posibilidad de ir a Honda, manteniendo su trabajo en el Banco.

 


 

Eduardo soñó con tener hijos una niña y un niño que le dijeran ¡papito papito¡ y adelanta con Alberto la confección del vestido de novia con una cola larga, blanca y radiante.

 

En el mes de abril fueron a Honda con toda la familia.

Yudy le confesó que también quería tener hijos suyos.

Disfrutaron animadamente en Honda que tiene un calor y un ambiente que amaña.

 


 

 

Después se casó con Yudy y fueron felices y tuvieron dos hijos en una luna de miel inolvidable.

 

Yudy es la mejor de todas, la mas completa para todo, muy juiciosa y les entregó toda su juventud hasta nuestros días es ella blanca, radiante, de cara preciosa de ojos claros y con diecinueve años.

Cuando se hicieron novios primero pasaron dos años, después se casaron por la iglesia católica.

El matrimonio le vino muy bien a Eduardo, se consolidó en el Banco, y disfruta todo instante, le gusta más que levantarse tarde.

 


 

La vida en pareja les llegó como anillo al dedo la pasan muy bien, bailan, se divierten y les gusta vivir independientemente, sin tener que recurrir a la familia.

 

Yudy es sensacional cada día se quieren más, más y más, es una aventura muy emocionante, juraban amor toda la semana, Eduardo le dice te quiero, te quiero, te quiero.

Muchas veces van a la pizzería y le llevan pizza a los dos hijos. Les encanta tomarse fotos en familia con los niños.



Van construyendo un nido de amor, comparten un amor que nunca muere.



 




eduarditocelis en el bic



 


En el Restrepo el sol entró a la casa sin abrir la ventana, en la pajarera ya se escucha el canturreo de la avecilla que tanto ha alegrado el ambiente, su música puede más que la tozudez de sus contrincantes, es el símbolo de amor puro, tierno y seductivo que profesa.

 

Es una llama que nadie puede apagar. 

 

 


 

 

 

 

 

 




CAPITULO III

AMOR ETERNO





CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA 1970-2020  EDUARDOCELIS

 


 

 

 

 

 

 

Cecilia le dijo a Amanda que se iba a bañar y le pidió un jabón perfumado, Amanda se fue a tráeselo y cuando volvió ya estaba en el baño.


 

Ya no respondía, ¿Está usted viva? Preguntó Amanda angustiada ¡Dígame, por favor está viva o no se está bañando, voy a abrir la puerta!

Amanda abrió la puerta y se encontró de pronto sola en ese baño vacío.

Las ventanas estaban abiertas y del cielo llovían bolas de luz, de luz intensa y brillante. Solamente vio que se asomaron las manos descarapeladas que mostraban sus anillos de oro.

Cecilia, Cecilia, Cecilia! Cecilia!
contestó el eco.

 


 

Porque tiene un solo ojo le preguntó. Es que la luz es muy fuerte y no alcanzo a ver bien desde aquí.

 

CAMPEON

GOLEADOR



Inmediatamente Amanda llamó a Eduardo para contarle lo sucedido.

 

Eduardo se asomó por la ventana y la vio ahí, brillante como el sol, moviéndose, con las manos descubiertas y sin las joyas.

 



 

Ferney las tiene dijo Amanda.

 

Luis se apuró a salir sin desayunar evitando terciar en los hechos ocurridos, trató de levantar la batería del carro y se reventó un resorte. Regresó a la casa dejó la batería en el suelo y volvió a salir silenciosamente a donde lázaro para cobrar un dinero que le adeuda.

 

Por qué lloras mamá, preguntó Fernando, pues reconoció el rostro de su madre.

 


 

No quiero que tu padre se muera antes que yo, le dijo Cecilia, pues al verlo salir cree que no volverá.

Y luego, como si se le hubieran saltado todos los resortes, se dio vuelta sobre sí misma una y otra vez, hasta que las manos de Luis la abrazaron y le dijo: tranquila aquí estaremos los dos siempre.

 

Luis llamó a Pablo, a Luis a Diego, pero ninguno contesta.

 


 

Todo lo que comía lo devolvía, ese día se pasó de cama en cama y por último llamó a Eduardo para decirle, Eduardito que puedo hacer yo y Eduardo le preguntó que quiere Papá y lacónicamente contestó: ¡morirme!

 

De ahí en adelante Eduardo estuvo a su lado cada instante junto con Alberto y Ferney en este suceso inesperado.

 

Amanda también decidió estar en la casa y recuerda muchas cosas que pasaron en la familia.

Cecilia dice que se apagó su luz.

 

La mañana llega lluviosa, plomiza, sinembargo aun se ve el reflejo de la Luna, Luis era su amigo desde su infancia y departieron cincuenta años.



 


Pobre de ella se siente abandonada. Se hicieron la promesa de morir juntos. De irse los dos para darse ánimo uno al otro en el último viaje, por si se necesitaran, por si acaso encontraran alguna dificultad. Eran muy amigos.


Alberto dice que lo quería mucho porque Luis le dio su confianza y se le llenaron los ojos de agua, Alberto salió y se fue.

 

 

Los demás se quedaron a su alrededor porque aún se sentía su presencia.




Así transcurre el más alarmante día de la partida de Luis y la agonía de Cecilia,

 

Oyeron que alguien se queja y se da cabezazos contra la puerta. Y allí estaba Luis. ¿Qué es lo que le pasa? Le preguntaron de adentro, Busco a mi papá, contestó, me dijeron que está aquí.

 

Ya se marchó y no está aquí, un silencio profundo sigue después, Luis también salió y se fue.

 

¡Cecilia no puede entender porque Luis se fue! son las cosas de Dios dijo.



 

 


Fernando salía y entraba, miró a través de la ventana y se siente como encerrado en ese patio a cielo abierto y rodeado de perros rabiosos que lo acosan.

 

Como que se le va la voz. Como que se le pierde el sentido. Como que se ahoga con un taco en la garganta.

Ya nadie lo quiere. Ya no sabe si es un sueño o es la realidad.

Metió la mano por un orificio de la ventana y alcanzó a coger una manzana, la mordió y sintió que estaba en descomposición, no había nadie allí.

 


 

 

Fernando se quedó mirando a una mujer de cabellos rizados y caderas protuberantes que entraba y salía.

 

No tenía agua, no había luz ni gas es como un destierro. No siente el pelo, no encuentra la cara y sus manos están más arriba de los hombros.

 

Sin embargo, era muy consiente que se iría para siempre,

 

Fernando se puso a orar llamando a Cecilia fuertemente, a Luis, a Diego.

Hubo un tiempo en el que estuvo oyendo durante muchas noches el rumor de la voz de su mamá.

 


 

 

Le llegaban los ruidos de su voz hasta la media noche.

 

Se acercaba a la ventana para ver si había alguien, pero estaba oscuro.

 

Nada. Nadie. Las piezas estaban solas como ahora.

Luego dejó de oír la voz. Y se cansó y se quedó dormido.

En sueños seguía oyendo voces como ecos. Con espanto oía el aullido de los perros.

 

 


 

 

Fernando no se pudo despedir de nadie, pues todos lo habían abandonado.

 

En la madrugada se fueron apagando sus recuerdos.
ya no oía el sonido de sus palabras.

 

En un arrebato de fe dijo: ¡todo está consumado! al medio día salió y se fue,

 

Cecilia está ahí con él. Ella lo reconoció y andaban juntos.

 

En la tarde, Cecilia está en Soacha ilusionada con ver a sus hijos. Cecilia y Fernando siempre están juntos.

 


 

Eduardo se encontró con Diego y se cruzaron la mirada fijamente, Diego sonrió se escondió en su pieza, estaba bien vestido, listo para irse.

 

Durante el desayuno tomó su chocolate como todas las mañanas, se sentía inquieto y preguntó ¿oye
quién está cumpliendo años hoy?
Cecilia contestó Eduardo.

 

Entonces se detuvo en su pieza y decidió quedarse en la casa, colocó la cabeza sobre la almohada, subió una pierna sobre la cama y salió y se fue.



Él se comportaba como un niño dijo Eduardo, un niño con 76 años encima contestó la Doctora.

 


 

Si, él vivía sin afanes, se reía solo, no se quejaba de nada acotó Eduardo.
No quise molestarle dijo la Doctora. A pesar de todo, era como un niño. Está bien, lo siento.

 

Al subir las escaleras vio a Lucia y Alberto almorzando con sus tres hijos y sus dos nietos. Ella nunca lo mandó al olvido y aún hoy sus labios lo nombran.

Al rato Luis entró nuevamente y dijo que se le había reventado un resorte.

Su último viaje a la oficina de Lázaro lo había dejado exhausto.

 


 

Nadie le creía porque parecía que no hablaba en serio y así pasaron varios días sin que se le prestara la atención requerida.

 

 

Estaba encerrado en la casa, acorralado,

desahuciado y ninguno podía ayudarlo, eran como las cuatro de la tarde y Luis salió y se fue.

 

 

Diego llegó a Matatigres para hacerse cargo del taller de mecánica porque le dijeron que su padre, estaba muy enfermo.

 


 

Cecilia le dijo, no dejes abandonado a Luis en estos momentos tan difíciles.

 

Estoy segura de que lo está necesitando con urgencia, hace días que no viene a la casa y se encuentra solo encerrado, muriéndose en ese taller.

 

Entonces Diego así lo hizo.

 

Y de tanto decírselo se quedó trabajando al lado de Luis y Pablo.

 


 

No le vaya a cobrar por la ayuda, hágalo de corazón.

 

Exígele que vuelva a la casa, aquí lo cuidaremos mejor.

 

Que se olvide de rencores, hijo dígale que vuelva.


Así lo haré, mamá. Contestó Diego inmediatamente.


Pero no pensaba cumplir su promesa por mucho tiempo debido a que había tenido varios altercados con Luis.

 

Hasta que ahora le tocó volver por obligación y de este modo se esforzó por trabajar nuevamente en el taller a pedido de su madre.

 


 

Por eso vine a Matatigres para atender los negocios de mi papá, se expresó Diego ante sus hermanos.

Era ese tiempo de la bonanza cuando a Diego lo llamaban de muchos talleres para realizar  su trabajo de latonero.

El trabajo en noviembre y diciembre abundaba y en enero y febrero se escaseaba.

 

Diego trabajaba dos meses y descansaba hasta que se le acababa el dinero.

 


 

Pero el que trabaja bien se lo pelean los dueños de los talleres.

Y Diego prefería trabajar en otros talleres porque le pagaban completo el jornal en cambio al lado de Luis estaba triste porque no se veía el pago todos los fines de semana.

 

Eso es lo que no entiende mi mamá; decía Diego con nostalgia, entre resignación y suspiros. Siempre fue así se volaba del taller con otros patrones y el retorno era porque le daba pesar con su padre.

 

Pero jamás volvió con alegría siempre traía los ojos llenos de tristeza de tener que volver obligado.

 


 

Hoy es diferente porque vengo con los ojos de mi mamá quien me los dio para ver la necesidad por la que pasa mi papá y no por el dinero.

 

Hay allí mucho trabajo comenzado dice Luis y le recomienda que trabaje duro con sus hermanos para llevar comida a la casa.

 

La voz de Luis no era tan fuerte, era más bien suave, casi apagada, como si hablara consigo mismo.

¿Y por qué volvió usted a Matatigres, si se puede saber? preguntó Pablo. Vengo a ayudarle a mi papá contestó. ¡Ah! Eso dice siempre pero a los pocos días se vuelve a ir, no eres constante, dijo él.

 




Y siguieron trabajando en silencio, vamos cuesta abajo, como dice el tango dijo Luis, que tiene los ojos hinchados por lo pesado del sueño.

¿Y cómo sigue su padre?
preguntó Lázaro preocupado por la ausencia de Luis.

 

Ya está mejor don Lázaro, pero no quiere salir de esa pieza.

Déjelo tranquilo menos mal que tiene a su hijo mayor atendiendo el taller.

 

 


 

Yo también soy hijo de Luis dijo Pablo y también estoy ayudándolo. Todos somos sus hijos dijo Luis, pero de distinta madre, por lo menos él me llevó a bautizar dijo Pablo.

Con usted debe haber pasado lo mismo?

No me acuerdo, pero creo que si contestó Luis.

 

¡Váyanse al carajo! Gritó Diego, no confundan a don Lázaro.

 

¿Qué dice usted? Preguntó don Lázaro. Que ya le estamos terminando su carro para entregárselo.



 

Sí, ya lo veo. Gracias Diego.

 

En Talleres Santacruz de Matatigres el patrón Luis Celis se enfermó y sus hijos lo reemplazan dijo don Lázaro.

En Soacha los niños juegan y aturden con sus gritos. Cecilia se distrae con el vuelo de las palomas conversando con Diego y Eduardo y disfrutando un cielo azul del atardecer.


Ahora estaban aquí, en este pueblo sin ruidos.

Oyendo caer las pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles.

 


 

Algunas casas están vacías con las puertas cerradas invadidas de yerba.

Al cruzar una bocacalle vieron a Fernando fumando un cigarrillo y se desapareció como si no existiera.

 

Después volvieron a verlo de frente y lo siguieron con la mirada.

Diego le llamó muy fuerte:
Fernando miró y sonrió

¿Es que no sabe dónde vive? Allá está la casa junto al centro de salud. Fernando se fue en silencio y Cecilia lo guiaba.

 

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Su voz estaba desafinada, su boca como seca y la cabeza muy desprendida de los hombros, sus ojos clavados en la tierra.

 

Fernando ha sufrido mucho, siempre lo he visto enfermo, dijo Diego.

Volvieron a la casa, aunque los niños seguían jugando, Cecilia la sintió muy fría.

 

Ni las palomas, ni el cielo azul, la pudo consolar, sentía una agonía en todo su ser.

 


 

Cae la noche y se escucha solamente el silencio, aún no esta acostumbrada a quedarse sola, su cabeza sufre de calores.

No entiende porque está viviendo en un pueblo tan solitario, conversando con alguien que no existe.

 

Llegó la hora de despedirse
Diego va para Matatigres.

Eduardo va más allá, donde se ven los cerros orientales.

 

Allá tiene su casa. Si usted se quiere venir a vivir conmigo, será bienvenido, le dijo a Diego.



 

Diego le agradeció diciendo ¿Dónde más podré encontrar alojamiento seguro? Solamente en su casa y donde Lázaro si es que todavía vive. Dígale que va de mi parte se escuchó una fuerte voz y una carcajada.

 

¿Y cómo se llama usted?
—Luis su papá —contestó. Lo alcanzó a ver y le dijo
soy su hijo.

 

Parece que nos hubiéramos puesto cita.

Parece que se hubieran estado esperando, porque se abrazaron y de inmediato se metieron por unos cuartos oscuros y desolados.

 

Iban caminando a través de un angosto cuarto que no tenía puertas, solamente aquella por donde entraron. Diego encendió una vela y lo vio vacío.

 

 


 

 

Aquí no hay dónde acostarse dijo. No se preocupe por eso mijo, contestó Luis sonriendo.

 



Estoy cansado dijo Diego.
Vamos a tomar un tinto y algo de comer, después organizamos lo de la dormida, contestó Luis.

En la enramada el agua gotea hacia la arena del patio. Diego organiza la herramienta mientras Luis y Pablo daban vueltas y rebotes tratando de abrir las puertas de un carro. Ya se había ido la tormenta y de vez en cuando cae la brisa sobre el taller de Celis e hijos.

 


 

Las palomas van al patio, picoteando las lombrices desenterradas.

 

Cecilia apareció en medio de un sol de colores que jugaba con el aire de la mañana. Fernando sintió sus manos suaves que le acarician su cara, mijo he orado mucho por ti.


