El espíritu y las costumbres de los santafereños
Bogotá, gran diversidad cultural e histórica
La gente Bogotana es culta y muy elegante
Bogotá es misteriosa, mágica, mítica
Eduardocelis es un goleador del fútbol. Fue campeón con el BIC en dos oportunidades, como jugador en 1976 y como entrenador en 1994. Además, ganó 5 campeonatos con la Selección BIC entre 1978 y 1990 en la U. Javeriana, Carulla y Cafám.
EN EL RESTREPO
Cuando sonaban los aretes que le faltan a
El aire levanta sus vestidos de seda y los hace reír. Se juntaron en un fuerte abrazo con la mirada fija en sus ojos. Mientras un rio de agua viva corre entre sus dedos.
AMOR PLATÓNICO |
Cincuenta años en Bogotá
CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA 1970-2020 EDUARDOCELIS
Cecilia y Luis llegaron sorpresivamente al Barrio San Antonio de Bogotá.
En la noche observan la lluvia de estrellas de la Urbe Capitalina.
Ven pasar los trolebuses por la Caracas con sobrecupo de pasajeros.
El frío penetró sus huesos y los obligó a entrar a Casabianca.
Allí encontraron su amor platónico.
Llovió toda la noche y Cecilia tosió insistentemente.
Ya todos estaban durmiendo.
Poco a poco fueron acomodándose al nuevo ambiente familiar. Ella tiene una apariencia sexagenaria y a Luis los años le pasan por encima.
Luis cuenta con cincuenta y cuatro años y Cecilia con cuarenta y seis, parece mayor.
Cecilia tiene sus ojos negros, su cabello corto ondulado, la mirada firme con la frente siempre en alto.
Luis tiene su voz fuerte, varonil y su sonrisa artística.
Escuchando el salpicar del agua se quedaron dormidos.
Por la mañana volvió a llover y cuando despertaron se alcanzaba a sentir la leve llovizna. Cecilia no está acostumbrada a este frío y Luis se encuentra aclimatado.
Los vidrios de las ventanas se oscurecieron y resbalaban gotas como de gruesas lágrimas.
De pronto ella se iluminó con un relámpago, mientras soñaba con sus seis hijos.
Todos eran de Pereira menos la menor que vino de Armenia, todo comenzó en Calarcá, recuerda ella.
Al medio día caminaron hacia la plaza de Bolívar. Cecilia va feliz.
Las calles mojadas dejan escapar vapor, al contacto del sol con el betún del asfalto.
En la Plaza vieron volar las palomas, moviendo el aire con sus alas mojadas.
Cae una pertinaz lluvia.
Cecilia cubre sus manos con las mangas del abrigo mientras
Luis la abraza suavemente.
Pisan el pavimento mojado, disfrutando el hielo Capitalino.
La Atenas Suramericana está fría y acogedora. Las calles están inundadas.
En el centro descubren una mole de edificios que se alinean formando una selva de cemento.
Suben a un restaurante, conversando sobre el taller de mecánica y el comportamiento de su hijo Fernando.
Durante el almuerzo dialogan animadamente.
Cecilia está tranquila y Luis muy animado. Ella levanta la frente, sonríe francamente y se alisa su pelo.
Luis asume una actitud alegre y levanta su copa dando un brindis. Ya hace cinco años que no compartían juntos, desde que Luis trasladó el taller de Calarcá, a la vieja calle sexta de Bogotá.
La vida les dio otra oportunidad.
Bajan por la escalera eléctrica y salen a la séptima, congestionada por la gente y el ruido.
Observan negocios de música, almacenes de ropa, cafés, librerías, Iglesias, museos y el mítico Cerro de Monserrate.
Ahí comienza una llovizna de nieve, que observan eufóricamente.
Lloviendo y haciendo sol, son las gracias del Señor, exclama ella.
En la tarde regresan a la casa por las mismas calles mojadas. A esa hora el sol les da por la espalda, un sol desfigurado por las nubes de los cerros orientales.
La gente Bogotana es culta y muy elegante, concluyó Cecilia.
Luis se recostó en la cama y duerme profundamente, mientras penetra un rayo de sol por la ventana de enfrente.
Cecilia comparte un café en compañía de Fernando. Respiran un aire tranquilo.
Sienten muy cerca el latir de corazones, perciben la presencia del amor.
Es muy rebelde, Cecilia lo conoce bien desde que era niño, pero nunca ha entendido la razón de su rebeldía.
Una tarde en Calarcá tiró la cama, las cobijas, las almohadas y el colchón al patio, recuerda Cecilia.
Fernando se rio y Cecilia lloró en silencio, hasta agotar sus lágrimas.
No pudo levantarse pues tenía una pierna inflamada.
Se encuentra aprisionado dentro de su propio cuerpo, dice ella.
Después de tomar el café guardaron silencio por un buen rato.
La llegada a Bogotá les ha regresado la ilusión de una nueva vida.
Fernando encuentra la punta de sus deseos, dice que quiere estudiar en lugar de trabajar.
Nadie puede ayudarlo, todos están en el rebusque, quieren salir adelante por sus propios medios.
Llegada la noche las luces en Casabianca se apagan, dejando ver las estrellas fugases recorriendo el firmamento Bogotano.
Solo se oye un aire tibio que entra del patio y el rezongar de un pajarillo, que hace nido encima del lavadero.
Al otro día Luis se levanta hablando fuerte, para que todos escuchen.
Aquí se acostumbra trabajar o estudiar o ambas cosas a la vez, gritó.
Fernando se quedó paralizado en la cama, pareciera que se muriera cada día una parte de su cuerpo.
Los demás se movilizan al oír la voz fuerte de Luis.
Luis es enérgico y autoritario, desde muy joven ha estado metido en el taller y nunca ha tenido vacaciones.
Fernando se quedó en la cama y estuvo haciendo planes alegres en su pensamiento.
Trabajar y estudiar es su objetivo.
Comenzó a llenarse de sueños y a darle vuelo a sus ilusiones.
Fue formando un mundo alrededor de la enseñanza que le inculcaron.
La vida es dura aquí, es difícil vivir, exclamó saltando de la cama y soltando una risotada.