El aire levanta sus vestidos de seda y los hace reír. Se juntaron en un fuerte abrazo con la mirada fija en sus ojos. Mientras un rio de agua viva corre entre sus dedos.

 

 


 

 

Sus cabellos vuelan al viento, como si hubieran sido levantados por las alas de un pajarillo.

 

Y desde arriba, como el pajarillo caen haciendo maromas y acrobacias, sobre el verdor de la tierra.

Cecilia tiene sus labios rojos como si hubiera besado el pétalo de una flor.

 

Fernando tiene su rostro fresco como el de un muchacho.
Mi mamá está viva gritó. Ya me estoy acostumbrando a verla tan radiante, como una luz.

 

 


 


Siempre he estado cerca de ti le dijo mirándolo con sus ojos negros, enmarcados por frondosas cejas. Fernando alzó la vista y miró a su madre con ternura.

 

¿Sabes que estoy pensando? Que vamos a estar aquí juntos por mucho tiempo, mucho tiempo.

Vamos a tomar tinto.
     —Ya voy, mamá. Ya voy.

 

Ahí estaba Diego con Eduardo y Mauricio, oyéndolos conversar, aunque ellos no los veían, se quedaron callados, para no molestarlos.

 


 

¿Dónde te habías metido? Dijo Cecilia cuando sintió la presencia de Diego le dijo:

Te estábamos buscando.
Estaba en el otro patio contestó Diego, donde no hay perros rabiosos.

 

¿Y con quién? ¿trabajando?
No, mamá, con el pastor estaba orando. Cecilia miró a Eduardo y a Mauricio, con sus ojos negros bien abiertos.

 

 



 

 

¿Y les habló muy duro como si estuvieran a kilómetros de distancia, encima de las nubes, en el más allá, vamos a rezar el rosario? Estamos en el novenario de Luis. Claro que si contestaron ellos.

 

CAMPEON

GOLEADOR



Allí está Lucia en el umbral de la puerta, con una vela en la mano, lista para rezar el rosario. Me siento triste, dijo. Entonces se dio vuelta y colocó la vela en el candelero.



 

 

Cerró la puerta comenzó a orar mientras caía la lluvia. El reloj marca las siete en Soacha.

Cecilia recordó que Luis fue un buen hombre, muy cumplido y le perdonó todos sus errores. Era quien nos alcahueteaba todo en Pereira dijo y lo siguió haciendo todavía después que se vino para Bogotá dijo Diego.

 

 


 

 

Me acuerdo del desventurado día que sucedió el accidente automovilístico de Lucia dijo Cecilia. Todos nos conmovimos porque todos la queremos. Pero Luis casi se enloquece era la luz de sus ojos.

 


En diciembre nos llevaba regalos a Calarcá, recordó Eduardo.

Y nos contaba historias de las cosas que sucedían en Bogotá, dijo Amanda.

 


 

Era un gran conversador incansable, dijo Diego, mi papá era un personaje en Matatigres.

 




Después que se le reventó el resorte dejó de hablar. Decía que ya no tenía sentido decir cosas que no servían para nada. A las comidas ya no les encontraba ningún sabor. Desde entonces enmudeció, pero, eso sí, no se le acabó la costumbre de gritar a la gente.  

Al final Luis pensó que debía estar muerto, seguramente.

Bueno, ya no me preocupa porque los hijos están grandes, dijo.

 

 




Se puso a mirar a Cecilia que la tenía al frente y pensó que debió haber pasado momentos difíciles, pero aguantó los cincuenta años conmigo, concluyó.

Eran casi las cuatro en Soacha y todo estaba en silencio.

 


 

 

Cecilia se quedó mirándolo y pensó que ya habían pasado Cincuenta años y no pudieron vivir como querían sino como podían, la vida en Bogotá es difícil para todos concluyó y no puede creer que Luis se muera primero.



 

 



 

 

 

 

 

 


Luis María Celis Rey

Cecilia López de Celis

Diego Celis López

Ferney Celis López

Lucia Celis López

Luis Fernando Celis López

José Eduardo Celis López

Amanda Celis López

 

Conversando con Eduardocelis

Volumen II año 2021

 


JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ SITIO OFICIAL
Conversando con Eduardocelis II




Por
JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ
EN BOGOTA D.C.


 

 

Cecilia y Luis llegaron sorpresivamente al Barrio San Antonio de Bogotá.


march 2011Nombre animado Eduardo 12

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDUARDO CELIS DE PEREIRA

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 1976

     
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march 2011


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LLEGAMOS...A LA CAPITAL





In BOGOTA
 

Por Joeducelis  
 

MIS PRIMEROS DIAS IN BOGOTA
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-- La Amazonas de ojos verdes y soñadores, bella e inocente, es símbolo del amor puro de esta fiesta brava. 
 

 
 
Por Joeducelis
 
Un poco después de las siete Eduardo y Cecilia salieron al andén para observar de cerca la noche, al tiempo que pasaban gran cantidad de trolebuses por la Avenida Caracas, dando la sensación de tener una capacidad ilimitada para absorber pasajeros, un frío terrible penetró por la garganta de ella dejándola afónica.
 
Llovió después de la medianoche y Cecilia tosió incesantemente, nadie se preocupó por ella hasta que fue necesario llevarla a la Hortua, después de varios días de hospitalización, los médicos diagnosticaron principios de neumonía, que requería de un largo y cuidadoso tratamiento.
 
Era una falsa alarma dijo Luis, cuando observó la mejoría con el medicamento formulado, la niña volvió a la casa y poco a poco todos los miembros de la familia fueron aceptando de buena gana el nuevo ambiente que se vivía.
 

No era fiebre ni escalofrío mucho menos neumonía, lo que ocurre es que no estamos acostumbrados a este clima, las condiciones del altiplano son diferentes, dijo tímidamente Eduardo tratando de congraciarse con Cecilia que estaba envuelta en un pañolón, un saco y medias de lana.
 
Antes del medio día caminaron juntos hacia la plaza, el aire estaba congestionado y caía una pertinaz lluvia, las calles mojadas dejaban escapar un raro vapor al contacto del sol con el betún del asfalto y los carros salpicaban los pozos de agua.
 
Cuando iban lejos de la casa Cecilia preguntó en voz baja con los dientes apretados.
 
-¿Así será siempre este Bogotá?
 
No creo, dijo Eduardo mientras la protegía de los carros tomándola del brazo.





 
Llegaron al centro de la ciudad, descubriendo con asombro una mole de edificios que se alineaban colosalmente, formando una gran selva de cemento.

Arreados por múltiples voces y ruidos estrambóticos, se refugiaron en el segundo piso del restaurante que se encuentra al frente del palacio de justicia.
 
Durante el almuerzo Eduardo le contó los incidentes ocurridos en los últimos días, los buenos amigos que encontró en el Externado, la grata impresión que le dejó la diosa de Casabianca, la cercanía del taller de mecánica y el comportamiento extraño de su hermano Fernando.

 

Ella lo escuchó impaciente.
 
El se quedó pensativo, temía por su salud, la veía pálida, parecía débil en sus movimientos, creía honestamente que su enfermedad era grave, el clima de esta ciudad le había afectado su integridad física, pensó que podría morir.
 
Ella asumió una actitud valiente. Consumió con ganas todo el almuerzo, levantó la frente, se alisó su pelo crespo, sonrió francamente y se incorporó de tal forma, con tanta energía, que el mismo estado del tiempo cambió.
 
De inmediato bajaron por la escalera eléctrica y salieron a la carrera séptima.
 
Llegando a la Avenida Jiménez encontraron una corona de flores blancas adornando el lugar exacto donde cayo asesinado el caudillo, hacia el oriente observan una traumática cadena de negocios de discos, almacenes de ropa, cafetines, librerías, iglesias, museos y el mítico cerro de Monserrate.





 

En la plaza comenzó otra vez la llovizna de nieve, los lustrabotas se refugian debajo de sus plásticos, Cecilia se tapa con el pañolón y exclama eufórica:
 
¡Lloviendo y haciendo sol, son las gracias del señor!
 
Regresaron por las mismas calles y con gran satisfacción de haber conocido el centro de la capital, no era tan horrible como se la habían imaginado, la gente era decente y muy elegante.
 
Eduardo sintió ganas de cantar, tarareó una balada de la época y se recostó en la cama, pensando que esta gran ciudad reunía las condiciones ideales para triunfar.

 

Luis vino después de las seis de la tarde. Cecilia y Eduardo tomaban el café en la cocina, cuando empujó la puerta del patio y gritó:
 
- Se enloqueció su hermano Fernando.
 
Se levantaron al tiempo diciendo: No puede ser.
 
Así es, ya no quiere trabajar, no quiere estudiar, no quiere hacer nada.
 
Yo siempre he dicho que ese muchacho es muy rebelde. Anda mal.
 

Ninguno entendía la razón de la supuesta rebeldía, pero todos coincidían en afirmar que estaba actuando de una manera anormal.

 

Lo que pasa es que aquí en Bogotà, la gente actúa anormalmente, dijo Fernando que se encontraba aprisionado detrás de la puerta.
 
No es así, respondió Luis imponiéndose con su fuerte voz. Aquí se acostumbra que todos trabajen o estudien o ambas cosas a la vez, es otra cultura.
 



Esa misma noche, Eduardo estuvo haciendo planes alegres sobre su inmediato futuro, aquellas frases le habían mostrado un camino ideal para su victoria personal y el de su familia, trabajar y estudiar es el objetivo a conseguir.
 
La vida es dura, exclamó Luis.
 



Pero hay que saberla vivir, esta familia tiene mucho futuro, ya estamos en la capital, donde están las mejores universidades, los bancos, los grandes almacenes, está todo por hacer, dijo Cecilia para animar a Eduardo.
 
Eduardo se sintió respaldado.
 
Salió al patio. Vagó por los alrededores de casabianca, organizando sus ideas, aceptó que todo estaba por hacer, trata de convencerse que pronto el mundo de los negocios estaría a sus pies.
 
La salud de Cecilia y el comportamiento de su hermano le preocupan, además sus dos hermanas necesitan apoyo, recorrió con su vista las ventanas que estaban vacías y tristes, sintió frío y volvió a su pieza.
 
Su hermana mayor lo sintió entrar y lo llamó.
 
-¿Señora? contestò suavemente. 
 
Ella lo miró fijamente y le acarició el rostro con ternura, preocúpese por el estudiò, no se angustie mas, aún eres un niño, añadió tranquilizándolo.
 
Eduardo sonrió y se acostó.
 
Creo que por el momento estamos bien así, dijo ella en voz baja, Luis gana mucho dinero y mientras viva, nunca nos faltará nada.
 
Durmió mal esa noche tratando de entender las preocupaciones que su hermano tiene en su cabeza infantil.



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Los celis...mi familia

Al día siguiente la mujer le llevó el tinto a la cama.
 
Los días comenzaban monótonamente, Cecilia era la primera en levantarse y Luis salía muy temprano sin desayunar, los demás se mueven sin afanes.
 
Mas temprano que tarde seré yo quien tenga el control de esta casa, dijo Eduardo mientras saborea el café caliente.
 
Será el único que piensa en el futuro, por que los demás están como dormidos, le contestó de inmediato Cecilia, este Bogotá yo lo veo muy grande, la gente es muy viva y hay que prepararse bien.
 
Los que se propongan conseguir dinero antes del dos mil van a sobrevivir y los que se duerman van a tener que aguantar mucha hambre, sentenció ella.
 
No se preocupe, dijo Eduardo sin voltear a mirarla, me lanzaré al ruedo y el año entrante estaré bien, yo también estoy vivo y además tengo sangre paisa y el paisa no se arruga. El dos mil está muy lejos, lo mío es para ya, tengo un plan para salir a negociar, afirmó con seguridad.
 

Observó como su hermano Fernando se levantó lentamente, estaba flaco y pesado, su rostro pálido y enjuto refleja la gravedad de su drama, entró al baño, se lavó la cabeza y se reía nerviosamente mirándose al espejo.
 
-¿De que te ríes? pregun tò Eduardo. 
De nada, contestò Fernando.
 
-¿Qué te pasa?
Nada, respondió con la misma risa nerviosa.
 
-¿Estás bien?
Bien, muy bien.
 
-¿Qué te preocupa?  
Fernando eludió los penetrantes ojos negros de Eduardo.
 
-Nada- mintió.
 
No estaba bien, tiene problemas y nadie lo atiende, nos volvimos insensibles, meditaba Eduardo mientras observa a su hermano en un monólogo frente al espejo.
 
Cecilia está triste, no puede resistir esta escena.
 
El problema es psicológico, arrastra un trauma de muchos años atrás, producto de sus propias actuaciones, ella se sentía culpable, sabia perfectamente el origen de su enfermedad, pero no podía delatar a Luis, por su culpabilidad en este caso.
 
-¿Será que mi hermano esta sufriendo delirio de persecución? Preguntó Eduardo, tratando de encontrar una explicación lógica.
 
No creo, contestó Cecilia sorprendida, no entiendo por que lo dices.

Por que se esconde en el baño y no quiere salir, dice que alguien lo acosa constantemente, se mira al espejo y repite que ahí viene el fantasma, yo creo que se esta volviendo loco y nosotros permanecemos indiferentes.
 
Desde que se retiró de estudiar se ha comportado así, dijo ella.
 



Yo no estoy loco, contestó serenamente Fernando secándose la cara, aquí en Bogotá todo es muy difícil, no hay facilidades para el estudio y el único trabajo que ofrecen es en los talleres, como peones y humillados por un patrón.
 


 
Después de llevar el pocillo a la cocina, Eduardo volvió a la pieza afanado por que los pantalones estaban sin planchar, su hermana los estiró sobre la cama y los alisó rápidamente con la plancha tibia, se puso la camiseta arrugada y encima se colgó un buzo con motas amarillentas que usaba desde el primer día de su llegada.
 
-¿Cuál es el apuro de salir? Preguntó ella.
 
Lo mejor es ir a estudiar, no puedo distraerme del objetivo que tengo, expresó Eduardo mientras se despedía observando la sombra de su hermano, abrazando cariñosamente a Cecilia.
 
En la puerta sintió en todo lo alto un sol picante, despuntando sobre el tejado de Casabianca, dirigiendo cálidos rayos sobre su integridad.
 
Simultáneamente cortinas de nubes negras reprimen esas llamas de energía involuntariamente.
Al pasar frente al taller miró hacia el fondo, en la zona de latonería entre latas retorcidas, compresores y soldadores vio a los obreros, entre los que se encontraba su hermano mayor, frente al patrón que impartía órdenes.
 
¡Pobre gente! 
 
Se lamentó Eduardo aferrándose fuertemente a sus libros, sintió alivio al pensar que su destino ya estaba definido.
 
La tarde se volvió gris en San Antonio.
 
El salón de clases estaba oscuro y frío, el profesor subió las gafas a su frente, cerró sus ojos azules y sobándoselos con los puños cerrados comenzó el mensaje filosófico.

 
 

En la calle se respira un ambiente hostil, producto del crimen que comenzaba a aglomerar a miles de curiosos, en el caño del río Fucha flota el cuerpo sin vida del edil, como consecuencia del fraude en las urnas, los integrantes del movimiento guerrillero ajustician selectivamente a los conservadores que ostentan el poder. 
 
Nunca había visto un muerto, le dijo Eduardo a Cecilia quien dobla su espinazo sobre el lavadero.

No puedo explicarme por que toda la gente estaba alrededor y ninguno hacia nada por sacarlo. El cadáver estaba boca arriba flotando en la superficie del agua, vestido de paño gris a rayas, camisa azul, corbata roja, violentamente asesinado, rígido, inmóvil, abotagado, con protuberancias en la frente, los labios pálidos, el rostro macilento, con muecas de sufrimiento, dicen que le dictaron la pena capital tras consultas con el pueblo.

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Los Celis...mi familia
 
Esta es la guerra política, dijo Cecilia que terminaba de colgar la ropa en las cuerdas del patio, se apropiaron de la espada de Bolívar y van a matar a todos los opositores, gritó recogiendo el balde del suelo y tomando a Eduardo de la mano lo condujo a la cocina en donde compartieron una bandeja con frijoles.
 
Allí estaba su hermano Fernando, pálido, callado, comiendo al lado de Cecilia, eran inseparables, se necesitan mutuamente, se quieren, la enfermedad era compartida, se fundieron en la misma desgracia, eran víctimas de su pasado.
 
La rutina los acompañó por muchos años solamente la monotonía de todos esos años los fue consumiendo lentamente.

 
Muy temprano, Eduardo corría en el Parque Nacional, presuroso, un escalofrío recorría todo su cuerpo, calaba sus huesos, daba vueltas a la glorieta nerviosamente, miraba por entre los arboles con ansiedad, buscaba por la orilla de la quebrada, hasta que no aguantó mas y se desmoronó totalmente orinado sobre uno de los asientos, con las piernas abiertas secando sus pantalones al sol.
 



Nunca en su corta vida había tenido esta experiencia de encontrarse con personas extrañas para hablar de negocios, pero ahí estaba un Señor Moreno, calvo, de rostro fresco quien le extendió la mano y lo observó sonrientemente.
 
-¿Cuántos años tienes? Indagó.
Veinte años, ahora el próximo mes los cumplo.
 
-¿Con quien vives?
Con mis padres y con mis hermanos.
 
-¿Que estudio tienes?
Soy bachiller, contestó Eduardo extendiendo un sobre que contenía el diploma.
 
El hombre revisó su contenido, se acomodó sus mancornas y el pisacorbata de oro.
 
Después de varias palabras acartonadas, dijo suavemente antes de desaparecer.
 
Aquí està Ligia, con ella se va a entender de ahora en adelante.
 
Eduardo sintió pena ante la presencia femenina, alegre y sonriente de la mujer.
 
Ella sacó de su bolso de cuero un paquete de cigarrillos, se llevó uno a su boca de rubí, lo encendió con una candela colibrì.
 
No te ofrezco por que aun eres un niño, dijo mientras aspiraba el humo y dejaba escapar un bucle al aire.
 
Eduardo no supo que contestar, estaba aturdido por todo lo que pasaba.

Atinó a mirarle con ternura sus ojos negros y hechiceros, su frente amplia, su nariz aguileña, su pelo suave que caía sobre su espalda hasta la cintura de muñeca, sintió de cerca su aire de gitana y su espíritu llanero.
 
Vamos a tomar tinto, le dijo ella dando una mediavuelta sobre uno de sus tacones gruesos y cerrando uno de sus ojos en una actitud de franca coquetería.
 
¡Tinto si tomo!, ¡para eso si soy el campeón!, hablo fuerte y sonriente Eduardo, yo vengo del eje cafetero y esta es la mejor invitación que me hacen, dijo con energía.
 
Se puso de pie, sintió sus pantalones secos y sonrió a Zulma.
 
Bajaron a la Avenida Caracas, tomados de la mano, como si se conocieran de tiempo atrás, entre tinto y tinto, miradas, sonrisas y mensajes subliminales, iniciaron una relación sentimental a primera vista.  
 
Al día siguiente Eduardo llegó temprano a la oficina de Adiela, quien hablaba por teléfono con la secretaria de la Presidencia del Banco de la República, se comprometió a enviarle un paquete de bonos, para acumular en su cuenta bancaria, aclarando que se debe entregar un porcentaje en efectivo.




 
LUCIA CELIS LOPEZ
PRIMEROS NIETOS DE ABRAHAM ELIAS LOPEZ






 ABRAHAM ELIAS


DIEGO
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Por Joeducelis



2010

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LUIS






LUIS EN EL RESTAURANTE DE CARMEN CELIS


JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ EN SOACHA


 

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De inmediato se iniciaron las diligencias y el intercambio de bonos por dinero en efectivo, en el piso octavo se encontraba la Presidencia del Banco en donde Isabelita la secretaria coordinaba todas las operaciones financieras.

Promediando la mañana Martha se encontraba clasificando los bonos en el cuarto de San Vicente, cuando apareciò Eduardo quien la buscaba presurosamente, tan pronto se encontraron se fundieron en un abrazo apasionado, entrañablemente, como nunca lo habìan hecho y se entregaron a un amor infinito.
 
En una decisión insólita, cuando se normalizaron las operaciones con el Banco, Carmenza le ordenó a Eduardo que tomara el efectivo para sus gastos personales cuando lo necesitara, sin necesidad de informarle.
 
A partir de ese momento nunca volvió a faltar dinero en sus bolsillos.





 
Eduardocelis

Los celis...mi familia
Después del día laboral, Fanny le dijo suavemente.
 
Te espero allá en el bar, para que hablemos de lo nuestro.
 
Allí en el bar de la esquina se encontraron ante una mesa cuidadosamente arreglada para la ocasión.
 


¿Qué es lo nuestro? Preguntó Eduardo, cautelosamente.
 
Nuestro matrimonio, contestó la mujer levantando la voz al tiempo que lo apretó fuertemente contra su pecho.
 
Sacó de su bolso de cuero un fino estuche y colocó delicadamente una argolla de oro en uno de sus dedos y otra en uno de los suyos.
 
¡Salud! Dijo Aurora levantando la copa de champaña.
 
¡Salud! Asintió Eduardo.


Lloviò toda la siguiente semana. Fuè una semana  diferente a todas las otras vividas en la capital,  nacieron ilusiones imposibles y murieron amores posibles.

Una mañana lluviosa y plomisa premonitoria de que algo no anda bien en el Restrepo, amarteladamente en la terraza se estrechan entrelazados dos pardillos asustadizos en una pose poco usual, los guiños y flirteos alcanzaron a advertir la atenciòn de dos intrusos, cerca de la cocina y solamente lograron un galanteo trivial, por que al notar su presencia, consiguieron bajar el tono de su amorìo, fatalmente.




A travès de la ventana  se escucha la queja de Cecilia preocupada por que Fernando habia llegado a un grado de imprudencia e incensatez que amerita recurrir a un serio tratamiento mèdico. 

Luis se apurò a salir sin desayunar evitando terciar en los hechos advertidos.

Los demàs prefieren ocuparsen de otros aspectos.



Asì transcurre en forma alarmante la pèrdida de las facultades fìsico mentales del tìmido y nostàlgico Fernando, sin que los galenos logren prescribir acertadamente el sìndrome que soporta.

En la tarde, Cecilia sorprende con un estado de ànimo alborozado como consecuencia de un presente recibido en forma casual; impresionado por el contraste producido en su estado sùbito, Eduardo se activa a observar el motivo de la felicidad manifiesta.

La mujer lo conduce al comedor que se encuentra bajo el cobertizo de la casa y con gran fascinaciòn contemplan una cesta que contiene un ramillete de radiantes flores y azucenas de diferentes colores, brillantes, con tallos altos y largas hojas.




Espectacular momento de gran satisfacciòn que les produce un entusiasmo profundo y entrañable, que los  reune en un fuerte abrazo fraternal.

El suceso precursor de esta mañana ha quedado irremediablemente en el olvido.

En la base de la maceta que contiene el adorno floral, descubren una etiqueta con el membrete y rubrica propios de Edilma, que se adelanta de esta forma en la conmemoraciòn del dìa de la mujer, pròxima a celebrarse. 

Cecilia elogia el afecto de la persona anònima que reinvindica este hecho trascendental. 

¡Nunca me habìan regalado flores!.. profiriò ella.

Como ocurrìa siempre, la mujer mira el cuadro de las ànimas benditas y agradece en voz alta por los favores recibidos, en el dìa de hoy era mucho lo que tenìa que gratificar por que seguidamente en un impulso expontàneo Eduardo sacò de su dedo anular la argolla que tanto le perturbaba y la colocò en el de ella.




Con este gesto de liberalidad Eduardo pretende sepultar de una vez por todas las propuestas matrimoniales de Yudy, que tanto le atormentaban.

La mujer se fuè al cuarto a prepararse para el rosario y Eduardo aprovechò para meterse al empotrado armario y cerrando la puerta se desahogò gritando con todas sus fuerzas ¡soy libre! ¡No quiero casarme!.

Eduardo y su hermano Fernando esperaron a que terminara el rosario para que Cecilia sirviera la comida, a nadie mas esperaban a esa hora de la noche, como siempre Fernando comìa muy ràpido casi sin masticar y al tiempo que manducaba los alimentos soltaba cortantes risas nerviosas.

Sinembargo  este era un momento sosegado y apacible para compartir una bandeja paisa, escuchando a Cecilia recontar historias vividas en su natal Pereira y en su largo peregrinaje por el eje cafetero.

Escampò despuès de las nueve de la noche. Todo parece tranquilo en el Restrepo, sinembargo algo atormentaba a Cecilia quien se esmera por mantener sedado a Fernando para evitar en lo posible, los desbordamientos de su personalidad.
 
Eduardo volviò a su cuarto, se parò encima del catre y empinandose observa a travès de su trampilla el accionar retraido de la avecilla que inocente respinga en la pajarera, en busca de calor paterno. Aùn no se percata de las consecuencias fatales del inminente desahucio.


En los ùltimos años han cambiado mucho las cosas dice Cecilia quien se aclimatò al frio Bogotano, Eduardo se consolidò laboralmente y Lucia es madre de dos niñas, entretanto Amanda aplica como enfermera, Diego se encarga a regañadientes del taller de mecànica y Ferney adelanta su vocaciòn de jurisconsulto.

Ninguno puede sostener que se haya acostado una sola noche con hambre, todos gozan de los beneficios de manutenciòn proporcionados.

No importa la cortapisa en sus necesidades bàsicas , lo que en realidad los une es la tolerancia por los procederes de los demàs y la idea de conformar una reverenciada familia. 



Es la misma historia de siempre, comentò Eduardo en voz alta.

Es la misma historia, pero Luis produce para todos sin que hasta el momento alguien se atreva a coger las riendas de la casa, replicò Cecilia que recoge sus piernas debajo de la mesa escondiendo una dolencia varicosa. 

Con una reacciòn automàtica, Eduardo recoge del mesòn dos recibos de servicios pùblicos para hacerse cargo de su pago, esta es la primera muestra del compromiso que en adelante tendrà con su querida parentela. 

Eduardocelis

Los celis...mi familia



A travès de la ventana penetran los aires armònicos del hermoso azulejo de fino pico que retoza en su pequeña pajarera, àvido de afecto, candoroso e ingenuo, galanteando abiertamente como si no advirtiera que su destino es el exilio infame.

En la terraza de la casa Fernando hace muecas, tenìa un movimiento sintomàtico producido por la contracciòn de los mùsculos del cuello.

Los huesos de su cara estan forrados por un pellejo curtido por sus treinta años de existencia, de los cuales los ùltimos quince han sido marcados por una caprichosa forma de actuar.




No se supo nunca el verdadero origen de su enfermedad que lo tenìa practicamente enagenado, Cecilia recuerda con perspicuidad que hace algunos años en un ataque de paranoia, sacò al patio de la casa los colchones, las sàbanas, las almohadas y todo el dormitorio desbaratado, dejàndolo allì al sol y al agua, se marchò luego de patear todo con tosquedad y proferir algunas vulgaridades, en la noche llegò calmado, como si no hubiera pasado nada armò de nuevo su aposento, no quiso tomar la cena y se acostò sosegado. 


Como todos los viernes Eduardo llegò a la taurina, esa noche el barrio estaba alborotado por las fiestas decembrinas, en un rincòn se encuentran los Echeverry, famosos por sus intervenciones en asuntos ilegales, de lejos los saludò con una venia y se acomodò en la barra cerca de Fercho, para degustar el nèctar y la buena mùsica.

La taurina estaba a reventar desde tempranas horas, sus luces y colores daban un aspecto carnavalesco, hombres y mujeres gritaban alborosados como si de repente se hubieran acabado los problemas en todo el mundo, Eduardo se contagiò del ambiente y comenzò a cantar fuertemente, aprovechando el sonido estrambòtico de los altoparlantes.


Cuando sonaban los aretes que le faltan a la Luna, interrumpiò Gladiz, su amiga de infancia que departìa muy cerca del mostrador, Eduardo se quedò mirando a la mujer de cabellos risados y caderas protuberantes, la mirò fijamente de arriba a abajo, tratò de tocarla, pero ella instintivamente retrocediò, para volverse a èl, presurosa colocàndose insinuante.

Eduardo se animò a bailar tomàndola por la cintura fuertemente, dejando deslizar sus manos por toda su humanidad y su hechizo pelo, disfrutando cada instante de este encuentro inesperado y ahora se encontraban en el centro de la pista de baile, totalmente fundidos, con èxtasis sinigual.


Al interrumpirse la melodìa, repiraban muy cerca, cara a cara, la mujer en un arrebato de pudor le dijo jadeantemente  ¡todo lo que quieras pero no me beses! entonces como por instinto Eduardo la besò apasionadamente, quedando sellado ahì un encuentro casual.

Clarita se retirò a su lugar, llevando la falda levantada con los nervios de punta, abrumada, contrariada y ansiosa.

De inmediato se armò la bronca, se formò una monumental trifulca a un lado de la pista, inesperadamente estuvo en peligro la vida de Eduardo, quien absurdamente recibiò el ataque feroz de cuatro bandidos, escasamente logra repelerlos con una botella que trata infructuosamente romper contra el filo de la barra acolchonada, la oportuna intervenciòn de los Echeverry evitaron que fuera linchado en el acto.


Despuès de la media noche Eduardo regresò a casa en compañìa del menor de ellos pero el mas peligroso por su sagacidad en el manejo de armas que lo convierten en un peligroso atracador nocturno, ladròn de bancos, maleante obstinado.

¡Cuidate mucho, diablo! , no te metas en problemas dijo valvuceando lacònicamente.


En las penumbras estallò una carcajada.

Hace presencia un fantasma envuelto en una sàbana blanca que recorre la casa paterna en forma misteriosa.

Eduardo se recogiò en un rincòn de la cama, pensando que se trataba de su hermano Fernando que habìa recaido en sus manifestaciones de excentricidad.

No es nada dijo Cecilia con voz calmada, no tengas miedo, deje la luz prendida para que no tenga mas ofuscaciones.

¡Tèngale miedo a los vivos! gritò Luis.

Eduardo se quedò quieto en un rincon y dejò la luz del cuarto prendida, sin duda su estado de intoxicaciòn etìlica le habìa jugado una mala pasada.

No se preocupe, le dijo sonriendo su hermano Fernando que observaba la escena sentado en el sofà, lo cierto es que el amigo Fuerte vino a despedirse, cuando alguien muere, su espìritu sale del cuerpo y hace un ràpido recorrido en su partida, acotò gesticulando.

Eduardo lo mirò perplejo, aùn no habia desechado la idea que el fantasma era su propio hermano, sus ojos inalterables le producìan espanto.

Ya no piense mas en eso dijo Luis, duermase tranquilo, agregò imprimiendo a su voz una severidad convincente.

Eduardo se durmiò y Cecilia apagò la luz.

El espiritu perturbador termina su recorrido y la noche pasò volando.
  • Recibimiento en el aeropuerto Perales                               
     
  • 1 Feb 2011 ... Reblogged from onlyapsychopath · Joey es un bacán. How you doin... franmidwife: escucho esto y son risas. Joeducelis es un bacán. How you doin...joeducelis-es-un-bacan
  • JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ CON LUIS ALFONSO
  •  
  • El cumpleaños de Eduardocelis
     

Muy temprano llegò la Pereirana al Restrepo, tal como habìan convenido, Eduardo no recordaba este compromiso, en su mirada se observa tanta sorpresa como satisfacciòn de verla.