Hay que saberla vivir, estamos en la Capital y está todo por hacer, dijo Cecilia para calmarlo.
Fernando la escuchó, salió al patio, sintió muy cerca ese amor platónico.
Levantó la cabeza y miró el cielo Bogotano que llovía estrellas.
Hubiera querido ver los cerros, pero allí no había árboles.
El viento arrastra las nubes y se oían murmullos de voces que salían de los techos.
Vagó por los alrededores de Casabianca, organizando sus ideas.
Fernando cerró los ojos y abrió en llanto, tenía reprimido un sentimiento de tristeza en su alma.
En la pequeña ventana del altillo, vio una sombra larga y descorrida hacia el techo que daba vueltas y se movía como la llama de una vela y se oían sollozos confundidos con la lluvia.
Recorrió con su vista todas las ventanas que estaban cerradas.
Observó de pronto que las cortinas se movieron suavemente.
Estaba triste, salía y entraba de su cuerpo, sintió frío y entró. Después se escuchó una serenata en Casabianca.
Aparece la guitarra de Alberto interpretando a unos ojos, cosas como tú, plazos traicioneros, mar y cielo.
Fernando salió y le dio la mano.
¡Con tu hermana no se puede! le dijo mientras se tomaba un aguardiente.
No se angustie más, lo tranquilizó mirándole a los ojos y sonrieron.
Fernando entró y Alberto sintió una paz interior.
Luis habló de Alberto y de la serenata, hizo reparos al noviazgo, Lucia y Cecilia no se molestan, se ven tranquilas, muy confidentes y la noche sigue en calma.
Fernando abrió los ojos y vio la luz de la mañana, queriendo entrar por la ventana.
Sonó que había dejado de existir, fue como una realidad.
Vio a Cecilia levantarse antes del amanecer, la ventana estaba entre abierta y entró suavemente.
Los días comienzan monótonos, todos se mueven sin afanes saboreando el café caliente.
Bogotá es muy grande, la gente es muy viva y hay que prepararse, dijo Cecilia a gritos porque los sentía sordos y dormidos.
Los que se duerman van a aguantar mucha hambre, hay que pensar para hablar, no mentir, trabajar y estudiar, argumentó ella con seguridad.
Ya va siendo hora de que te levantes de esa cama, le dijo a Fernando.
Déjame tranquilo contestó Fernando debajo de las cobijas, pareció dormir.
A esa hora ya había alguien en el lavadero. Quien tararea una canción con voz muy queda, resplandece el aire y el sol mueve las nubes a través de un cielo azul y detrás de él hay más canciones con esa voz que enamora.
Alberto no recuerda lo que había dicho Luis.
No recuerda nada por el efecto del aguardiente.
Muy temprano llegó a Casabianca, aclaraba el día y se iba la noche, vio como el día desbarata las sombras.
En ese instante se ve salir el sol Bogotano por detrás de los cerros orientales.
Fernando se levantó lentamente, está flaco y pálido, entró al baño, se lavó la cara y se reía, mirándose al espejo.
Luego, se le descolgó la cabeza y salió por la puerta que da al lavadero, sosteniéndose la cabeza con las manos.
Después sobrevino un sollozo, un llanto suave pero agudo, un movimiento brusco, haciendo retorcer nuevamente su cabeza encima de sus hombros.
De repente vio que el cielo se volvió plomizo oscuro, aún no aclarado por la luminosidad del sol Capitalino.
Fernando se enderezó y entró a la cocina.
Con él entró una luz tenue, no como si fuera a comenzar el día, sino como si estuviera llegando la noche.
Se sentó en un rincón y salió de su cuerpo. Alrededor del patio se perciben pasos que rondan la cocina, como gatos en la oscuridad.
Siente sus manos en el cuello las suaves manos del amor platónico, de pie en el umbral, delgada, de pelo corto que roza sus hombros, de cara pequeña, ojos claros, así la percibe.
Su cuerpo atravesado impedía ver la llegada del día, a través de su vestido, observa pedazos de cielo y debajo de sus pies destellos de luz.
Detalles tan pequeños que llaman la atención, sus ojos, sus sonrisas iluminan su rostro inmaculado.
Una luz que ilumina todo, como si el suelo debajo de ella estuviera desprendiendo rayos.
Fernando despertó, abrió sus ojos negros penetrantes que estaban llorando todavía, nadie lo entiende, nadie le cree, sentía un rencor vivo.
Cecilia está triste, se queda mirándolo y no puede resistir la escena.
Entonces ella se dio vuelta. Apagó la luz de la cocina, cerró la puerta y rompió en sollozos.
En un instante Cecilia recuerda todo lo que pasó en Calarcá. Pensaron que era un problema mental dijo Luis, ella no se atrevió a asegurarlo.
Cecilia sabe lo que han sufrido desde que todo comenzó.
Siguieron gemidos confundidos con la lluvia y el tictac de su gallinita que camina lentamente, como si se estuviera deteniendo el tiempo.
Siempre han dicho que está loco y no lo creo, más bien
debe estar muerto en vida, dijo Luis a gritos.
eduarditocelis
Se resolvió por el estudio, pero falló en su intento y se retrasó por siempre, dijo Cecilia.
Sólo ellos saben en realidad, lo que había pasado en Calarcá.
Al llegar al taller de mecánica sufrió un trauma mayor, un delirio de persecución que lo deprime.
Fernando abrió de par en par la puerta, entró a la pieza afanado, se puso la camisa arrugada y encima se colgó un buzo con motas amarillentas que usaba desde su llegada a Bogotá.
El sol a esa hora es picante y cae sobre su integridad. Cortinas de nubes negras amenazan con caer. Al llegar frente al taller observa que Luis comienza a impartir órdenes.
¡Pobre gente!, se lamentó aferrándose fuertemente a uno de sus libros y sintió alivio al pensar que su destino ya está definido.
Hay pocas nubes en el cielo que está todavía azul y el aire sopla fuerte allá arriba, aunque aquí abajo hace mucho calor.
La madrugada fue apagando los malos recuerdos de Fernando. El mismo se oía el sonido de sus palabras, notaba la diferencia de este despertar.
Porque las palabras que había pronunciado hasta entonces, ya no las volvió a recordar ya no tienen ningún significado, no salen de su alma; se siente brillante; sin miedos, como se siente durante los sueños.
De repente la tarde se volvió gris en San Antonio. El salón de clases estaba oscuro y frío.
El profesor subió las gafas a su frente, cerró sus ojos azules y sobándoselos con los puños cerrados comenzó el mensaje filosófico.
En la calle se respira un ambiente hostil.
El crimen que comenzaba a aglomerar a miles de curiosos, en el caño del río Fucha donde flota un cuerpo sin vida, como consecuencia del fraude en las urnas, los integrantes del movimiento guerrillero ajustician selectivamente a quienes ostentan el poder. Nunca había visto un muerto, dijo Eduardo observando como Cecilia dobla su espinazo sobre el lavadero.
No puede explicarse por qué toda la gente estaba alrededor y ninguno hacia nada por sacarlo.
El cadáver estaba boca arriba flotando en la superficie del agua, vestido de paño gris a rayas, camisa azul y corbata roja.
Violentamente asesinado, rígido, inmóvil, abotagado, con protuberancias en la frente, los labios pálidos, el rostro macilento, con muecas de sufrimiento.
La gente dice que le dictaron la pena capital tras consultas con el pueblo.
Es una guerra entre los del brazo armado de la izquierda y los de la extrema derecha.
Esta es la guerra política, dijo Cecilia que termina de colgar la ropa en las cuerdas del patio.
Se apropiaron de la espada de Bolívar y van a matar a todos los opositores, gritó Eduardo recogiendo el balde del suelo y tomando a Cecilia del brazo la condujo a la cocina, en donde degustan el arroz con frijoles.
Allí está Fernando, pálido, callado, al lado de Cecilia, son inseparables. Se necesitan, se quieren, la enfermedad es compartida, se fundieron en su pasado.
Sufren mucho y no saben por qué, talvez de tristeza.
Había oscurecido y Fernando prefiere ver a su madre viva no muerta como la había visto en su último sueño.
Cecilia también le sirvió arroz con frijoles. Suspira mucho y cada suspiro es como un sorbo de vida que se le va.
Y aunque no había niños jugando, ni palomas, sintió como si estuviera en Calarcá.
Fernando comparte solamente el silencio.
Porque su cabeza está llena de ruidos y de voces raras.
De voces extrañas y aquí, donde el aire es escaso, se oyen mejor.
Se quedan dentro de su ser.
Se acordó de lo que le había dicho su madre en Calarcá Allá me oirás mejor.
Estaré más cerca de ti y encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que es la de mi espíritu, si es que alguna vez mi espíritu ha contactado con el tuyo.
Mi madre no está muerta sino viva, afirmó Fernando.
José Eduardo Celis López
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CAPITULO II
AMORES CELESTIALES
Eduardo corre en el Parque Nacional, presuroso, un escalofrío recorre todo su cuerpo, cala sus huesos, da vueltas a la glorieta, mira por entre los árboles con ansiedad, busca por la orilla de la quebrada, hasta que no aguantó más y se desmoronó totalmente sobre uno de los asientos, con las piernas abiertas expuestas al sol.
Allí lo envío lázaro el amigo de Luis y su mejor cliente.
Nunca en su vida había tenido la experiencia de encontrarse con personas extrañas para hablar de negocios.
Ahí estaba un Señor Moreno, calvo, de rostro fresco quien le extendió la mano sonrientemente.
-¿Cuántos años tienes? Indagó.
Veinte años, voy a cumplir.
-¿Con quién vives?
Con mis padres y con mis hermanos.
-¿Que estudio tienes?
Soy bachiller, contestó Eduardo extendiendo el diploma.
El hombre revisó su contenido, se acomodó sus mancornas y el pisa corbata de oro y le dijo aquí está Ligia, con ella se va a entender de ahora en adelante.
Eduardo se impactó ante la presencia alegre y sonriente de la mujer.
Ella sacó de su bolso de cuero un paquete de cigarrillos y se llevó uno a su boca de rubí, dejando escapar un bucle al aire.
En la tarde, Fernando sintió que está aturdido por el sonido del compresor y salió del taller presuroso a buscar tranquilidad en Casabianca.
Al entrar se encontró con su amor platónico.
Atinó mirarle con ternura sus ojos negros y hechiceros, su frente amplia, su preciosa boca, su pelo suave que cae sobre la espalda hasta la cintura de muñeca.
Sintió de cerca su aire de gitana con espíritu llanero.
Se sentó en un rincón de la cocina a tomar tinto con Cecilia, salió temprano del taller le dijo ella dando una mirada juzgadora por encima de sus gafas y cerrando la puerta le indagó sobre lo que le había ocurrido con Luis en el taller.
Fernando le contó que estaba muy aburrido con el trabajo en el taller y que no soporta los ruidos.
¡tomémonos otro tinto! dijo Fernando, para eso tengo a mi mamá viva!, exclamó con alegría.
Fernando habló de sus años en Calarcá y recordó lo feliz que pasó con sus tías en Pereira, me gustaría regresar dijo con nostalgia.
Cecilia también recordó a su querida Pereira, se pusieron de pie, sintieron alegría en su corazón y sonrieron.
Entraron a la alcoba tomados de la mano, como si se olvidaran de sus tristezas, entre tinto y tinto, miradas, sonrisas y mensajes subliminales, se regocijaron en una tranquila tarde.
Al día siguiente Eduardo llegó temprano a la oficina de la Presidencia del Banco.
Se comprometió con la secretaria a traerle un paquete de bonos, para consignar en la cuenta bancaria. Aclarando que se debía entregar un porcentaje en efectivo.
De inmediato se iniciaron las diligencias y el intercambio de bonos por dinero en efectivo.
No estarás en el Banco solo para ganar dinero, le dijo Lázaro muy serio, sino para aprender la profesión y cuando ya sepas algo, entonces podrás ser gerente.
Por ahora eres sólo un aprendiz bancario; quizá mañana o pasado llegues a ser tú el jefe.
En el segundo piso se encuentra la oficina de Eduardo, cerca de la gerencia, en donde coordina las operaciones.