Juntos recorrieron toda la casa tratando de asegurarse que realmente se encontraban solos, despues de una ligera inspecciòn se entregaron completamente, con sus corazones comprometidos.



Sin necesidad de abrir la ventana el sol matutino habia penetrado a la casa, en la pajarera ya no se escucha el canturreo de la avecilla que tanto habia alegrado el ambiente en el Restrepo, definitivamente pudo mas la tozudez de sus contrincantes hostiles, que el amor entrañable, puro, tierno y seductivo profesado por Eduardo. 

Queda un vacio en su corazòn, monumental, desmesurado, enorme soledad que nadie puede llenar.

Al bajar las escaleras Eduardo sintiò cerca de la endija, por ùltima vez, a la avecilla de Vindi que estremece con sus besos lo mas recòndito de su alma.



Escrito Por:
Jose Eduardo celis Lopez
2008



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CAPITULO I

AMOR PLATÓNICO

 

 

















Cincuenta años en Bogotá







CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA 1970-2020 EDUARDOCELIS

 


 

 

 




Cecilia y Luis llegaron sorpresivamente al Barrio San Antonio de Bogotá.

 


 

En la noche observan la lluvia de estrellas de la Urbe Capitalina.

Ven pasar los trolebuses por la Caracas con sobrecupo de pasajeros.

El frío penetró sus huesos y los obligó a entrar a Casabianca.

Allí encontraron su amor platónico.

Llovió toda la noche y Cecilia tosió insistentemente.

Ya todos estaban durmiendo.

Poco a poco fueron acomodándose al nuevo ambiente familiar. Ella tiene una apariencia sexagenaria y a Luis los años le pasan por encima.

 


 

Luis cuenta con cincuenta y cuatro años y Cecilia con cuarenta y seis, parece mayor.

Cecilia tiene sus ojos negros, su cabello corto ondulado, la mirada firme con la frente siempre en alto.

Luis tiene su voz fuerte, varonil y su sonrisa artística.

Escuchando el salpicar del agua se quedaron dormidos.

Por la mañana volvió a llover y cuando despertaron se alcanzaba a sentir la leve llovizna. Cecilia no está acostumbrada a este frío y Luis se encuentra aclimatado.

 


 

Los vidrios de las ventanas se oscurecieron y resbalaban gotas como de gruesas lágrimas.

De pronto ella se iluminó con un relámpago, mientras soñaba con sus seis hijos.

Todos eran de Pereira menos la menor que vino de Armenia, todo comenzó en Calarcá, recuerda ella.

Al medio día caminaron hacia la plaza de Bolívar. Cecilia va feliz.

Las calles mojadas dejan escapar vapor, al contacto del sol con el betún del asfalto.

 


 

En la Plaza vieron volar las palomas, moviendo el aire con sus alas mojadas.

Cae una pertinaz lluvia.




Cecilia cubre sus manos con las mangas del abrigo mientras
Luis la abraza suavemente.

Pisan el pavimento mojado, disfrutando el hielo Capitalino.

La Atenas Suramericana está fría y acogedora. Las calles están inundadas.

 


 

En el centro descubren una mole de edificios que se alinean formando una selva de cemento.

Suben a un restaurante, conversando sobre el taller de mecánica y el comportamiento de su hijo Fernando.

 

Durante el almuerzo dialogan animadamente.

Cecilia está tranquila y Luis muy animado. Ella levanta la frente, sonríe francamente y se alisa su pelo.

 


 

Luis asume una actitud alegre y levanta su copa dando un brindis. Ya hace cinco años que no compartían juntos, desde que Luis trasladó el taller de Calarcá, a la vieja calle sexta de Bogotá.

La vida les dio otra oportunidad.

Bajan por la escalera eléctrica y salen a la séptima, congestionada por la gente y el ruido.

 



 

Observan negocios de música, almacenes de ropa, cafés, librerías, Iglesias, museos y el mítico Cerro de Monserrate.

Ahí comienza una llovizna de nieve, que observan eufóricamente.

Lloviendo y haciendo sol, son las gracias del Señor, exclama ella.

En la tarde regresan a la casa por las mismas calles mojadas. A esa hora el sol les da por la espalda, un sol desfigurado por las nubes de los cerros orientales.

 



 

La gente Bogotana es culta y muy elegante, concluyó Cecilia.

Luis se recostó en la cama y duerme profundamente, mientras penetra un rayo de sol por la ventana de enfrente.

Cecilia comparte un café en compañía de Fernando. Respiran un aire tranquilo.

Sienten muy cerca el latir de corazones, perciben la presencia del amor.

 



 

Es muy rebelde, Cecilia lo conoce bien desde que era niño, pero nunca ha entendido la razón de su rebeldía.

Una tarde en Calarcá tiró la cama, las cobijas, las almohadas y el colchón al patio, recuerda Cecilia.

Fernando se rio y Cecilia lloró en silencio, hasta agotar sus lágrimas.

No pudo levantarse pues tenía una pierna inflamada.

Se encuentra aprisionado dentro de su propio cuerpo, dice ella.

Después de tomar el café guardaron silencio por un buen rato.

 

 



 

La llegada a Bogotá les ha regresado la ilusión de una nueva vida.

Fernando encuentra la punta de sus deseos, dice que quiere estudiar en lugar de trabajar.

Nadie puede ayudarlo, todos están en el rebusque, quieren salir adelante por sus propios medios.

Llegada la noche las luces en Casabianca se apagan, dejando ver las estrellas fugases recorriendo el firmamento Bogotano.

 



 

 

Solo se oye un aire tibio que entra del patio y el rezongar de un pajarillo, que hace nido encima del lavadero.

Al otro día Luis se levanta hablando fuerte, para que todos escuchen.

Aquí se acostumbra trabajar o estudiar o ambas cosas a la vez, gritó.

Fernando se quedó paralizado en la cama, pareciera que se muriera cada día una parte de su cuerpo.

 


 

Los demás se movilizan al oír la voz fuerte de Luis.

Luis es enérgico y autoritario, desde muy joven ha estado metido en el taller y nunca ha tenido vacaciones.

Fernando se quedó en la cama y estuvo haciendo planes alegres en su pensamiento.

 


 

Trabajar y estudiar es su objetivo.

Comenzó a llenarse de sueños y a darle vuelo a sus ilusiones.

Fue formando un mundo alrededor de la enseñanza que le inculcaron.

La vida es dura aquí, es difícil vivir, exclamó saltando de la cama y soltando una risotada.

Hay que saberla vivir, estamos en la Capital y está todo por hacer, dijo Cecilia para calmarlo.

Fernando la escuchó, salió al patio, sintió muy cerca ese amor platónico.

 


 

Levantó la cabeza y miró el cielo Bogotano que llovía estrellas.

Hubiera querido ver los cerros, pero allí no había árboles.

El viento arrastra las nubes y se oían murmullos de voces que salían de los techos.

Vagó por los alrededores de Casabianca, organizando sus ideas.

Fernando cerró los ojos y abrió en llanto, tenía reprimido un sentimiento de tristeza en su alma.

En la pequeña ventana del altillo, vio una sombra larga y descorrida hacia el techo que daba vueltas y se movía como la llama de una vela y se oían sollozos confundidos con la lluvia.

 


 

Recorrió con su vista todas las ventanas que estaban cerradas.

Observó de pronto que las cortinas se movieron suavemente.

Estaba triste, salía y entraba de su cuerpo, sintió frío y entró. Después se escuchó una serenata en Casabianca.




Aparece la guitarra de Alberto interpretando a unos ojos, cosas como tú, plazos traicioneros, mar y cielo.

 


 

Fernando salió y le dio la mano.

¡Con tu hermana no se puede! le dijo mientras se tomaba un aguardiente.

No se angustie más, lo tranquilizó mirándole a los ojos y sonrieron.

Fernando entró y Alberto sintió una paz interior.

Luis habló de Alberto y de la serenata, hizo reparos al noviazgo, Lucia y Cecilia no se molestan, se ven tranquilas, muy confidentes y la noche sigue en calma.

Fernando abrió los ojos y vio la luz de la mañana, queriendo entrar por la ventana.

 


 

Sonó que había dejado de existir, fue como una realidad.

Vio a Cecilia levantarse antes del amanecer, la ventana estaba entre abierta y entró suavemente.

Los días comienzan monótonos, todos se mueven sin afanes saboreando el café caliente.

Bogotá es muy grande, la gente es muy viva y hay que prepararse, dijo Cecilia a gritos porque los sentía sordos y dormidos.

Los que se duerman van a aguantar mucha hambre, hay que pensar para hablar, no mentir, trabajar y estudiar, argumentó ella con seguridad.

 


 

Ya va siendo hora de que te levantes de esa cama, le dijo a Fernando.

Déjame tranquilo contestó Fernando debajo de las cobijas, pareció dormir.

A esa hora ya había alguien en el lavadero. Quien tararea una canción con voz muy queda, resplandece el aire y el sol mueve las nubes a través de un cielo azul y detrás de él hay más canciones con esa voz que enamora.

Alberto no recuerda lo que había dicho Luis.

 


 

No recuerda nada por el efecto del aguardiente.

Muy temprano llegó a Casabianca, aclaraba el día y se iba la noche, vio como el día desbarata las sombras.

En ese instante se ve salir el sol Bogotano por detrás de los cerros orientales.

 

Fernando se levantó lentamente, está flaco y pálido, entró al baño, se lavó la cara y se reía, mirándose al espejo.

 




Luego, se le descolgó la cabeza y salió por la puerta que da al lavadero, sosteniéndose la cabeza con las manos.

 


 

Después sobrevino un sollozo, un llanto suave pero agudo, un movimiento brusco, haciendo retorcer nuevamente su cabeza encima de sus hombros.

De repente vio que el cielo se volvió plomizo oscuro, aún no aclarado por la luminosidad del sol Capitalino.

Fernando se enderezó y entró a la cocina.

Con él entró una luz tenue, no como si fuera a comenzar el día, sino como si estuviera llegando la noche.

Se sentó en un rincón y salió de su cuerpo. Alrededor del patio se perciben pasos que rondan la cocina, como gatos en la oscuridad.

 


 

Siente sus manos en el cuello las suaves manos del amor platónico, de pie en el umbral, delgada, de pelo corto que roza sus hombros, de cara pequeña, ojos claros, así la percibe.

 

Su cuerpo atravesado impedía ver la llegada del día, a través de su vestido, observa pedazos de cielo y debajo de sus pies destellos de luz.

 

Detalles tan pequeños que llaman la atención, sus ojos, sus sonrisas iluminan su rostro inmaculado.

 

Una luz que ilumina todo, como si el suelo debajo de ella estuviera desprendiendo rayos.

 


 

Fernando despertó, abrió sus ojos negros penetrantes que estaban llorando todavía, nadie lo entiende, nadie le cree, sentía un rencor vivo.

 

Cecilia está triste, se queda mirándolo y no puede resistir la escena.

 

Entonces ella se dio vuelta. Apagó la luz de la cocina, cerró la puerta y rompió en sollozos.

 

En un instante Cecilia recuerda todo lo que pasó en Calarcá. Pensaron que era un problema mental dijo Luis, ella no se atrevió a asegurarlo.

 


 

Cecilia sabe lo que han sufrido desde que todo comenzó.

 

Siguieron gemidos confundidos con la lluvia y el tictac de su gallinita que camina lentamente, como si se estuviera deteniendo el tiempo.


Siempre han dicho que está loco y no lo creo, más bien
debe estar muerto en vida, dijo Luis a gritos.

 





Se resolvió por el estudio, pero falló en su intento y se retrasó por siempre, dijo Cecilia.

 


 

Sólo ellos saben en realidad, lo que había pasado en Calarcá.

 




Al llegar al taller de mecánica sufrió un trauma mayor, un delirio de persecución que lo deprime.

 

Fernando abrió de par en par la puerta, entró a la pieza afanado, se puso la camisa arrugada y encima se colgó un buzo con motas amarillentas que usaba desde su llegada a Bogotá.

 

El sol a esa hora es picante y cae sobre su integridad. Cortinas de nubes negras amenazan con caer. Al llegar frente al taller observa que Luis comienza a impartir órdenes.

 


 

¡Pobre gente!, se lamentó aferrándose fuertemente a uno de sus libros y sintió alivio al pensar que su destino ya está definido.

 

Hay pocas nubes en el cielo que está todavía azul y el aire sopla fuerte allá arriba, aunque aquí abajo hace mucho calor.


La madrugada fue apagando los malos recuerdos de Fernando. El mismo se oía el sonido de sus palabras, notaba la diferencia de este despertar.

 


 

Porque las palabras que había pronunciado hasta entonces, ya no las volvió a recordar ya no tienen ningún significado, no salen de su alma; se siente brillante; sin miedos, como se siente durante los sueños.

 

De repente la tarde se volvió gris en San Antonio. El salón de clases estaba oscuro y frío.

 

El profesor subió las gafas a su frente, cerró sus ojos azules y sobándoselos con los puños cerrados comenzó el mensaje filosófico.

 


 

En la calle se respira un ambiente hostil.

 

El crimen que comenzaba a aglomerar a miles de curiosos, en el caño del río Fucha donde flota un cuerpo sin vida, como consecuencia del fraude en las urnas, los integrantes del movimiento guerrillero ajustician selectivamente a quienes ostentan el poder. Nunca había visto un muerto, dijo Eduardo observando como Cecilia dobla su espinazo sobre el lavadero.

 

No puede explicarse por qué toda la gente estaba alrededor y ninguno hacia nada por sacarlo.

 


 

El cadáver estaba boca arriba flotando en la superficie del agua, vestido de paño gris a rayas, camisa azul y corbata roja.

 

Violentamente asesinado, rígido, inmóvil, abotagado, con protuberancias en la frente, los labios pálidos, el rostro macilento, con muecas de sufrimiento.

 

La gente dice que le dictaron la pena capital tras consultas con el pueblo.

 

Es una guerra entre los del brazo armado de la izquierda y los de la extrema derecha.

 


 

Esta es la guerra política, dijo Cecilia que termina de colgar la ropa en las cuerdas del patio.

Se apropiaron de la espada de Bolívar y van a matar a todos los opositores, gritó Eduardo recogiendo el balde del suelo y tomando a Cecilia del brazo la condujo a la cocina, en donde degustan el arroz con frijoles.

 

Allí está Fernando, pálido, callado, al lado de Cecilia, son inseparables. Se necesitan, se quieren, la enfermedad es compartida, se fundieron en su pasado.

 




Sufren mucho y no saben por qué, talvez de tristeza.

 


 

Había oscurecido y Fernando prefiere ver a su madre viva no muerta como la había visto en su último sueño.

 

Cecilia también le sirvió arroz con frijoles. Suspira mucho y cada suspiro es como un sorbo de vida que se le va.

Y aunque no había niños jugando, ni palomas, sintió como si estuviera en Calarcá.

 

Fernando comparte solamente el silencio.

Porque su cabeza está llena de ruidos y de voces raras.

De voces extrañas y aquí, donde el aire es escaso, se oyen mejor.

 


 

 

Se quedan dentro de su ser.

 

Se acordó de lo que le había dicho su madre en Calarcá Allá me oirás mejor.

 

Estaré más cerca de ti y encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que es la de mi espíritu, si es que alguna vez mi espíritu ha contactado con el tuyo.

 

Mi madre no está muerta sino viva, afirmó Fernando.