Mientras tanto en Casabianca promediando la mañana Lucia se encuentra planchando y doblando ropa, de repente apareció Alberto quien la busca presurosamente.
Tan pronto se encuentran se funden en un abrazo y un beso, sin mediar palabras como nunca lo habían hecho.
Sellaron para siempre un amor infinito, por encima de cualquier consideración. Cecilia está feliz de ver a su hija feliz. Él era su luz y se convirtió en sombra y hecha sombra se marchó al olvido,
todo ese amor se quedó escondido en lo más recóndito de su alma.
En una decisión insólita, Luis estuvo de acuerdo con que se normalizaran las relaciones de Lucia con Alberto, Luis les manifestó que tomaran la decisión, sin necesidad de consultarle.
Eduardo comienza una etapa exitosa, a partir del momento que empezó a trabajar con el Banco, no le volvió a faltar dinero en sus bolsillos.
Después de hacer oficio todo el día Lucia le dijo a Alberto suavemente. Te espero en el patio de la casa, para que hablemos de lo nuestro.
Allá en la parte trasera de Casabianca frente al lavadero, se encontraron ante una realidad preparada para la ocasión.
¿Qué es lo nuestro? Preguntó Alberto, cautelosamente.
Nuestro matrimonio, contestó ella levantando la voz al tiempo que lo apretó fuertemente contra su pecho.
De inmediato Alberto sacó de su chaqueta de cuero un fino estuche y colocó delicadamente una argolla de oro en uno de sus dedos y otra en uno de los suyos.
¡Salud! Dijo levantando la copa de champaña. ¡Salud! contestó Lucia.
Él era una luz y se convirtió en su sombra, una sombra que aún hoy la persigue.
Llovió toda la siguiente semana y en medio de la lluvia nacieron amores imposibles y murieron amores posibles.
Una mañana de esas premonitoria en el Restrepo amarteladamente en la terraza se estrechan dos pardillos asustadizos.
Los flirteos alcanzaron a advertir la atención de los intrusos.
Cerca de la cocina lograron un galanteo trivial y al notar su presencia, bajaron el tono de su amorío.
A través de la ventana de la cocina se escucha la voz de Cecilia conversando con Fernando quejándose de la imprudencia e insensatez de Luis. Ella le dice que ya es hora de irse acostumbrando.
Cecilia lo conduce al comedor debajo del cobertizo y con fascinación contemplan una cesta que contiene un ramillete de radiantes flores y azucenas de diferentes colores, brillantes, con tallos altos y verdes hojas.
Espectacular momento de satisfacción que les produce un entusiasmo profundo y los une en un espontáneo abrazo.
El suceso de esta mañana ha quedado plasmado en la base de la maceta que contiene el adorno floral.
Descubren una etiqueta con el membrete y rubrica propios de Amanda, que se adelanta de esta forma en la conmemoración del día de la madre, próxima a celebrarse.
Cecilia elogia el afecto de Amanda con este hecho trascendental. ¡Nunca me habían regalado flores! exclamó dichosa y feliz.
Como ocurría siempre, Cecilia mira el cuadro de las ánimas benditas y agradece en voz alta por los favores recibidos.
En el día de hoy era mucho lo que tenía que agradecer.
Seguidamente como por impulso Eduardo sacó de su dedo una argolla de oro que le perturba y la colocó delicadamente en el anular de Cecilia,
para sepultar la propuesta que tanto le atormenta.
Sabía que a Cecilia le gustan las joyas
y se fue al empotrado armario gritando soy libre no quiero casarme.
Esperaron a que terminara el rosario para que Cecilia sirviera la comida. A nadie más esperaban a esa hora de la noche.
Como siempre Fernando comía muy rápido casi sin masticar y al tiempo que manducaba los alimentos soltaba cortantes risas nerviosas.
Este era un momento sosegado y apacible para compartir una bandeja paisa, oyendo a Cecilia recontar historias de su natal Pereira y en su largo peregrinaje por Calarcá.
Escampó después de las nueve de la noche. Todo está tranquilo en el Restrepo, Cecilia se esmera por atender a Fernando para evitar alteraciones de su personalidad.
Eduardo volvió a su cuarto y empinándose observa a través de la ventana el accionar retraído de la avecilla que inocente respinga en busca de calor paterno.
Aún no se percata de las consecuencias fatales que le esperan por el inminente destino.
La avecilla voló sin rumbo conocido dejando su nido abandonado.
Cecilia asegura que ya se aclimató al frio Bogotano, dice que en los últimos años han cambiado muchas cosas, Lucia es madre de dos niñas, Amanda funge como enfermera, Diego se encarga del taller y Ferney adelanta su vocación de jurisconsulto. Dice que ninguno se ha acostado con hambre, todos gozan de los beneficios de manutención de Luis.
No importan las necesidades básicas, lo que en realidad los une es la tolerancia por los procederes de los demás.
Es la misma historia de siempre, comentó Eduardo.
Si, pero Luis produce para todos sin que hasta el momento alguien se atreva a coger las riendas de esta casa, replicó Cecilia quien esconde sus piernas debajo de la mesa.
Automáticamente Eduardo recoge del mesón dos recibos de servicios para hacerse cargo de su pago.
Esta es la primera muestra del compromiso que en adelante asumirá con su familia.
Antes que Cecilia se esconda en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde ya no pueda alcanzarla ni verla y adonde no pueda volver a escuchar sus palabras, balbuceo Eduardo.
EDU
CAMPEON
GOLEADOR
A través de la ventana penetran los aires armónicos de aquella hermosa avecilla de fino pico y pequeños ojos verdes que retoza encima del lavadero, ávida de afecto, galanteando abiertamente como si no advirtiera su destino infame.
En la terraza Fernando hace muecas como si se le desprendiera la cabeza. Fernando sufre de un movimiento sintomático producido por la contracción de los músculos del cuello. Y se encontró de pronto solo en la casa vacía.
La ventana de la casa abierta al cielo le permitió ir y venir de nuevo libremente como un espíritu.
Los huesos de su cara están forrados por un pellejo curtido por sus treinta años de existencia, de los cuales los últimos diez han sido marcados por una rara incapacitante y dura enfermedad.
No se supo nunca el verdadero origen de su enfermedad que lo tiene prácticamente enajenado.
Cecilia recuerda con perspicuidad el ataque de paranoia que tuvo esa mañana en Calarcá, dejando todo al sol y al agua, luego de patearlo con tosquedad y en la noche llegó calmado, como si no hubiera pasado nada armó de nuevo su aposento, comió y se acostó sosegado.
El viernes Eduardo llegó a la taurina, esa noche estaba alborotada por las fiestas decembrinas, en un rincón se encuentran los Echeverry, famosos por sus intervenciones en asuntos ilegales, de lejos los saludó con una venia.
Eduardo se acomodó en la barra a degustar el néctar y la buena música.
La taurina estaba a reventar desde tempranas horas, sus luces y colores daban un aspecto carnavalesco, hombres y mujeres gritaban alborozados. Ahí se encontró con Manuel su gran amigo de colegio y Carlos su hermano.
Eduardo se entusiasmó por el buen ambiente y comenzó a cantar fuerte, tras el sonido de los altoparlantes.
Cuando sonaban los aretes que le faltan a
Él se quedó mirándola, le llamaron la atención sus cabellos largos y sus ojos claros, tímidamente trató de tocarla, pero ella instintivamente retrocedió, para volverse a él presurosa.
Eduardo se animó a bailar tomándola por la cintura fuertemente.
Desliza sus manos por toda su humanidad y su hechizo pelo, disfrutando cada instante de este encuentro inesperado y ahora se ubicaron en el centro de la pista, en un apretado baile sinigual.
Al término de la melodía, respiraban muy cerca, cara a cara, ella en un arrebato de pudor le dijo jadeantemente ¡no me beses! entonces como por instinto Eduardo la besó, sellando ahí este encuentro casual y definitivo.
Ella se retiró a su lugar, llevando los nervios de punta, abrumada y ansiosa.
De inmediato se armó la bronca, se formó una monumental trifulca a un lado de la pista, inesperadamente estuvo en peligro la vida de Eduardo,
Absurdamente recibió el ataque feroz de cuatro bandidos, a medias logra repelerlos con una botella que trata de romper contra el filo de la barra.
La oportuna intervención de los Echeverry evitaron su linchamiento, lo defendieron y con revolver en mano repelieron el ataque.
Después de la media noche Eduardo regresó a la casa en compañía de los Echeverry. El menor de ellos, el más sagaz en el manejo de armas que lo convierte en un peligroso atracador nocturno, ladrón de bancos, maleante obstinado, le dijo lacónicamente ¡Cuídate mucho, diablo!, no te metas en problemas, cuídate hasta de nosotros.
En las penumbras estalló una carcajada. Hace presencia un fantasma envuelto en una sábana blanca que recorre la casa paterna en forma misteriosa. Eduardo se recogió en un rincón de la cama, pensando que se trataba de su hermano Fernando que había recaído en sus manifestaciones de excentricidad.
No se preocupe, dijo Fernando que observaba la escena de lejos, lo cierto es que un amigo vino a despedirse, cuando alguien muere, su espíritu sale del cuerpo y hace un recorrido, acotó gesticulando.
Eduardo lo miró perplejo, tenía la idea que el fantasma era su hermano, su mirada inalterable le producía espanto.
Eduardo se durmió y Cecilia apagó la luz. El espíritu perturbador termina su recorrido y la noche pasó volando.
Al otro día Cecilia está aseando la terraza y observa como una avecilla se asoma por encima del muro del lavadero, sonríe y guarda silencio. La observa a cada instante parece que le incomodara con su canto. La mañana se torna lluviosa y plomiza.
Por más que estuvieron muy cerca la una de la otra no fue posible que se tocaran sus corazones. ¡Qué haces! dijo Yudy en la mañana, al ver que Eduardo la seguía. |
Era el primer día del noviazgo y
Yudy salió con sus dos sobrinas y las acompañó hasta la escuela, era muy temprano.
Yudy hace este recorrido con sus sobrinas todos los días, como también Eduardo estaba dispuesto a hacerlo mil veces y así se fueron conversando por la Caracas. hasta dejarlas en el salón de clases.
Entraron al planetario a tomar un café y se comprometieron totalmente.
Cuantas veces quise estar compartiendo mi vida con una persona tan bella, le dijo Eduardo.
Luego Judy quedó en la casa con Flor y Eduardo se introduce en un trolebus para llegar temprano a su trabajo en el Banco.
Pensando que ha encontrado la mujer ideal. la que más lo quiere después de su mamá.
En ese momento a Eduardo se le ocurrió pensar que ahora si estaba enamorado y que quería casarse con Yudy.
Pensó comprar las argollas de matrimonio, aun no tenía nada preparado, era muy prematuro pensarlo y hasta hace muy poco dijo que no se quería casar y que tenía toda la vida por delante.
Al otro día apareció Yudy en su casa y le dijo que no se preocupara por el matrimonio, que pensaba irse para donde su tía en Honda.
Se entregó totalmente a luchar por su amor, mil veces repitió que se casarían y muy pronto y le dio la posibilidad de ir a Honda, manteniendo su trabajo en el Banco.
Eduardo soñó con tener hijos una niña y un niño que le dijeran ¡papito papito¡ y adelanta con Alberto la confección del vestido de novia con una cola larga, blanca y radiante.
En el mes de abril fueron a Honda con toda la familia.
Yudy le confesó que también quería tener hijos suyos.
Disfrutaron animadamente en Honda que tiene un calor y un ambiente que amaña.
Después se casó con Yudy y fueron felices y tuvieron dos hijos en una luna de miel inolvidable.
Yudy es la mejor de todas, la mas completa para todo, muy juiciosa y les entregó toda su juventud hasta nuestros días es ella blanca, radiante, de cara preciosa de ojos claros y con diecinueve años.
Cuando se hicieron novios primero pasaron dos años, después se casaron por la iglesia católica.
El matrimonio le vino muy bien a Eduardo, se consolidó en el Banco, y disfruta todo instante, le gusta más que levantarse tarde.
La vida en pareja les llegó como anillo al dedo la pasan muy bien, bailan, se divierten y les gusta vivir independientemente, sin tener que recurrir a la familia.