 

 

 

José Eduardo Celis López

 

 

 


 











CAPITULO II

AMORES CELESTIALES

 



 


 

 

 

Eduardo corre en el Parque Nacional, presuroso, un escalofrío recorre todo su cuerpo, cala sus huesos, da vueltas a la glorieta, mira por entre los árboles con ansiedad, busca por la orilla de la quebrada, hasta que no aguantó más y se desmoronó totalmente sobre uno de los asientos, con las piernas abiertas expuestas al sol.

 



 

 

Allí lo envío lázaro el amigo de Luis y su mejor cliente.

 
Nunca en su vida había tenido la experiencia de encontrarse con personas extrañas para hablar de negocios.

Ahí estaba un Señor Moreno, calvo, de rostro fresco quien le extendió la mano sonrientemente.

-¿Cuántos años tienes? Indagó.
Veinte años, voy a cumplir.

 



 

-¿Con quién vives?
Con mis padres y con mis hermanos.

-¿Que estudio tienes?
Soy bachiller, contestó Eduardo extendiendo el diploma.

 

El hombre revisó su contenido, se acomodó sus mancornas y el pisa corbata de oro y le dijo aquí está Ligia, con ella se va a entender de ahora en adelante.

 

Eduardo se impactó ante la presencia alegre y sonriente de la mujer. 

 

Ella sacó de su bolso de cuero un paquete de cigarrillos y se llevó uno a su boca de rubí, dejando escapar un bucle al aire.

 


 

 

 


























































En la tarde, Fernando sintió que está aturdido por el sonido del compresor y salió del taller presuroso a buscar tranquilidad en Casabianca.

 

Al entrar se encontró con su amor platónico.

Atinó mirarle con ternura sus ojos negros y hechiceros, su frente amplia, su preciosa boca, su pelo suave que cae sobre la espalda hasta la cintura de muñeca.

Sintió de cerca su aire de gitana con espíritu llanero.

 


 

Se sentó en un rincón de la cocina a tomar tinto con Cecilia, salió temprano del taller le dijo ella dando una mirada juzgadora por encima de sus gafas y cerrando la puerta le indagó sobre lo que le había ocurrido con Luis en el taller.

 

Fernando le contó que estaba muy aburrido con el trabajo en el taller y que no soporta los ruidos.

¡tomémonos otro tinto! dijo Fernando, para eso tengo a mi mamá viva!, exclamó con alegría.

 

 

Fernando habló de sus años en Calarcá y recordó lo feliz que pasó con sus tías en Pereira, me gustaría regresar dijo con nostalgia.

 


 

 

Cecilia también recordó a su querida Pereira, se pusieron de pie, sintieron alegría en su corazón y sonrieron.

 
Entraron a la alcoba tomados de la mano, como si se olvidaran de sus tristezas, entre tinto y tinto, miradas, sonrisas y mensajes subliminales, se regocijaron en una tranquila tarde.  

 

Al día siguiente Eduardo llegó temprano a la oficina de la Presidencia del Banco.

Se comprometió con la secretaria a traerle un paquete de bonos, para consignar en la cuenta bancaria. Aclarando que se debía entregar un porcentaje en efectivo.

 


 

De inmediato se iniciaron las diligencias y el intercambio de bonos por dinero en efectivo.

 

No estarás en el Banco solo para ganar dinero, le dijo Lázaro muy serio, sino para aprender la profesión y cuando ya sepas algo, entonces podrás ser gerente.

Por ahora eres sólo un aprendiz bancario; quizá mañana o pasado llegues a ser tú el jefe.

 

En el segundo piso se encuentra la oficina de Eduardo, cerca de la gerencia, en donde coordina las operaciones. 



 

Mientras tanto en Casabianca promediando la mañana Lucia se encuentra planchando y doblando ropa, de repente apareció Alberto quien la busca presurosamente.

 

Tan pronto se encuentran se funden en un abrazo y un beso, sin mediar palabras como nunca lo habían hecho.

 

Sellaron para siempre un amor infinito, por encima de cualquier consideración. Cecilia está feliz de ver a su hija feliz. Él era su luz y se convirtió en sombra y hecha sombra se marchó al olvido,
todo ese amor se quedó escondido en lo más recóndito de su alma. 



 

En una decisión insólita, Luis estuvo de acuerdo con que se normalizaran las relaciones de Lucia con Alberto, Luis les manifestó que tomaran la decisión, sin necesidad de consultarle.

 

Eduardo comienza una etapa exitosa, a partir del momento que empezó a trabajar con el Banco, no le volvió a faltar dinero en sus bolsillos.

Después de hacer oficio todo el día Lucia le dijo a Alberto suavemente. Te espero en el patio de la casa, para que hablemos de lo nuestro.

 


 

Allá en la parte trasera de Casabianca frente al lavadero, se encontraron ante una realidad preparada para la ocasión.

¿Qué es lo nuestro? Preguntó Alberto, cautelosamente.

 

Nuestro matrimonio, contestó ella levantando la voz al tiempo que lo apretó fuertemente contra su pecho.

 

De inmediato Alberto sacó de su chaqueta de cuero un fino estuche y colocó delicadamente una argolla de oro en uno de sus dedos y otra en uno de los suyos.

 


 

 

¡Salud! Dijo levantando la copa de champaña. ¡Salud! contestó Lucia.
Él era una luz y se convirtió en su sombra, una sombra que aún hoy la persigue.

 

Llovió toda la siguiente semana y en medio de la lluvia   nacieron amores imposibles y murieron amores posibles.



 

Una mañana de esas premonitoria en el Restrepo amarteladamente en la terraza se estrechan dos pardillos asustadizos.

Los flirteos alcanzaron a advertir la atención de los intrusos.

Cerca de la cocina lograron un galanteo trivial y al notar su presencia, bajaron el tono de su amorío.

 



A través de la ventana de la cocina se escucha la voz de Cecilia conversando con Fernando quejándose de la imprudencia e insensatez de Luis. Ella le dice que ya es hora de irse acostumbrando. 

Cecilia lo conduce al comedor debajo del cobertizo y con fascinación contemplan una cesta que contiene un ramillete de radiantes flores y azucenas de diferentes colores, brillantes, con tallos altos y verdes hojas.

Espectacular momento de satisfacción que les produce un entusiasmo profundo y los une en un espontáneo abrazo.

 


 

El suceso de esta mañana ha quedado plasmado en la base de la maceta que contiene el adorno floral.

 

Descubren una etiqueta con el membrete y rubrica propios de Amanda, que se adelanta de esta forma en la conmemoración del día de la madre, próxima a celebrarse.


Cecilia elogia el afecto de Amanda con este hecho trascendental. ¡Nunca me habían regalado flores! exclamó dichosa y feliz.




Como ocurría siempre, Cecilia mira el cuadro de las ánimas benditas y agradece en voz alta por los favores recibidos.

 

En el día de hoy era mucho lo que tenía que agradecer.

 

Seguidamente como por impulso Eduardo sacó de su dedo una argolla de oro que le perturba y la colocó delicadamente en el anular de Cecilia,
para sepultar la propuesta que tanto le atormenta.


Sabía que a Cecilia le gustan las joyas

y se fue al empotrado armario gritando soy libre no quiero casarme.

 


 

Esperaron a que terminara el rosario para que Cecilia sirviera la comida. A nadie más esperaban a esa hora de la noche.

 

Como siempre Fernando comía muy rápido casi sin masticar y al tiempo que manducaba los alimentos soltaba cortantes risas nerviosas. 

Este era un momento sosegado y apacible para compartir una bandeja paisa, oyendo a Cecilia recontar historias de su natal Pereira y en su largo peregrinaje por Calarcá.




Escampó después de las nueve de la noche. Todo está tranquilo en el Restrepo, Cecilia se esmera por atender a Fernando para evitar alteraciones de su personalidad.


Eduardo volvió a su cuarto y empinándose observa a través de la ventana el accionar retraído de la avecilla que inocente respinga en busca de calor paterno.

 

Aún no se percata de las consecuencias fatales que le esperan por el inminente destino.



La avecilla voló sin rumbo conocido dejando su nido abandonado.

 
Cecilia asegura que ya se aclimató al frio Bogotano, dice que en los últimos años han cambiado muchas cosas, Lucia es madre de dos niñas, Amanda funge como enfermera, Diego se encarga del taller y Ferney adelanta su vocación de jurisconsulto. Dice que ninguno se ha acostado con hambre, todos gozan de los beneficios de manutención de Luis. 

No importan las necesidades básicas, lo que en realidad los une es la tolerancia por los procederes de los demás. 

Es la misma historia de siempre, comentó Eduardo.



 


Si, pero Luis produce para todos sin que hasta el momento alguien se atreva a coger las riendas de esta casa, replicó Cecilia quien esconde sus piernas debajo de la mesa.  

 

Automáticamente Eduardo recoge del mesón dos recibos de servicios para hacerse cargo de su pago.

 

Esta es la primera muestra del compromiso que en adelante asumirá con su familia. 

Antes que Cecilia se esconda en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde ya no pueda alcanzarla ni verla y adonde no pueda volver a escuchar sus palabras, balbuceo Eduardo.





A través de la ventana penetran los aires armónicos de aquella hermosa avecilla de fino pico y pequeños ojos verdes que retoza encima del lavadero, ávida de afecto, galanteando abiertamente como si no advirtiera su destino infame.
En la terraza Fernando hace muecas como si se le desprendiera la cabeza. Fernando sufre de un movimiento sintomático producido por la contracción de los músculos del cuello.  
Y se encontró de pronto solo en la casa vacía.



 

La ventana de la casa abierta al cielo le permitió ir y venir de nuevo libremente como un espíritu.

 

Los huesos de su cara están forrados por un pellejo curtido por sus treinta años de existencia, de los cuales los últimos diez han sido marcados por una rara incapacitante y dura enfermedad.

No se supo nunca el verdadero origen de su enfermedad que lo tiene prácticamente enajenado.

 

Cecilia recuerda con perspicuidad el ataque de paranoia que tuvo esa mañana en Calarcá, dejando todo al sol y al agua, luego de patearlo con tosquedad y en la noche llegó calmado, como si no hubiera pasado nada armó de nuevo su aposento, comió y se acostó sosegado. 



 

El viernes Eduardo llegó a la taurina, esa noche estaba alborotada por las fiestas decembrinas, en un rincón se encuentran los Echeverry, famosos por sus intervenciones en asuntos ilegales, de lejos los saludó con una venia.

Eduardo se acomodó en la barra a degustar el néctar y la buena música.

 

 


 

La taurina estaba a reventar desde tempranas horas, sus luces y colores daban un aspecto carnavalesco, hombres y mujeres gritaban alborozados. Ahí se encontró con Manuel su gran amigo de colegio y Carlos su hermano.  

 

Eduardo se entusiasmó por el buen ambiente y comenzó a cantar fuerte, tras el sonido de los altoparlantes.

 

Cuando sonaban los aretes que le faltan a la Luna irrumpió Yudy, su gran amor que departía muy cerca, con su hermano Omar y sus sobrinas Yaneth y Liliana que estaba de cumpleaños.



 

Él se quedó mirándola, le llamaron la atención sus cabellos largos y sus ojos claros, tímidamente trató de tocarla, pero ella instintivamente retrocedió, para volverse a él presurosa.

 

Eduardo se animó a bailar tomándola por la cintura fuertemente.

 

Desliza sus manos por toda su humanidad y su hechizo pelo, disfrutando cada instante de este encuentro inesperado y ahora se ubicaron en el centro de la pista, en un apretado baile sinigual.



 

 

Al término de la melodía, respiraban muy cerca, cara a cara, ella en un arrebato de pudor le dijo jadeantemente ¡no me beses! entonces como por instinto Eduardo la besó, sellando ahí este encuentro casual y definitivo.

 

Ella se retiró a su lugar, llevando los nervios de punta, abrumada y ansiosa.

De inmediato se armó la bronca, se formó una monumental trifulca a un lado de la pista, inesperadamente estuvo en peligro la vida de Eduardo,

 



 

Absurdamente recibió el ataque feroz de cuatro bandidos, a medias logra repelerlos con una botella que trata de romper contra el filo de la barra.

 

La oportuna intervención de los Echeverry evitaron su linchamiento, lo defendieron y con revolver en mano repelieron el ataque.


Después de la media noche Eduardo regresó a la casa en compañía de los Echeverry. El menor de ellos, el más sagaz en el manejo de armas que lo convierte en un peligroso atracador nocturno, ladrón de bancos, maleante obstinado, le dijo lacónicamente ¡Cuídate mucho, diablo!, no te metas en problemas, cuídate hasta de nosotros.



 

En las penumbras estalló una carcajada. Hace presencia un fantasma envuelto en una sábana blanca que recorre la casa paterna en forma misteriosa. Eduardo se recogió en un rincón de la cama, pensando que se trataba de su hermano Fernando que había recaído en sus manifestaciones de excentricidad.

No es nada malo dijo Cecilia con voz calmada, no tengas miedo, deje la luz prendida para que no tenga más ofuscaciones.

 

 


 

Entonces Eduardo dejó la luz del cuarto prendida, sin duda su estado de intoxicación etílica le había jugado una mala pasada.


¡Téngale miedo a los vivos! gritó Luis.

 

Fernando se quedó quieto debajo de la escalera, sus ojos brillaban y su rostro dibujaba una sonrisa.

No se preocupe, dijo Fernando que observaba la escena de lejos, lo cierto es que un amigo vino a despedirse, cuando alguien muere, su espíritu sale del cuerpo y hace un recorrido, acotó gesticulando.



 


 

Eduardo lo miró perplejo, tenía la idea que el fantasma era su hermano, su mirada inalterable le producía espanto.
Eduardo se durmió y Cecilia apagó la luz. El espíritu perturbador termina su recorrido y la noche pasó volando.

 

Al otro día Cecilia está aseando la terraza y observa como una avecilla se asoma por encima del muro del lavadero, sonríe y guarda silencio. La observa a cada instante parece que le incomodara con su canto. La mañana se torna lluviosa y plomiza.

 

 


 

Por más que estuvieron muy cerca la una de la otra no fue posible que se tocaran sus corazones.

¡Qué haces! dijo Yudy en la mañana, al ver que Eduardo la seguía.

Era el primer día del noviazgo y
Yudy salió con sus dos sobrinas y las acompañó hasta la escuela, era muy temprano.

 


 

Yudy hace este recorrido con sus sobrinas todos los días, como también Eduardo estaba dispuesto a hacerlo mil veces y así se fueron conversando por la Caracas. hasta dejarlas en el salón de clases.

 

Entraron al planetario a tomar un café y se comprometieron totalmente.

Cuantas veces quise estar compartiendo mi vida con una persona tan bella, le dijo Eduardo.

 


 

Luego Judy quedó en la casa con Flor y Eduardo se introduce en un trolebus para llegar temprano a su trabajo en el Banco.

 

Pensando que ha encontrado la mujer ideal. la que más lo quiere después de su mamá.

 

En ese momento a Eduardo se le ocurrió pensar que ahora si estaba enamorado y que quería casarse con Yudy.

 



 

Pensó comprar las argollas de matrimonio, aun no tenía nada preparado, era muy prematuro pensarlo y hasta hace muy poco dijo que no se quería casar y que tenía toda la vida por delante.

 

Al otro día apareció Yudy en su casa y le dijo que no se preocupara por el matrimonio, que pensaba irse para donde su tía en Honda.

 

 

Se entregó totalmente a luchar por su amor, mil veces repitió que se casarían y muy pronto y le dio la posibilidad de ir a Honda, manteniendo su trabajo en el Banco.

 


 

Eduardo soñó con tener hijos una niña y un niño que le dijeran ¡papito papito¡ y adelanta con Alberto la confección del vestido de novia con una cola larga, blanca y radiante.