Yudy es sensacional cada día se quieren más, más y más, es una aventura muy emocionante, juraban amor toda la semana
Eduardo le dice te quiero, te quiero, te quiero.
Muchas veces van a la pizzería y le llevan pizza a los dos hijos. Les encanta tomarse fotos en familia con los niños.
Van construyendo un nido de amor, comparten un amor que nunca muere.
En el Restrepo el sol entró a la casa sin abrir la ventana, en la pajarera ya se escucha el canturreo de la avecilla que tanto ha alegrado el ambiente, su música puede más que la tozudez de sus contrincantes, es el símbolo de amor puro, tierno y seductivo que profesa.
Es una llama que nadie puede apagar.
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CAPITULO III
AMOR ETERNO |
CINCUENTA AÑOS EN BOGOTA 1970-2020 EDUARDOCELIS
Cecilia le dijo a Amanda que se iba a bañar y le pidió un jabón perfumado, Amanda se fue a tráeselo y cuando volvió ya estaba en el baño.
Ya no respondía, ¿Está usted viva? Preguntó Amanda angustiada ¡Dígame, por favor está viva o no se está bañando, voy a abrir la puerta!
Amanda abrió la puerta y se encontró de pronto sola en ese baño vacío.
Las ventanas estaban abiertas y del cielo llovían bolas de luz, de luz intensa y brillante. Solamente vio que se asomaron las manos descarapeladas que mostraban sus anillos de oro.
Cecilia, Cecilia, Cecilia! Cecilia!
contestó el eco.
Porque tiene un solo ojo le preguntó. Es que la luz es muy fuerte y no alcanzo a ver bien desde aquí.
Inmediatamente Amanda llamó a Eduardo para contarle lo sucedido.
Eduardo se asomó por la ventana y la vio ahí, brillante como el sol, moviéndose, con las manos descubiertas y sin las joyas.
Ferney las tiene dijo Amanda.
Luis se apuró a salir sin desayunar evitando terciar en los hechos ocurridos, trató de levantar la batería del carro y se reventó un resorte. Regresó a la casa dejó la batería en el suelo y volvió a salir silenciosamente a donde lázaro para cobrar un dinero que le adeuda.
Por qué lloras mamá, preguntó Fernando, pues reconoció el rostro de su madre.
No quiero que tu padre se muera antes que yo, le dijo Cecilia, pues al verlo salir cree que no volverá.
Y luego, como si se le hubieran saltado todos los resortes, se dio vuelta sobre sí misma una y otra vez, hasta que las manos de Luis la abrazaron y le dijo: tranquila aquí estaremos los dos siempre.
Luis llamó a Pablo, a Luis a Diego, pero ninguno contesta.
Todo lo que comía lo devolvía, ese día se pasó de cama en cama y por último llamó a Eduardo para decirle, Eduardito que puedo hacer yo y Eduardo le preguntó que quiere Papá y lacónicamente contestó: ¡morirme!
De ahí en adelante Eduardo estuvo a su lado cada instante junto con Alberto y Ferney en este suceso inesperado.
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Cecilia dice que se apagó su luz. |
La mañana llega lluviosa, plomiza, sinembargo aun se ve el reflejo de la Luna, Luis era su amigo desde su infancia y departieron cincuenta años.
Pobre de ella se siente abandonada. Se hicieron la promesa de morir juntos. De irse los dos para darse ánimo uno al otro en el último viaje, por si se necesitaran, por si acaso encontraran alguna dificultad. Eran muy amigos.
Alberto dice que lo quería mucho porque Luis le dio su confianza y se le llenaron los ojos de agua, Alberto salió y se fue.
Los demás se quedaron a su alrededor porque aún se sentía su presencia.
Así transcurre el más alarmante día de la partida de Luis y la agonía de Cecilia,
Oyeron que alguien se queja y se da cabezazos contra la puerta. Y allí estaba Luis. ¿Qué es lo que le pasa? Le preguntaron de adentro, Busco a mi papá, contestó, me dijeron que está aquí.
Ya se marchó y no está aquí, un silencio profundo sigue después, Luis también salió y se fue.
¡Cecilia no puede entender porque Luis se fue! son las cosas de Dios dijo.
Fernando salía y entraba, miró a través de la ventana y se siente como encerrado en ese patio a cielo abierto y rodeado de perros rabiosos que lo acosan.
Como que se le va la voz. Como que se le pierde el sentido. Como que se ahoga con un taco en la garganta.
Ya nadie lo quiere. Ya no sabe si es un sueño o es la realidad.
Metió la mano por un orificio de la ventana y alcanzó a coger una manzana, la mordió y sintió que estaba en descomposición, no había nadie allí.
Fernando se quedó mirando a una mujer de cabellos rizados y caderas protuberantes que entraba y salía.
No tenía agua, no había luz ni gas es como un destierro. No siente el pelo, no encuentra la cara y sus manos están más arriba de los hombros.
Sin embargo, era muy consiente que se iría para siempre,
Fernando se puso a orar llamando a Cecilia fuertemente, a Luis, a Diego.
Hubo un tiempo en el que estuvo oyendo durante muchas noches el rumor de la voz de su mamá.
Le llegaban los ruidos de su voz hasta la media noche.
Se acercaba a la ventana para ver si había alguien, pero estaba oscuro.
Nada. Nadie. Las piezas estaban solas como ahora.
Luego dejó de oír la voz. Y se cansó y se quedó dormido.
En sueños seguía oyendo voces como ecos. Con espanto oía el aullido de los perros.
Fernando no se pudo despedir de nadie, pues todos lo habían abandonado.
En la madrugada se fueron apagando sus recuerdos.
ya no oía el sonido de sus palabras.
En un arrebato de fe dijo: ¡todo está consumado! al medio día salió y se fue,
Cecilia está ahí con él. Ella lo reconoció y andaban juntos.
BIC
En la tarde, Cecilia está en Soacha ilusionada con ver a sus hijos. Cecilia y Fernando siempre están juntos.
Eduardo se encontró con Diego y se cruzaron la mirada fijamente, Diego sonrió se escondió en su pieza, estaba bien vestido, listo para irse.