 

En el mes de abril fueron a Honda con toda la familia.

Yudy le confesó que también quería tener hijos suyos.

Disfrutaron animadamente en Honda que tiene un calor y un ambiente que amaña.

 



 

 

Después se casó con Yudy y fueron felices y tuvieron dos hijos en una luna de miel inolvidable.

 

Yudy es la mejor de todas, la mas completa para todo, muy juiciosa y les entregó toda su juventud hasta nuestros días es ella blanca, radiante, de cara preciosa de ojos claros y con diecinueve años.

Cuando se hicieron novios primero pasaron dos años, después se casaron por la iglesia católica.

El matrimonio le vino muy bien a Eduardo, se consolidó en el Banco, y disfruta todo instante, le gusta más que levantarse tarde.

 


 

La vida en pareja les llegó como anillo al dedo la pasan muy bien, bailan, se divierten y les gusta vivir independientemente, sin tener que recurrir a la familia.

 

Yudy es sensacional cada día se quieren más, más y más, es una aventura muy emocionante, juraban amor toda la semana, Eduardo le dice te quiero, te quiero, te quiero.

Muchas veces van a la pizzería y le llevan pizza a los dos hijos. Les encanta tomarse fotos en familia con los niños.

Van construyendo un nido de amor, comparten un amor que nunca muere.



 





 


En el Restrepo el sol entró a la casa sin abrir la ventana, en la pajarera ya se escucha el canturreo de la avecilla que tanto ha alegrado el ambiente, su música puede más que la tozudez de sus contrincantes, es el símbolo de amor puro, tierno y seductivo que profesa.

 

Es una llama que nadie puede apagar. 

 

 


 

 

 

 

 

 




CAPITULO III

AMOR ETERNO





CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA 1970-2020  EDUARDOCELIS

 


 

 

 

 

 

 

Cecilia le dijo a Amanda que se iba a bañar y le pidió un jabón perfumado, Amanda se fue a tráeselo y cuando volvió ya estaba en el baño.


 

Ya no respondía, ¿Está usted viva? Preguntó Amanda angustiada ¡Dígame, por favor está viva o no se está bañando, voy a abrir la puerta!

Amanda abrió la puerta y se encontró de pronto sola en ese baño vacío.

Las ventanas estaban abiertas y del cielo llovían bolas de luz, de luz intensa y brillante. Solamente vio que se asomaron las manos descarapeladas que mostraban sus anillos de oro.

Cecilia, Cecilia, Cecilia! Cecilia!
contestó el eco.

 


 

Porque tiene un solo ojo le preguntó. Es que la luz es muy fuerte y no alcanzo a ver bien desde aquí.

 

Inmediatamente Amanda llamó a Eduardo para contarle lo sucedido.

 

Eduardo se asomó por la ventana y la vio ahí, brillante como el sol, moviéndose, con las manos descubiertas y sin las joyas.

 


 

Ferney las tiene dijo Amanda.

 

Luis se apuró a salir sin desayunar evitando terciar en los hechos ocurridos, trató de levantar la batería del carro y se reventó un resorte. Regresó a la casa dejó la batería en el suelo y volvió a salir silenciosamente a donde lázaro para cobrar un dinero que le adeuda.

 

Por qué lloras mamá, preguntó Fernando, pues reconoció el rostro de su madre.

 


 

No quiero que tu padre se muera antes que yo, le dijo Cecilia, pues al verlo salir cree que no volverá.

Y luego, como si se le hubieran saltado todos los resortes, se dio vuelta sobre sí misma una y otra vez, hasta que las manos de Luis la abrazaron y le dijo: tranquila aquí estaremos los dos siempre.

 

Luis llamó a Pablo, a Luis a Diego, pero ninguno contesta.

 


 

Todo lo que comía lo devolvía, ese día se pasó de cama en cama y por último llamó a Eduardo para decirle, Eduardito que puedo hacer yo y Eduardo le preguntó que quiere Papá y lacónicamente contestó: ¡morirme!

 

De ahí en adelante Eduardo estuvo a su lado cada instante junto con Alberto y Ferney en este suceso inesperado.

 








Amanda también decidió estar en la casa y recuerda muchas cosas que pasaron en la familia.

Cecilia dice que se apagó su luz.

 

La mañana llega lluviosa, plomiza, sinembargo aun se ve el reflejo de la Luna, Luis era su amigo desde su infancia y departieron cincuenta años.



 


Pobre de ella se siente abandonada. Se hicieron la promesa de morir juntos. De irse los dos para darse ánimo uno al otro en el último viaje, por si se necesitaran, por si acaso encontraran alguna dificultad. Eran muy amigos.


Alberto dice que lo quería mucho porque Luis le dio su confianza y se le llenaron los ojos de agua, Alberto salió y se fue.

 

 

Los demás se quedaron a su alrededor porque aún se sentía su presencia.




Así transcurre el más alarmante día de la partida de Luis y la agonía de Cecilia,

 

Oyeron que alguien se queja y se da cabezazos contra la puerta. Y allí estaba Luis. ¿Qué es lo que le pasa? Le preguntaron de adentro, Busco a mi papá, contestó, me dijeron que está aquí.

 

Ya se marchó y no está aquí, un silencio profundo sigue después, Luis también salió y se fue.

 

¡Cecilia no puede entender porque Luis se fue! son las cosas de Dios dijo.



 

 


Fernando salía y entraba, miró a través de la ventana y se siente como encerrado en ese patio a cielo abierto y rodeado de perros rabiosos que lo acosan.

 

Como que se le va la voz. Como que se le pierde el sentido. Como que se ahoga con un taco en la garganta.

Ya nadie lo quiere. Ya no sabe si es un sueño o es la realidad.

Metió la mano por un orificio de la ventana y alcanzó a coger una manzana, la mordió y sintió que estaba en descomposición, no había nadie allí.

 


 

 

Fernando se quedó mirando a una mujer de cabellos rizados y caderas protuberantes que entraba y salía.

 


 

No tenía agua, no había luz ni gas es como un destierro. No siente el pelo, no encuentra la cara y sus manos están más arriba de los hombros.

 

Sin embargo, era muy consiente que se iría para siempre,

 

Fernando se puso a orar llamando a Cecilia fuertemente, a Luis, a Diego.

Hubo un tiempo en el que estuvo oyendo durante muchas noches el rumor de la voz de su mamá.

 


 

 

Le llegaban los ruidos de su voz hasta la media noche.

 

Se acercaba a la ventana para ver si había alguien, pero estaba oscuro.

 

Nada. Nadie. Las piezas estaban solas como ahora.

Luego dejó de oír la voz. Y se cansó y se quedó dormido.

En sueños seguía oyendo voces como ecos. Con espanto oía el aullido de los perros.

 

 


 

 

Fernando no se pudo despedir de nadie, pues todos lo habían abandonado.

 

En la madrugada se fueron apagando sus recuerdos.
ya no oía el sonido de sus palabras.

 

En un arrebato de fe dijo: ¡todo está consumado! al medio día salió y se fue,

 

Cecilia está ahí con él. Ella lo reconoció y andaban juntos.

 

En la tarde, Cecilia está en Soacha ilusionada con ver a sus hijos. Cecilia y Fernando siempre están juntos.

 


 

Eduardo se encontró con Diego y se cruzaron la mirada fijamente, Diego sonrió se escondió en su pieza, estaba bien vestido, listo para irse.

 

Durante el desayuno tomó su chocolate como todas las mañanas, se sentía inquieto y preguntó ¿oye
quién está cumpliendo años hoy?
Cecilia contestó Eduardo.

 

Entonces se detuvo en su pieza y decidió quedarse en la casa, colocó la cabeza sobre la almohada, subió una pierna sobre la cama y salió y se fue.


Él se comportaba como un niño dijo Eduardo, un niño con 76 años encima contestó la Doctora.

 


 

Si, él vivía sin afanes, se reía solo, no se quejaba de nada acotó Eduardo.
No quise molestarle dijo la Doctora. A pesar de todo, era como un niño. Está bien, lo siento.

 

Al subir las escaleras vio a Lucia y Alberto almorzando con sus tres hijos y sus dos nietos. Ella nunca lo mandó al olvido y aún hoy sus labios lo nombran.

Al rato Luis entró nuevamente y dijo que se le había reventado un resorte.

Su último viaje a la oficina de Lázaro lo había dejado exhausto.

 


 

Nadie le creía porque parecía que no hablaba en serio y así pasaron varios días sin que se le prestara la atención requerida.

 

 

Estaba encerrado en la casa, acorralado,

desahuciado y ninguno podía ayudarlo, eran como las cuatro de la tarde y Luis salió y se fue.

 

 

Diego llegó a Matatigres para hacerse cargo del taller de mecánica porque le dijeron que su padre, estaba muy enfermo.

 


 

Cecilia le dijo, no dejes abandonado a Luis en estos momentos tan difíciles.

 

Estoy segura de que lo está necesitando con urgencia, hace días que no viene a la casa y se encuentra solo encerrado, muriéndose en ese taller.

 

Entonces Diego así lo hizo.

 

Y de tanto decírselo se quedó trabajando al lado de Luis y Pablo.

 


 

No le vaya a cobrar por la ayuda, hágalo de corazón.

 

Exígele que vuelva a la casa, aquí lo cuidaremos mejor.

 

Que se olvide de rencores, hijo dígale que vuelva.


Así lo haré, mamá. Contestó Diego inmediatamente.


Pero no pensaba cumplir su promesa por mucho tiempo debido a que había tenido varios altercados con Luis.

 

Hasta que ahora le tocó volver por obligación y de este modo se esforzó por trabajar nuevamente en el taller a pedido de su madre.

 


 

Por eso vine a Matatigres para atender los negocios de mi papá, se expresó Diego ante sus hermanos.

Era ese tiempo de la bonanza cuando a Diego lo llamaban de muchos talleres para realizar  su trabajo de latonero.

El trabajo en noviembre y diciembre abundaba y en enero y febrero se escaseaba.

 


Diego trabajaba dos meses y descansaba hasta que se le acababa el dinero.

 


 

Pero el que trabaja bien se lo pelean los dueños de los talleres.

Y Diego prefería trabajar en otros talleres porque le pagaban completo el jornal en cambio al lado de Luis estaba triste porque no se veía el pago todos los fines de semana.

 

Eso es lo que no entiende mi mamá; decía Diego con nostalgia, entre resignación y suspiros. Siempre fue así se volaba del taller con otros patrones y el retorno era porque le daba pesar con su padre.

 

Pero jamás volvió con alegría siempre traía los ojos llenos de tristeza de tener que volver obligado.

 


 

Hoy es diferente porque vengo con los ojos de mi mamá quien me los dio para ver la necesidad por la que pasa mi papá y no por el dinero.

 

Hay allí mucho trabajo comenzado dice Luis y le recomienda que trabaje duro con sus hermanos para llevar comida a la casa.

 

La voz de Luis no era tan fuerte, era más bien suave, casi apagada, como si hablara consigo mismo.

¿Y por qué volvió usted a Matatigres, si se puede saber? preguntó Pablo. Vengo a ayudarle a mi papá contestó. ¡Ah! Eso dice siempre pero a los pocos días se vuelve a ir, no eres constante, dijo él.

 




Y siguieron trabajando en silencio, vamos cuesta abajo, como dice el tango dijo Luis, que tiene los ojos hinchados por lo pesado del sueño.

¿Y cómo sigue su padre?
preguntó Lázaro preocupado por la ausencia de Luis.

 

Ya está mejor don Lázaro, pero no quiere salir de esa pieza.

Déjelo tranquilo menos mal que tiene a su hijo mayor atendiendo el taller.

 

 


 

Yo también soy hijo de Luis dijo Pablo y también estoy ayudándolo. Todos somos sus hijos dijo Luis, pero de distinta madre, por lo menos él me llevó a bautizar dijo Pablo.

Con usted debe haber pasado lo mismo?

No me acuerdo, pero creo que si contestó Luis.

 

¡Váyanse al carajo! Gritó Diego, no confundan a don Lázaro.

 

¿Qué dice usted? Preguntó don Lázaro. Que ya le estamos terminando su carro para entregárselo.



 

Sí, ya lo veo. Gracias Diego.

 

En Talleres Santacruz de Matatigres el patrón Luis Celis se enfermó y sus hijos lo reemplazan dijo don Lázaro.

En Soacha los niños juegan y aturden con sus gritos. Cecilia se distrae con el vuelo de las palomas conversando con Diego y Eduardo y disfrutando un cielo azul del atardecer.


Ahora estaban aquí, en este pueblo sin ruidos.

Oyendo caer las pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles.

 


 

Algunas casas están vacías con las puertas cerradas invadidas de yerba.

Al cruzar una bocacalle vieron a Fernando fumando un cigarrillo y se desapareció como si no existiera.

 

Después volvieron a verlo de frente y lo siguieron con la mirada.

Diego le llamó muy fuerte:
Fernando miró y sonrió

¿Es que no sabe dónde vive? Allá está la casa junto al centro de salud. Fernando se fue en silencio y Cecilia lo guiaba.

 



Su voz estaba desafinada, su boca como seca y la cabeza muy desprendida de los hombros, sus ojos clavados en la tierra.

 

Fernando ha sufrido mucho, siempre lo he visto enfermo, dijo Diego.

Volvieron a la casa, aunque los niños seguían jugando, Cecilia la sintió muy fría.

 

Ni las palomas, ni el cielo azul, la pudo consolar, sentía una agonía en todo su ser.

 


 

Cae la noche y se escucha solamente el silencio, aún no esta acostumbrada a quedarse sola, su cabeza sufre de calores.

No entiende porque está viviendo en un pueblo tan solitario, conversando con alguien que no existe.

 

Llegó la hora de despedirse
Diego va para Matatigres.

Eduardo va más allá, donde se ven los cerros orientales.

 


Allá tiene su casa. Si usted se quiere venir a vivir conmigo, será bienvenido, le dijo a Diego.



 

Diego le agradeció diciendo ¿Dónde más podré encontrar alojamiento seguro? Solamente en su casa y donde Lázaro si es que todavía vive. Dígale que va de mi parte se escuchó una fuerte voz y una carcajada.

 

¿Y cómo se llama usted?
—Luis su papá —contestó. Lo alcanzó a ver y le dijo
soy su hijo.

 

Parece que nos hubiéramos puesto cita.

Parece que se hubieran estado esperando, porque se abrazaron y de inmediato se metieron por unos cuartos oscuros y desolados.

 

Iban caminando a través de un angosto cuarto que no tenía puertas, solamente aquella por donde entraron. Diego encendió una vela y lo vio vacío.

 

 


 

 

Aquí no hay dónde acostarse dijo. No se preocupe por eso mijo, contestó Luis sonriendo.

 

Estoy cansado dijo Diego.
Vamos a tomar un tinto y algo de comer, después organizamos lo de la dormida, contestó Luis.

En la enramada el agua gotea hacia la arena del patio. Diego organiza la herramienta mientras Luis y Pablo daban vueltas y rebotes tratando de abrir las puertas de un carro. Ya se había ido la tormenta y de vez en cuando cae la brisa sobre el taller de Celis e hijos.

 


 

Las palomas van al patio, picoteando las lombrices desenterradas.

 

Cecilia apareció en medio de un sol de colores que jugaba con el aire de la mañana. Fernando sintió sus manos suaves que le acarician su cara, mijo he orado mucho por ti.


El aire levanta sus vestidos de seda y los hace reír. Se juntaron en un fuerte abrazo con la mirada fija en sus ojos. Mientras un rio de agua viva corre entre sus dedos.

 

 


 

 

Sus cabellos vuelan al viento, como si hubieran sido levantados por las alas de un pajarillo.

 

Y desde arriba, como el pajarillo caen haciendo maromas y acrobacias, sobre el verdor de la tierra.

Cecilia tiene sus labios rojos como si hubiera besado el pétalo de una flor.

 

Fernando tiene su rostro fresco como el de un muchacho.
Mi mamá está viva gritó. Ya me estoy acostumbrando a verla tan radiante, como una luz.

 

 


 


Siempre he estado cerca de ti le dijo mirándolo con sus ojos negros, enmarcados por frondosas cejas. Fernando alzó la vista y miró a su madre con ternura.

 

¿Sabes que estoy pensando? Que vamos a estar aquí juntos por mucho tiempo, mucho tiempo.

Vamos a tomar tinto.
     —Ya voy, mamá. Ya voy.

 


Ahí estaba Diego con Eduardo y Mauricio, oyéndolos conversar, aunque ellos no los veían, se quedaron callados, para no molestarlos.

 


 

¿Dónde te habías metido? Dijo Cecilia cuando sintió la presencia de Diego le dijo:

Te estábamos buscando.
Estaba en el otro patio contestó Diego, donde no hay perros rabiosos.

 

¿Y con quién? ¿trabajando?
No, mamá, con el pastor estaba orando. Cecilia miró a Eduardo y a Mauricio, con sus ojos negros bien abiertos.

 

 



 

 

¿Y les habló muy duro como si estuvieran a kilómetros de distancia, encima de las nubes, en el más allá, vamos a rezar el rosario? Estamos en el novenario de Luis. Claro que si contestaron ellos.

 

Allí está Lucia en el umbral de la puerta, con una vela en la mano, lista para rezar el rosario. Me siento triste, dijo. Entonces se dio vuelta y colocó la vela en el candelero.



 

 

Cerró la puerta comenzó a orar mientras caía la lluvia. El reloj marca las siete en Soacha.

Cecilia recordó que Luis fue un buen hombre, muy cumplido y le perdonó todos sus errores. Era quien nos alcahueteaba todo en Pereira dijo y lo siguió haciendo todavía después que se vino para Bogotá dijo Diego.

 

 


 

 

Me acuerdo del desventurado día que sucedió el accidente automovilístico de Lucia dijo Cecilia. Todos nos conmovimos porque todos la queremos. Pero Luis casi se enloquece era la luz de sus ojos.

 

En diciembre nos llevaba regalos a Calarcá, recordó Eduardo.

Y nos contaba historias de las cosas que sucedían en Bogotá, dijo Amanda.

 


 

Era un gran conversador incansable, dijo Diego, mi papá era un personaje en Matatigres.

 

Después que se le reventó el resorte dejó de hablar. Decía que ya no tenía sentido decir cosas que no servían para nada. A las comidas ya no les encontraba ningún sabor. Desde entonces enmudeció, pero, eso sí, no se le acabó la costumbre de gritar a la gente.  

Al final Luis pensó que debía estar muerto, seguramente.

Bueno, ya no me preocupa porque los hijos están grandes, dijo.

 

 




Se puso a mirar a Cecilia que la tenía al frente y pensó que debió haber pasado momentos difíciles, pero aguantó los cincuenta años conmigo, concluyó.










Eran casi las cuatro en Soacha y todo estaba en silencio.

 


 

 

Cecilia se quedó mirándolo y pensó que ya habían pasado Cincuenta años y no pudieron vivir como querían sino como podían, la vida en Bogotá es difícil para todos concluyó y no puede creer que Luis se muera primero.



 

 



 

 

 

 

 

 


Luis María Celis Rey

Cecilia López de Celis

Diego Celis López

Ferney Celis López

Lucia Celis López

Luis Fernando Celis López

José Eduardo Celis López

Amanda Celis López

 

Conversando con Eduardocelis

Volumen II año 2021

 


JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ SITIO OFICIAL
Conversando con Eduardocelis II




Por
JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ
EN BOGOTA D.C.


 

 

Cecilia y Luis llegaron sorpresivamente al Barrio San Antonio de Bogotá.

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Un poco después de las siete Eduardo y Cecilia salieron al andén para observar de cerca la noche, al tiempo que pasaban gran cantidad de trolebuses por la Avenida Caracas, dando la sensación de tener una capacidad ilimitada para absorber pasajeros, un frío terrible penetró por la garganta de ella dejándola afónica.
 
Llovió después de la medianoche y Cecilia tosió incesantemente, nadie se preocupó por ella hasta que fue necesario llevarla a la Hortua, después de varios días de hospitalización, los médicos diagnosticaron principios de neumonía, que requería de un largo y cuidadoso tratamiento.
 
Era una falsa alarma dijo Luis, cuando observó la mejoría con el medicamento formulado, la niña volvió a la casa y poco a poco todos los miembros de la familia fueron aceptando de buena gana el nuevo ambiente que se vivía.
 

No era fiebre ni escalofrío mucho menos neumonía, lo que ocurre es que no estamos acostumbrados a este clima, las condiciones del altiplano son diferentes, dijo tímidamente Eduardo tratando de congraciarse con Cecilia que estaba envuelta en un pañolón, un saco y medias de lana.
 
Antes del medio día caminaron juntos hacia la plaza, el aire estaba congestionado y caía una pertinaz lluvia, las calles mojadas dejaban escapar un raro vapor al contacto del sol con el betún del asfalto y los carros salpicaban los pozos de agua.
 
Cuando iban lejos de la casa Cecilia preguntó en voz baja con los dientes apretados.
 
-¿Así será siempre este Bogotá?
 
No creo, dijo Eduardo mientras la protegía de los carros tomándola del brazo. 

 
Llegaron al centro de la ciudad, descubriendo con asombro una mole de edificios que se alineaban colosalmente, formando una gran selva de cemento.

Arreados por múltiples voces y ruidos estrambóticos, se refugiaron en el segundo piso del restaurante que se encuentra al frente del palacio de justicia.
 
Durante el almuerzo Eduardo le contó los incidentes ocurridos en los últimos días, los buenos amigos que encontró en el Externado, la grata impresión que le dejó la diosa de Casabianca, la cercanía del taller de mecánica y el comportamiento extraño de su hermano Fernando.

 

Ella lo escuchó impaciente.
 
El se quedó pensativo, temía por su salud, la veía pálida, parecía débil en sus movimientos, creía honestamente que su enfermedad era grave, el clima de esta ciudad le había afectado su integridad física, pensó que podría morir.
 
Ella asumió una actitud valiente. Consumió con ganas todo el almuerzo, levantó la frente, se alisó su pelo crespo, sonrió francamente y se incorporó de tal forma, con tanta energía, que el mismo estado del tiempo cambió.
 
De inmediato bajaron por la escalera eléctrica y salieron a la carrera séptima.
 
Llegando a la Avenida Jiménez encontraron una corona de flores blancas adornando el lugar exacto donde cayo asesinado el caudillo, hacia el oriente observan una traumática cadena de negocios de discos, almacenes de ropa, cafetines, librerías, iglesias, museos y el mítico cerro de Monserrate.

En la plaza comenzó otra vez la llovizna de nieve, los lustrabotas se refugian debajo de sus plásticos, Cecilia se tapa con el pañolón y exclama eufórica:
 
¡Lloviendo y haciendo sol, son las gracias del señor!
 
Regresaron por las mismas calles y con gran satisfacción de haber conocido el centro de la capital, no era tan horrible como se la habían imaginado, la gente era decente y muy elegante.
 
Eduardo sintió ganas de cantar, tarareó una balada de la época y se recostó en la cama, pensando que esta gran ciudad reunía las condiciones ideales para triunfar.

 

Luis vino después de las seis de la tarde. Cecilia y Eduardo tomaban el café en la cocina, cuando empujó la puerta del patio y gritó:
 
- Se enloqueció su hermano Fernando.
 
Se levantaron al tiempo diciendo: No puede ser.
 
Así es, ya no quiere trabajar, no quiere estudiar, no quiere hacer nada.
 
Yo siempre he dicho que ese muchacho es muy rebelde. Anda mal.
 

Ninguno entendía la razón de la supuesta rebeldía, pero todos coincidían en afirmar que estaba actuando de una manera anormal.

 

Lo que pasa es que aquí en Bogotà, la gente actúa anormalmente, dijo Fernando que se encontraba aprisionado detrás de la puerta.
 
No es así, respondió Luis imponiéndose con su fuerte voz. Aquí se acostumbra que todos trabajen o estudien o ambas cosas a la vez, es otra cultura.
 



Esa misma noche, Eduardo estuvo haciendo planes alegres sobre su inmediato futuro, aquellas frases le habían mostrado un camino ideal para su victoria personal y el de su familia, trabajar y estudiar es el objetivo a conseguir.
 
La vida es dura, exclamó Luis.
 



Pero hay que saberla vivir, esta familia tiene mucho futuro, ya estamos en la capital, donde están las mejores universidades, los bancos, los grandes almacenes, está todo por hacer, dijo Cecilia para animar a Eduardo.
 
Eduardo se sintió respaldado.
 
Salió al patio. Vagó por los alrededores de casabianca, organizando sus ideas, aceptó que todo estaba por hacer, trata de convencerse que pronto el mundo de los negocios estaría a sus pies.
 
La salud de Cecilia y el comportamiento de su hermano le preocupan, además sus dos hermanas necesitan apoyo, recorrió con su vista las ventanas que estaban vacías y tristes, sintió frío y volvió a su pieza.
 
Su hermana mayor lo sintió entrar y lo llamó.
 
-¿Señora? contestò suavemente. 
 
Ella lo miró fijamente y le acarició el rostro con ternura, preocúpese por el estudiò, no se angustie mas, aún eres un niño, añadió tranquilizándolo.
 
Eduardo sonrió y se acostó.
 
Creo que por el momento estamos bien así, dijo ella en voz baja, Luis gana mucho dinero y mientras viva, nunca nos faltará nada.
 
Durmió mal esa noche tratando de entender las preocupaciones que su hermano tiene en su cabeza infantil.

Al día siguiente la mujer le llevó el tinto a la cama.
 
Los días comenzaban monótonamente, Cecilia era la primera en levantarse y Luis salía muy temprano sin desayunar, los demás se mueven sin afanes.
 
Mas temprano que tarde seré yo quien tenga el control de esta casa, dijo Eduardo mientras saborea el café caliente.
 
Será el único que piensa en el futuro, por que los demás están como dormidos, le contestó de inmediato Cecilia, este Bogotá yo lo veo muy grande, la gente es muy viva y hay que prepararse bien.
 
Los que se propongan conseguir dinero antes del dos mil van a sobrevivir y los que se duerman van a tener que aguantar mucha hambre, sentenció ella.
 
No se preocupe, dijo Eduardo sin voltear a mirarla, me lanzaré al ruedo y el año entrante estaré bien, yo también estoy vivo y además tengo sangre paisa y el paisa no se arruga. El dos mil está muy lejos, lo mío es para ya, tengo un plan para salir a negociar, afirmó con seguridad.
 

Observó como su hermano Fernando se levantó lentamente, estaba flaco y pesado, su rostro pálido y enjuto refleja la gravedad de su drama, entró al baño, se lavó la cabeza y se reía nerviosamente mirándose al espejo.
 
-¿De que te ríes? pregun tò Eduardo. 
De nada, contestò Fernando.
 
-¿Qué te pasa?
Nada, respondió con la misma risa nerviosa.
 
-¿Estás bien?
Bien, muy bien.
 

-¿Qué te preocupa?  
Fernando eludió los penetrantes ojos negros de Eduardo.
 
-Nada- mintió.
 
No estaba bien, tiene problemas y nadie lo atiende, nos volvimos insensibles, meditaba Eduardo mientras observa a su hermano en un monólogo frente al espejo.
 
Cecilia está triste, no puede resistir esta escena.
 
El problema es psicológico, arrastra un trauma de muchos años atrás, producto de sus propias actuaciones, ella se sentía culpable, sabia perfectamente el origen de su enfermedad, pero no podía delatar a Luis, por su culpabilidad en este caso.
 
-¿Será que mi hermano esta sufriendo delirio de persecución? Preguntó Eduardo, tratando de encontrar una explicación lógica.
 
No creo, contestó Cecilia sorprendida, no entiendo por que lo dices.

Por que se esconde en el baño y no quiere salir, dice que alguien lo acosa constantemente, se mira al espejo y repite que ahí viene el fantasma, yo creo que se esta volviendo loco y nosotros permanecemos indiferentes.
 
Desde que se retiró de estudiar se ha comportado así, dijo ella.
 



Yo no estoy loco, contestó serenamente Fernando secándose la cara, aquí en Bogotá todo es muy difícil, no hay facilidades para el estudio y el único trabajo que ofrecen es en los talleres, como peones y humillados por un patrón.

 
Después de llevar el pocillo a la cocina, Eduardo volvió a la pieza afanado por que los pantalones estaban sin planchar, su hermana los estiró sobre la cama y los alisó rápidamente con la plancha tibia, se puso la camiseta arrugada y encima se colgó un buzo con motas amarillentas que usaba desde el primer día de su llegada.
 
-¿Cuál es el apuro de salir? Preguntó ella.
 
Lo mejor es ir a estudiar, no puedo distraerme del objetivo que tengo, expresó Eduardo mientras se despedía observando la sombra de su hermano, abrazando cariñosamente a Cecilia.
 
En la puerta sintió en todo lo alto un sol picante, despuntando sobre el tejado de Casabianca, dirigiendo cálidos rayos sobre su integridad.
 
Simultáneamente cortinas de nubes negras reprimen esas llamas de energía involuntariamente.
Al pasar frente al taller miró hacia el fondo, en la zona de latonería entre latas retorcidas, compresores y soldadores vio a los obreros, entre los que se encontraba su hermano mayor, frente al patrón que impartía órdenes.
 
¡Pobre gente! 
 
Se lamentó Eduardo aferrándose fuertemente a sus libros, sintió alivio al pensar que su destino ya estaba definido.
 
La tarde se volvió gris en San Antonio.
 
El salón de clases estaba oscuro y frío, el profesor subió las gafas a su frente, cerró sus ojos azules y sobándoselos con los puños cerrados comenzó el mensaje filosófico.

 
 

En la calle se respira un ambiente hostil, producto del crimen que comenzaba a aglomerar a miles de curiosos, en el caño del río Fucha flota el cuerpo sin vida del edil, como consecuencia del fraude en las urnas, los integrantes del movimiento guerrillero ajustician selectivamente a los conservadores que ostentan el poder. 
 
Nunca había visto un muerto, le dijo Eduardo a Cecilia quien dobla su espinazo sobre el lavadero.

No puedo explicarme por que toda la gente estaba alrededor y ninguno hacia nada por sacarlo. El cadáver estaba boca arriba flotando en la superficie del agua, vestido de paño gris a rayas, camisa azul, corbata roja, violentamente asesinado, rígido, inmóvil, abotagado, con protuberancias en la frente, los labios pálidos, el rostro macilento, con muecas de sufrimiento, dicen que le dictaron la pena capital tras consultas con el pueblo.

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Los Celis...mi familia
 
Esta es la guerra política, dijo Cecilia que terminaba de colgar la ropa en las cuerdas del patio, se apropiaron de la espada de Bolívar y van a matar a todos los opositores, gritó recogiendo el balde del suelo y tomando a Eduardo de la mano lo condujo a la cocina en donde compartieron una bandeja con frijoles.
 
Allí estaba su hermano Fernando, pálido, callado, comiendo al lado de Cecilia, eran inseparables, se necesitan mutuamente, se quieren, la enfermedad era compartida, se fundieron en la misma desgracia, eran víctimas de su pasado.
 