Durante el desayuno tomó su chocolate como todas las mañanas, se sentía inquieto y preguntó ¿oye
quién está cumpliendo años hoy?
Cecilia contestó Eduardo.
Entonces se detuvo en su pieza y decidió quedarse en la casa, colocó la cabeza sobre la almohada, subió una pierna sobre la cama y salió y se fue.
Él se comportaba como un niño dijo Eduardo, un niño con 76 años encima contestó la Doctora.
Si, él vivía sin afanes, se reía solo, no se quejaba de nada acotó Eduardo.
No quise molestarle dijo la Doctora. A pesar de todo, era como un niño. Está bien, lo siento.
Al subir las escaleras vio a Lucia y Alberto almorzando con sus tres hijos y sus dos nietos. Ella nunca lo mandó al olvido y aún hoy sus labios lo nombran.
Al rato Luis entró nuevamente y dijo que se le había reventado un resorte.
Su último viaje a la oficina de Lázaro lo había dejado exhausto.
Nadie le creía porque parecía que no hablaba en serio y así pasaron varios días sin que se le prestara la atención requerida.
Estaba encerrado en la casa, acorralado,
desahuciado y ninguno podía ayudarlo, eran como las cuatro de la tarde y Luis salió y se fue.
Diego llegó a Matatigres para hacerse cargo del taller de mecánica porque le dijeron que su padre, estaba muy enfermo.
Cecilia le dijo, no dejes abandonado a Luis en estos momentos tan difíciles.
Estoy segura de que lo está necesitando con urgencia, hace días que no viene a la casa y se encuentra solo encerrado, muriéndose en ese taller.
Entonces Diego así lo hizo.
Y de tanto decírselo se quedó trabajando al lado de Luis y Pablo.
No le vaya a cobrar por la ayuda, hágalo de corazón.
Exígele que vuelva a la casa, aquí lo cuidaremos mejor.
Que se olvide de rencores, hijo dígale que vuelva.
Así lo haré, mamá. Contestó Diego inmediatamente.
Pero no pensaba cumplir su promesa por mucho tiempo debido a que había tenido varios altercados con Luis.
Hasta que ahora le tocó volver por obligación y de este modo se esforzó por trabajar nuevamente en el taller a pedido de su madre.
Por eso vine a Matatigres para atender los negocios de mi papá, se expresó Diego ante sus hermanos.
Era ese tiempo de la bonanza cuando a Diego lo llamaban de muchos talleres para realizar su trabajo de latonero.
El trabajo en noviembre y diciembre abundaba y en enero y febrero se escaseaba.
Diego trabajaba dos meses y descansaba hasta que se le acababa el dinero.
Pero el que trabaja bien se lo pelean los dueños de los talleres.
Y Diego prefería trabajar en otros talleres porque le pagaban completo el jornal en cambio al lado de Luis estaba triste porque no se veía el pago todos los fines de semana.
Eso es lo que no entiende mi mamá; decía Diego con nostalgia, entre resignación y suspiros. Siempre fue así se volaba del taller con otros patrones y el retorno era porque le daba pesar con su padre.
Pero jamás volvió con alegría siempre traía los ojos llenos de tristeza de tener que volver obligado.
Hoy es diferente porque vengo con los ojos de mi mamá quien me los dio para ver la necesidad por la que pasa mi papá y no por el dinero.
Hay allí mucho trabajo comenzado dice Luis y le recomienda que trabaje duro con sus hermanos para llevar comida a la casa.
La voz de Luis no era tan fuerte, era más bien suave, casi apagada, como si hablara consigo mismo.
¿Y por qué volvió usted a Matatigres, si se puede saber? preguntó Pablo. Vengo a ayudarle a mi papá contestó. ¡Ah! Eso dice siempre pero a los pocos días se vuelve a ir, no eres constante, dijo él.
Y siguieron trabajando en silencio, vamos cuesta abajo, como dice el tango dijo Luis, que tiene los ojos hinchados por lo pesado del sueño.
¿Y cómo sigue su padre?
preguntó Lázaro preocupado por la ausencia de Luis.
Ya está mejor don Lázaro, pero no quiere salir de esa pieza.
Déjelo tranquilo menos mal que tiene a su hijo mayor atendiendo el taller.
Yo también soy hijo de Luis dijo Pablo y también estoy ayudándolo. Todos somos sus hijos dijo Luis, pero de distinta madre, por lo menos él me llevó a bautizar dijo Pablo.
Con usted debe haber pasado lo mismo?
No me acuerdo, pero creo que si contestó Luis.
¡Váyanse al carajo! Gritó Diego, no confundan a don Lázaro.
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¿Qué dice usted? Preguntó don Lázaro. Que ya le estamos terminando su carro para entregárselo.
Sí, ya lo veo. Gracias Diego.
1977
1970
En Talleres Santacruz de Matatigres el patrón Luis Celis se enfermó y sus hijos lo reemplazan dijo don Lázaro.
En Soacha los niños juegan y aturden con sus gritos. Cecilia se distrae con el vuelo de las palomas conversando con Diego y Eduardo y disfrutando un cielo azul del atardecer.
Ahora estaban aquí, en este pueblo sin ruidos.
Oyendo caer las pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles.
Algunas casas están vacías con las puertas cerradas invadidas de yerba.
Al cruzar una bocacalle vieron a Fernando fumando un cigarrillo y se desapareció como si no existiera.
Después volvieron a verlo de frente y lo siguieron con la mirada.
Diego le llamó muy fuerte:
Fernando miró y sonrió
¿Es que no sabe dónde vive? Allá está la casa junto al centro de salud. Fernando se fue en silencio y Cecilia lo guiaba.
Su voz estaba desafinada, su boca como seca y la cabeza muy desprendida de los hombros, sus ojos clavados en la tierra.
Fernando ha sufrido mucho, siempre lo he visto enfermo, dijo Diego.
Volvieron a la casa, aunque los niños seguían jugando, Cecilia la sintió muy fría.
Ni las palomas, ni el cielo azul, la pudo consolar, sentía una agonía en todo su ser.
Cae la noche y se escucha solamente el silencio, aún no esta acostumbrada a quedarse sola, su cabeza sufre de calores.
No entiende porque está viviendo en un pueblo tan solitario, conversando con alguien que no existe.
Llegó la hora de despedirse
Diego va para Matatigres.
Eduardo va más allá, donde se ven los cerros orientales.
Allá tiene su casa. Si usted se quiere venir a vivir conmigo, será bienvenido, le dijo a Diego.
Diego le agradeció diciendo ¿Dónde más podré encontrar alojamiento seguro? Solamente en su casa y donde Lázaro si es que todavía vive. Dígale que va de mi parte se escuchó una fuerte voz y una carcajada.
¿Y cómo se llama usted?
—Luis su papá —contestó. Lo alcanzó a ver y le dijo
soy su hijo.
Parece que nos hubiéramos puesto cita.
Parece que se hubieran estado esperando, porque se abrazaron y de inmediato se metieron por unos cuartos oscuros y desolados.
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Iban caminando a través de un angosto cuarto que no tenía puertas, solamente aquella por donde entraron. Diego encendió una vela y lo vio vacío.
Aquí no hay dónde acostarse dijo. No se preocupe por eso mijo, contestó Luis sonriendo.
Estoy cansado dijo Diego.
Vamos a tomar un tinto y algo de comer, después organizamos lo de la dormida, contestó Luis.
En la enramada el agua gotea hacia la arena del patio. Diego organiza la herramienta mientras Luis y Pablo daban vueltas y rebotes tratando de abrir las puertas de un carro. Ya se había ido la tormenta y de vez en cuando cae la brisa sobre el taller de Celis e hijos.
Las palomas van al patio, picoteando las lombrices desenterradas.
Cecilia apareció en medio de un sol de colores que jugaba con el aire de la mañana. Fernando sintió sus manos suaves que le acarician su cara, mijo he orado mucho por ti.
El aire levanta sus vestidos de seda y los hace reír. Se juntaron en un fuerte abrazo con la mirada fija en sus ojos. Mientras un rio de agua viva corre entre sus dedos.
Sus cabellos vuelan al viento, como si hubieran sido levantados por las alas de un pajarillo.
Y desde arriba, como el pajarillo caen haciendo maromas y acrobacias, sobre el verdor de la tierra.
Cecilia tiene sus labios rojos como si hubiera besado el pétalo de una flor.
Fernando tiene su rostro fresco como el de un muchacho.
Mi mamá está viva gritó. Ya me estoy acostumbrando a verla tan radiante, como una luz.
Siempre he estado cerca de ti le dijo mirándolo con sus ojos negros, enmarcados por frondosas cejas. Fernando alzó la vista y miró a su madre con ternura.
¿Sabes que estoy pensando? Que vamos a estar aquí juntos por mucho tiempo, mucho tiempo.
Vamos a tomar tinto.
—Ya voy, mamá. Ya voy.
Ahí estaba Diego con Eduardo y Mauricio, oyéndolos conversar,
aunque ellos no los veían, se quedaron callados, para no molestarlos.
¿Dónde te habías metido? Dijo Cecilia cuando sintió la presencia de Diego le dijo:
Te estábamos buscando.
Estaba en el otro patio contestó Diego, donde no hay perros rabiosos.
¿Y con quién? ¿trabajando?
No, mamá, con el pastor estaba orando. Cecilia miró a Eduardo y a Mauricio, con sus ojos negros bien abiertos.
¿Y les habló muy duro como si estuvieran a kilómetros de distancia, encima de las nubes, en el más allá, vamos a rezar el rosario? Estamos en el novenario de Luis. Claro que si contestaron ellos.
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Allí está Lucia en el umbral de la puerta, con una vela en la mano, lista para rezar el rosario. Me siento triste, dijo. Entonces se dio vuelta y colocó la vela en el candelero.
Cerró la puerta comenzó a orar mientras caía la lluvia. El reloj marca las siete en Soacha.
Cecilia recordó que Luis fue un buen hombre, muy cumplido y le perdonó todos sus errores.
Era quien nos alcahueteaba todo en Pereira dijo y lo siguió haciendo todavía después que se vino para Bogotá dijo Diego.
Me acuerdo del desventurado día que sucedió el accidente automovilístico de Lucia dijo Cecilia. Todos nos conmovimos porque todos la queremos. Pero Luis casi se enloquece era la luz de sus ojos.
En diciembre nos llevaba regalos a Calarcá, recordó Eduardo.
Y nos contaba historias de las cosas que sucedían en Bogotá, dijo Amanda.
Era un gran conversador incansable, dijo Diego, mi papá era un personaje en Matatigres.
Después que se le reventó el resorte dejó de hablar. Decía que ya no tenía sentido decir cosas que no servían para nada. A las comidas ya no les encontraba ningún sabor. Desde entonces enmudeció, pero, eso sí, no se le acabó la costumbre de gritar a la gente.
Ella lo esperaba todos los dias con un beso en la boca.
amores
Hasta que fueron a bailar toda la noche.
amores
1979
Se fundieron en expresiones de amor.
Todo es una aventura dijo ella.
Asi fue de principio a fin, una aventura.
usted es un artista
Al final Luis pensó que debía estar muerto, seguramente.
Bueno, ya no me preocupa porque los hijos están grandes, dijo.
Se puso a mirar a Cecilia que la tenía al frente y pensó que debió haber pasado momentos difíciles, pero aguantó los cincuenta años conmigo, concluyó.
Eran casi las cuatro en Soacha y todo estaba en silencio.
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Cecilia se quedó mirándolo y pensó que ya habían pasado Cincuenta años y no pudieron vivir como querían sino como podían, la vida en Bogotá es difícil para todos concluyó y no puede creer que Luis se muera primero. |
Luis María Celis Rey
Cecilia López de Celis
Diego Celis López
Ferney Celis López
Lucia Celis López
Luis Fernando Celis López
José Eduardo Celis López
Amanda Celis López
Conversando con Eduardocelis
Volumen II año 2021
Por
JOSE EDUARDO CELIS LOPEZ
EN BOGOTA D.C.
Cecilia y Luis llegaron sorpresivamente al Barrio San Antonio de Bogotá.