La rutina los acompañó por muchos años solamente la monotonía de todos esos años los fue consumiendo lentamente.

 
Muy temprano, Eduardo corría en el Parque Nacional, presuroso, un escalofrío recorría todo su cuerpo, calaba sus huesos, daba vueltas a la glorieta nerviosamente, miraba por entre los arboles con ansiedad, buscaba por la orilla de la quebrada, hasta que no aguantó mas y se desmoronó totalmente orinado sobre uno de los asientos, con las piernas abiertas secando sus pantalones al sol.
 



Nunca en su corta vida había tenido esta experiencia de encontrarse con personas extrañas para hablar de negocios, pero ahí estaba un Señor Moreno, calvo, de rostro fresco quien le extendió la mano y lo observó sonrientemente.
 
-¿Cuántos años tienes? Indagó.
Veinte años, ahora el próximo mes los cumplo.
 
-¿Con quien vives?
Con mis padres y con mis hermanos.
 
-¿Que estudio tienes?
Soy bachiller, contestó Eduardo extendiendo un sobre que contenía el diploma.
 
El hombre revisó su contenido, se acomodó sus mancornas y el pisacorbata de oro.
 


Después de varias palabras acartonadas, dijo suavemente antes de desaparecer.
 
Aquí està Ligia, con ella se va a entender de ahora en adelante.
 
Eduardo sintió pena ante la presencia femenina, alegre y sonriente de la mujer.
 
Ella sacó de su bolso de cuero un paquete de cigarrillos, se llevó uno a su boca de rubí, lo encendió con una candela colibrì.
 
No te ofrezco por que aun eres un niño, dijo mientras aspiraba el humo y dejaba escapar un bucle al aire.
 
Eduardo no supo que contestar, estaba aturdido por todo lo que pasaba.


Atinó a mirarle con ternura sus ojos negros y hechiceros, su frente amplia, su nariz aguileña, su pelo suave que caía sobre su espalda hasta la cintura de muñeca, sintió de cerca su aire de gitana y su espíritu llanero.
 
Vamos a tomar tinto, le dijo ella dando una mediavuelta sobre uno de sus tacones gruesos y cerrando uno de sus ojos en una actitud de franca coquetería.
 
¡Tinto si tomo!, ¡para eso si soy el campeón!, hablo fuerte y sonriente Eduardo, yo vengo del eje cafetero y esta es la mejor invitación que me hacen, dijo con energía.
 
Se puso de pie, sintió sus pantalones secos y sonrió a Ligia.
 
Bajaron a la Avenida Caracas, tomados de la mano, como si se conocieran de tiempo atrás, entre tinto y tinto, miradas, sonrisas y mensajes subliminales, iniciaron una relación sentimental a primera vista.  
 
Al día siguiente Eduardo llegó temprano a la oficina de Ligia, quien hablaba por teléfono con la secretaria de la Presidencia del Banco de la República, se comprometió a enviarle un paquete de bonos, para acumular en su cuenta bancaria, aclarando que se debe entregar un porcentaje en efectivo.

De inmediato se iniciaron las diligencias y el intercambio de bonos por dinero en efectivo, en el piso octavo se encontraba la Presidencia del Banco en donde Isabelita la secretaria coordinaba todas las operaciones financieras. 

Promediando la mañana Ligia se encontraba clasificando los bonos en el cuarto de San Vicente, cuando apareciò Eduardo quien la buscaba presurosamente, tan pronto se encontraron se fundieron en un abrazo apasionado, entrañablemente, como nunca lo habìan hecho y se entregaron a un amor infinito.


Ella era luz y se convirtiò en sombra y
hecha sombra se marchò al olvido.

Todo ese amor se quedò escondido...
En lo mas recòndito de su alma... 


En una decisión insólita, cuando se normalizaron las operaciones con el Banco, la negrita le ordenó a Eduardo que tomara el efectivo para sus gastos personales cuando lo necesitara, sin necesidad de informarle.
 
A partir de ese momento nunca volvió a faltar dinero en sus bolsillos.

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Después del día laboral Ligia le dijo suavemente.
 
Te espero allá en el bar, para que hablemos de lo nuestro.
 
Allí en el bar de la esquina se encontraron ante una mesa cuidadosamente arreglada para la ocasión.


¿Qué es lo nuestro? Preguntó Eduardo, cautelosamente.
 
Nuestro matrimonio, contestó la mujer levantando la voz al tiempo que lo apretó fuertemente contra su pecho.
 
Sacó de su bolso de cuero un fino estuche y colocó delicadamente una argolla de oro en uno de sus dedos y otra en uno de los suyos.
 
¡Salud! Dijo levantando la copa de champaña.
 
¡Salud! Asintió Eduardo.

Ella era luz y se convirtiò en sombre...
Una sombra que aùn hoy lo persigue...


Lloviò toda la siguiente semana. Fuè una semana  diferente a todas las otras vividas en la capital,  nacieron ilusiones imposibles y murieron amores posibles.

Una mañana lluviosa y plomisa premonitoria de que algo no anda bien en el Restrepo, amarteladamente en la terraza se estrechan entrelazados dos pardillos asustadizos en una pose poco usual, los guiños y flirteos alcanzaron a advertir la atenciòn de dos intrusos, cerca de la cocina y solamente lograron un galanteo trivial, por que al notar su presencia, consiguieron bajar el tono de su amorìo, fatalmente.


A travès de la ventana  se escucha la queja de Cecilia preocupada por que Fernando habia llegado a un grado de imprudencia e incensatez que amerita recurrir a un serio tratamiento mèdico. 

Luis se apurò a salir sin desayunar evitando terciar en los hechos advertidos. 

Los demàs prefieren ocuparsen de otros aspectos.



Asì transcurre en forma alarmante la pèrdida de las facultades fìsico mentales del tìmido y nostàlgico Fernando, sin que los galenos logren prescribir acertadamente el sìndrome que soporta.

En la tarde, Cecilia sorprende con un estado de ànimo alborozado como consecuencia de un presente recibido en forma casual; impresionado por el contraste producido en su estado sùbito, Eduardo se activa a observar el motivo de la felicidad manifiesta.

La mujer lo conduce al comedor que se encuentra bajo el cobertizo de la casa y con gran fascinaciòn contemplan una cesta que contiene un ramillete de radiantes flores y azucenas de diferentes colores, brillantes, con tallos altos y largas hojas.



Espectacular momento de gran satisfacciòn que les produce un entusiasmo profundo y entrañable, que los  reune en un fuerte abrazo fraternal. 

El suceso precursor de esta mañana ha quedado irremediablemente en el olvido. 

En la base de la maceta que contiene el adorno floral, descubren una etiqueta con el membrete y rubrica propios de Ligia, que se adelanta de esta forma en la conmemoraciòn del dìa de la mujer, pròxima a celebrarse. 



Cecilia elogia el afecto de la persona anònima que reinvindica este hecho trascendental. 

¡Nunca me habìan regalado flores!.. profiriò ella.

Como ocurrìa siempre, la mujer mira el cuadro de las ànimas benditas y agradece en voz alta por los favores recibidos, en el dìa de hoy era mucho lo que tenìa que gratificar por que seguidamente en un impulso expontàneo Eduardo sacò de su dedo anular la argolla que tanto le perturbaba y la colocò en el de ella.


Con este gesto de liberalidad Eduardo pretende sepultar de una vez por todas las propuestas matrimoniales que tanto le atormentaban.

La mujer se fuè al cuarto a prepararse para el rosario y Eduardo aprovechò para meterse al empotrado armario y cerrando la puerta se desahogò gritando con todas sus fuerzas ¡soy libre! ¡No quiero casarme!.


Eduardo y su hermano Fernando esperaron a que terminara el rosario para que Cecilia sirviera la comida, a nadie mas esperaban a esa hora de la noche, como siempre Fernando comìa muy ràpido casi sin masticar y al tiempo que manducaba los alimentos soltaba cortantes risas nerviosas. 


Sinembargo  este era un momento sosegado y apacible para compartir una bandeja paisa, escuchando a Cecilia recontar historias vividas en su natal Pereira y en su largo peregrinaje por el eje cafetero.

Escampò despuès de las nueve de la noche. Todo parece tranquilo en el Restrepo, sinembargo algo atormentaba a Cecilia quien se esmera por mantener sedado a Fernando para evitar en lo posible, los desbordamientos de su personalidad.
 
Eduardo volviò a su cuarto, se parò encima del catre y empinandose observa a travès de su trampilla el accionar retraido de la avecilla que inocente respinga en la pajarera, en busca de calor paterno. Aùn no se percata de las consecuencias fatales del inminente desahucio.


En los ùltimos años han cambiado mucho las cosas dice Cecilia quien se aclimatò al frio Bogotano, Eduardo se consolidò laboralmente y Lucia es madre de dos niñas, entretanto Amanda aplica como enfermera, Diego se encarga a regañadientes del taller de mecànica y Ferney adelanta su vocaciòn de jurisconsulto.

Ninguno puede sostener que se haya acostado una sola noche con hambre, todos gozan de los beneficios de manutenciòn proporcionados. 


No importa la cortapisa en sus necesidades bàsicas , lo que en realidad los une es la tolerancia por los procederes de los demàs y la idea de conformar una reverenciada familia. 


Es la misma historia de siempre, comentò Eduardo en voz alta. 

Es la misma historia, pero Luis produce para todos sin que hasta el momento alguien se atreva a coger las riendas de la casa, replicò Cecilia que recoge sus piernas debajo de la mesa escondiendo una dolencia varicosa.  

Con una reacciòn automàtica, Eduardo recoge del mesòn dos recibos de servicios pùblicos para hacerse cargo de su pago, esta es la primera muestra del compromiso que en adelante tendrà con su querida parentela. 



A travès de la ventana penetran los aires armònicos del hermoso azulejo de fino pico que retoza en su pequeña pajarera, àvido de afecto, candoroso e ingenuo, galanteando abiertamente como si no advirtiera que su destino es el exilio infame.


En la terraza de la casa Fernando hace muecas, tenìa un movimiento sintomàtico producido por la contracciòn de los mùsculos del cuello. 

Los huesos de su cara estan forrados por un pellejo curtido por sus treinta años de existencia, de los cuales los ùltimos quince han sido marcados por una caprichosa forma de actuar.

No se supo nunca el verdadero origen de su enfermedad que lo tenìa practicamente enagenado, Cecilia recuerda con perspicuidad que hace algunos años en un ataque de paranoia, sacò al patio de la casa los colchones, las sàbanas, las almohadas y todo el dormitorio desbaratado, dejàndolo allì al sol y al agua, se marchò luego de patear todo con tosquedad y proferir algunas vulgaridades, en la noche llegò calmado, como si no hubiera pasado nada armò de nuevo su aposento, no quiso tomar la cena y se acostò sosegado. 


Como todos los viernes Eduardo llegò a la taurina, esa noche el barrio estaba alborotado por las fiestas decembrinas, en un rincòn se encuentran los Echeverry, famosos por sus intervenciones en asuntos ilegales, de lejos los saludò con una venia y se acomodò en la barra cerca de Fercho, para degustar el nèctar y la buena mùsica. 





La taurina estaba a reventar desde tempranas horas, sus luces y colores daban un aspecto carnavalesco, hombres y mujeres gritaban alborosados como si de repente se hubieran acabado los problemas en todo el mundo, Eduardo se contagiò del ambiente y comenzò a cantar fuertemente, aprovechando el sonido estrambòtico de los altoparlantes.



Cuando sonaban los aretes que le faltan a la Luna, interrumpiò Carmencita, su amiga de infancia que departìa muy cerca del mostrador, Eduardo se quedò mirando a la mujer de cabellos risados y caderas protuberantes, la mirò fijamente de arriba a abajo, tratò de tocarla, pero ella instintivamente retrocediò, para volverse a èl, presurosa colocàndose insinuante.

Eduardo se animò a bailar tomàndola por la cintura fuertemente, dejando deslizar sus manos por toda su humanidad y su hechizo pelo, disfrutando cada instante de este encuentro inesperado y ahora se encontraban en el centro de la pista de baile, totalmente fundidos, con èxtasis sinigual.



Al interrumpirse la melodìa, repiraban muy cerca, cara a cara, la mujer en un arrebato de pudor le dijo jadeantemente  ¡todo lo que quieras pero no me beses! entonces como por instinto Eduardo la besò apasionadamente, quedando sellado ahì un encuentro casual.

Carmencitaa se retirò a su lugar, llevando la falda levantada con los nervios de punta, abrumada, contrariada y ansiosa.

De inmediato se armò la bronca, se formò una monumental trifulca a un lado de la pista, inesperadamente estuvo en peligro la vida de Eduardo, quien absurdamente recibiò el ataque feroz de cuatro bandidos, escasamente logra repelerlos con una botella que trata infructuosamente romper contra el filo de la barra acolchonada, la oportuna intervenciòn de los Echeverry evitaron que fuera linchado en el acto.



Despuès de la media noche Eduardo regresò a casa en compañìa del menor de ellos pero el mas peligroso por su sagacidad en el manejo de armas que lo convierten en un peligroso atracador nocturno, ladròn de bancos, maleante obstinado.

¡Cuidate mucho, diablo! , no te metas en problemas dijo valvuceando lacònicamente.



En las penumbras estallò una carcajada.

Hace presencia un fantasma envuelto en una sàbana blanca que recorre la casa paterna en forma misteriosa.

Eduardo se recogiò en un rincòn de la cama, pensando que se trataba de su hermano Fernando que habìa recaido en sus manifestaciones de excentricidad.

No es nada dijo Cecilia con voz calmada, no tengas miedo, deje la luz prendida para que no tenga mas ofuscaciones.

¡Tèngale miedo a los vivos! gritò Luis.

Eduardo se quedò quieto en un rincon y dejò la luz del cuarto prendida, sin duda su estado de intoxicaciòn etìlica le habìa jugado una mala pasada.


No se preocupe, le dijo sonriendo su hermano Fernando que observaba la escena sentado en el sofà, lo cierto es que el amigo Fuerte vino a despedirse, cuando alguien muere, su espìritu sale del cuerpo y hace un ràpido recorrido en su partida, acotò gesticulando.

Eduardo lo mirò perplejo, aùn no habia desechado la idea que el fantasma era su propio hermano, sus ojos inalterables le producìan espanto.

Ya no piense mas en eso dijo Luis, duermase tranquilo, agregò imprimiendo a su voz una severidad convincente.

Eduardo se durmiò y Cecilia apagò la luz. 

El espiritu perturbador termina su recorrido y la noche pasò volando.


Muy temprano llegò Edilma al Restrepo aunque no habìan convenido este encuentro, Eduardo acepta naturalmente este compromiso, en su mirada se observa tanta sorpresa como satisfacciòn de verla.

Juntos recorrieron la terraza de la casa creyendo que realmente se encontraban solos, despues de una ligera caricia se entregaron completamente, con sus corazones comprometidos.
 
Es el primer hombre de su vida...

Dice que su amor nunca se muere... 


Sin necesidad de abrir la ventana el sol matutino habia penetrado a la casa, en la pajarera ya no se escucha el canturreo de la avecilla que tanto habia alegrado el ambiente en el Restrepo, definitivamente pudo mas la tozudez de sus contrincantes hostiles, que el amor entrañable, puro, tierno y seductivo profesado por Eduardo. 


Queda un vacio en su corazòn, monumental, desmesurado, enorme soledad que nadie puede llenar. 


Al bajar las escaleras Eduardo sintiò cerca de la endija, por ùltima vez, a la avecilla de Vindi que estremece con sus besos lo mas recòndito de su alma.


Ella nunca lo mandò al olvido...
y aùn hoy sus labios la nombran...


Eduardo saliò y se fuè...

eduarditocelis en el bic

 

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